sábado, 30 de marzo de 2013

BEATRIZ DE LA CUEVA, LA SIN FORTUNA

Publicado el  22 de febrero de 2009



En estos tiempos en los que la “paridad” se ha impuesto vía decreto y en los que las constantes alusiones a los dos géneros se hace casi inevitable en los pegajosos discursos de algunos políticos, bueno sería recordar a algunas mujeres que se ganaron su sitio en la Historia por méritos propios. Y no me estoy refiriendo a acciones heroicas como las que protagonizaron Juana de Arco, Agustina de Aragón, Manuela Malasaña y muchas otras, no, en este caso es una mujer que fue elegida por su pueblo como gobernadora. Su historia es como sigue:
Se iniciaba el año 1537, cuando el Adelantado, Don Pedro de Alvarado, parte de la Isla de Cuba con destino a Lisboa. Viene a España a rendir cuentas ante el rey Carlos I, el cual anda descontento de las noticias que llegan desde el otro lado del océano, acerca de la forma que el Adelantado tiene de gobernar los territorios que están bajo su mandato. La crueldad y la saña que Alvarado demuestra para con los indígenas, a los que hace devorar por jaurías de perros hambrientos, o la decapitación de sus enemigos como Vasco Núñez de Balboa, en la que participa por encargo de Pedro Arias Dávila, Gobernador de Castilla de Oro, la actual Panamá, no es nada comparado con el concepto, todavía no formado de genocida que le rodea, pues de él se habla de verdaderas masacren en batallas contra los indígenas de las tierras americanas.

Las huestes de Alvarado ante la matanza de indígenas

Cuando estando en Méjico, Hernán Cortés le deja al mando de las tropas española, mientras él marcha a combatir a Pánfilo de Narváez que veía de Cuba con la orden de apresarlo, Alvarado da muestras por primera vez de su crueldad y así, en la llamada batalla de “Toxcalt”, que ha pasado a la historia como la Matanza del Patio del Templo Mayor, ocurrida el día 20 de mayo de 1520, protagoniza una de las páginas más amargas de la conquista de Méjico.
Aquel día los “mexicas” pidieron permiso para reunirse en el patio del Templo, permiso que les fue concedido, cuando entre las huestes españolas empezó a correr el rumor de que en realidad lo que querían los indígenas con su reunión era trazar un plan para asesinar a Alvarado y a cuantos pudieran de sus gentes.
Así las cosas, los españoles entraron en el recinto sagrado y masacraron a los reunidos, principalmente nobles y gente importante del pueblo “mexica”.
Cuando Cortés vuelve a Tenochtitlán, capital del imperio azteca y actual ciudad de Méjico, se encuentra el ambiente muy enrarecido y decide evacuar la ciudad, cosa que hace el 30 de junio, en otro episodio que se conoce como La Noche Triste, en donde Cortés sufre una tremenda derrota.
Hay una anécdota curiosa sobre la salida de las tropas españolas de la ciudad y es referida precisamente a Pedro de Alvarado. Se cuenta que al percatarse los mexicas de que los españoles abandonaban la ciudad, tomaron sus armas y fueron contra ellos. Por el número de indígenas, las cosas se pusieron muy feas desde el principio, sobre todo porque la disposición de la ciudad, parcialmente construida sobre un lago, no dejaba lugar para el despliegue de la caballería, el arma más poderosa de los conquistadores. Alvarado, junto con otros españoles, se batían en retirada, cuando éste quedó rezagado y un nutrido grupo de aztecas lo tenían cercado, sin posibilidad de escapar, pues se encontraba rodeado de agua. Entonces, Alvarado, usando su lanza, que clavó en el fondo del lago, dio un salto llegando hasta tierra firme. Esta acción se conoce como “Puente de Alvarado” y podríamos decir que fue un preludio de lo que ahora se conoce como salto con pértiga.
Volviendo a España, a donde viene el Adelantado a rendir cuentas, su íntima amistad con Francisco de los Cobos, secretario de Carlos I, en un principio y luego la protección que sobre él ejerce Hernán Cortés, hacen a este personaje casi intocable y en pocos días las tornas han cambiado.

Pedro de Alvarado

Eso y su talante amable y embaucador, su apuesta figura y sus buenos modales: parece ser que era de aventajada estatura, como en la época se decía y de pelo rubio, lo que hizo de su figura un mito, hasta el extremo de que los indígenas le llamaban “El Sol”.
A su llegada a España aprecia el ambiente hostil que se respira contra él, pero en poco tiempo consigue cambiar las percepciones y obtiene de su majestad, el Emperador, una prórroga de nueve años como gobernador de Guatemala.
Se lleva esa concesión de España y se lleva una nueva esposa, pues su primera mujer, Francisca de la Cueva, de salud delicada, había fallecido al poco tiempo de llegar al Nuevo Mundo.
Se casa con su cuñada Beatriz y con ella parte hacia las Indias, a donde envía una carta dirigida al Cabildo de Santiago de los Caballeros, capital de Guatemala en la que dice: “…solamente me queda decir que vengo casado y doña Beatriz está muy buena, trae veinte doncellas, muy gentiles mujeres, hijas de caballeros de muy buenos linajes. Bien creo que es mercadería que no me quedará en la tienda nada, pagándomelo bien, que de otra manera excusado es hablar de ello.”
Con la expresión de que Beatriz está muy buena, ha de referirse a la salud que faltaba en su hermana mayor, pues no creo que ya en aquel tiempo se usara ese término para referirse a las cualidades físicas de una mujer.
En realidad se sabe muy poco de la vida de esta apasionante mujer, de la que hasta en sus orígenes hay alguna controversia. Puede que fuera descendiente de Beltrán de la Cueva, mayordomo del rey Enrique IV de Castilla y padre de Juana la Beltraneja, mujer que estuvo en un tris de ser reina, desplazando a Isabel la Católica. También se dice en las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, conquistador, cronista y contemporáneo, que Francisca y Beatriz no eran hermanas, sino primas, opinión que comparte el historiador Adrián Recinos, una de las mayores autoridades en historia de Centroamérica. Pero lo cierto es que ambas nacieron en Úbeda, en la provincia de Jaén, en los años inmediatos anteriores a 1500. Su padre, don Luis de la Cueva, fue Almirante de Santo Domingo y Comendador mayor de Alcántara.
Beatriz, además de buena salud, tenía otras muchas cualidades y entre ellas es más que posible que fuese una mujer muy bella, pues así se la refiere en diferentes crónicas y desde luego dispuesta para la buena vida, que supo trasladar a las tierras americanas, parte de las costumbres imperantes en España. Así, hizo interesarse a las demás mujeres por los vestidos, las modas, las joyas y las viviendas, cosa que se descuidaban de manera sensible en las duras condiciones de vida de aquellas personas. Sus doncellas fueron bien recibidas, si bien a ellas no les pareció de igual forma lo que allí se encontraron.
Sobre este punto, el Inca Gracilaso, refiere una anécdota sobre aquellas mujeres que acompañaban a doña Beatriz a las que en forma de agasajo, se les ofreció una fiesta a las que acudieron todas ataviadas con sus mejores galas y al objeto de que fueran siendo conocidas por los más destacados de los soldados de la zona.
A la vista del aspecto que estos heroicos soldados presentaban, marcados en sus cuerpos por las heridas de mil batallas, una de las doncellas, sin percatarse de que era escuchada dijo a una compañera: “Doylos al diablo. ¡Parece que escaparon del infierno, según están de estropeados: unos cojos y otros mancos, otros sin orejas, otros con un ojo, otros con media cara, y el mejor librado la tiene cruzada una y dos y más veces! Dijo la primera. –No hemos de casar con ellos por su gentileza, sino por heredar los indios que tienen, que según están de viejos y cansados se han de morir pronto y entonces podremos escoger al mozo que quisiéramos.”
El soldado que esto escuchó, después de comentarlo con sus compañeros, volvió a su casa, buscó un sacerdote y se casó con su amante india con la que ya tenía varios hijos.
Pero no fue ese el talante de doña Beatriz. Antes al contrario, supo ganarse el respeto y admiración de la población y el cariño de los indígenas, a los que dispensó el trato humano que su esposo, el Adelantado, les negaba constantemente. No poco tuvo que ver en la gobernación del territorio que, conocido como Guatemala, abarcaba en realidad todo lo que se conoce hoy como América Central.
Pero poco tiempo disfrutaría doña Beatriz de paz y felicidad, pues su esposo, hombre inquieto, no salía de una aventura cuando ya estaba metido en otra y así, consiguió una concesión para conquistar las Islas Molucas, en el Pacífico sur, al norte de Australia y entre Indonesia -de la que actualmente son una provincia- y Nueva Guinea.
Estas Islas son un archipiélago en el que ya había desembarcado Magallanes y del que partió hacia Filipinas en donde murió, continuando Elcano su viaje. Sobre la zona había una fuerte controversia por ver si pertenecía a España o Portugal, que según aplicación del Tratado de Tordesillas, decía tener derechos sobre ellas. Pero en España no se pensaba lo mismo y por eso se preparaba una fuerte expedición militar para hacer presencia en la zona y a ella quería acudir Alvarado que, con una flotilla de varios barcos esperaba en el Pacífico para hacerse a la mar, cuando fue llamado por el Virrey de Nueva España, el cual quería compartir la empresa, si bien antes debía sofocar una rebelión de varias tribus aztecas en el estado de Nueva Galicia, la actual Jalisco.
Alvarado se aprestó a ayudarlo y con sus huestes se dirigió a la zona, en donde el 24 de junio de 1541 entró en combate con los sublevados, que se habían refugiado en Nochistlan, una plaza bien defendida, rodeada de un terreno escarpado y poco propicio para el despliegue de la caballería, por lo que hubieron de retirarse. En esa retirada, un inexperto escribano que Alvarado había llevado desde Sevilla, Baltasar de Montoya, resbaló con su caballo y rodaron pendiente abajo, con tan mala fortuna que arrollaron a Alvarado, causándole heridas de las que el Adelantado pudo comprender enseguida que serían mortales.
El cuatro de julio, ya agonizante, hace testamente dejándolo todo a su esposa Beatriz, se confiesa y muere al día siguiente.

Alvarado herido, tal como se recoge en un códice. Junto a su cabeza, el Sol

Cuando el 29 de agosto de aquel año, la noticia llegó a Guatemala, llenando de consternación a todos, no solamente por la muerte del Adelantado, sino porque el Virrey Mendoza nombraba Gobernador al Obispo Marroquín y a Francisco de la Cueva, hermano de doña Beatriz.
El cabildo de Santiago de los Caballeros, reunido en cónclave, decidió que hasta no se nombrase por el Rey de España a un nuevo gobernador, éste derecho recaía en su viuda que por méritos propios había obtenido un puesto relevante en la sociedad.
Dicen que la viuda, al enterarse de la muerte de Alvarado, pintó su casa de negro, por dentro y por fuera y que al ser elegida democráticamente como la primera mujer gobernadora del Nuevo Continente, bajo el acta del nombramiento, escribió dos renglones que decían:
La Sin Fortuna.
Doña Beatriz.”
Su primera decisión fue nombrar a su hermano como regidor de Guatemala, cumpliendo así la orden del Virrey y se retiró a su hacienda.
Dos días después se desató un fuerte temporal de aguas, al que se unió un terrible terremoto que removió las entrañas de Centroamérica. La hacienda de doña Beatriz se vino abajo, a la vez que un alud de lodo y agua procedente del Volcán de Agua, se deslizaba colina abajo sepultando por tercera vez la ciudad de Santiago, capital de Guatemala y con la ciudad, la hacienda de La Sin Fortuna, sorprendiéndola dentro a ella y a varias de sus doncellas.
Ciertamente fue un gobierno corto, pero ejemplarizante para todos “aquellos y aquellas” que pretendan llegar a donde no les corresponde usando el recurso de las “cuotas”.

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