domingo, 31 de marzo de 2013

CUANDO LA TIERRA SE MUEVE


Publicado el 4 de julio de 2010




¡Vaya racha llevamos! A un invierno de lo más extremo en los últimos años, hemos de agregar también que uno de los más movido; y es que La Tierra no se está quieta. Se mueve por todas partes y en sus telúricos movimientos, arrastra miles de vidas, como si quisiera cobrarse un tributo por dejarnos vivir en su superficie.
Aparte las cuestiones sentimentales que toda catástrofe trae consigo, alejando de nosotros aquella idea de que cómo es posible que Dios, si existe, pueda permitir tanta calamidad y cualquier otra consideración que podamos hacernos y que no sean puramente científica, tenemos que convenir en que estamos viviendo un momento extremadamente delicado.
Se habla del calentamiento global que nuestro querido planeta está sufriendo como consecuencia de las emanaciones de gases que producen el efecto llamado invernadero y se dice que es esa la causa de las desaforadas tormentas con que se nos viene agasajando últimamente. A la sequía sigue la inundación y a las erupciones de los volcanes, los movimientos de la tierra.
A principios de este 2010, el día doce enero concretamente, Haití sufrió un tremendo terremoto que ha asolado al país y del que le costará mucho recuperarse. Hace unos días, el veintisiete de febrero, Chile ha sufrido otro sismo, de mayor intensidad y ayer, a media mañana, en Cádiz, se ha sentido temblar levemente la tierra.
La magnitud del sismo de Haití era de 7 grados en la escala de Richter, el de Chile de 8’8 grados; el de Cádiz no llegaba a tres.
Hoy, día cuatro de marzo, en el que escribo estas líneas, además de varias réplicas del maremoto de Chile, sufridas en diferentes partes del país, la Tierra se ha movido con fuerza en Taiwan.
En Taiwan, que es esa isla que antes se llamaba Formosa y que en tiempos fue conocida como la China Nacionalista, la Tierra se ha movido con fuerza y varias veces en el día, pero es que también se ha movido en Indonesia, Chile, Argentina, Filipinas y hasta en Alaska. Es decir, todo el Océano Pacífico está en puro movimiento. Veintitrés sismos de intensidad superior a 4 en la escala de Richter, ha contabilizado hoy el centro sismográfico de los Estados Unidos.
Treinta detectó ayer y cuarenta antes de ayer. Todos de magnitud superior a cuatro, lo que supone que son ampliamente perceptibles y con capacidad de producir daños importantes.
Cierto que la mayoría de ellos se detectan en la zona del Pacífico y parte de Asia, pero aún así, en el resto del Mundo también se producen.
Pero no era mi intención hablar de las tragedias, ni de los terremotos, sino de lo que estos movimientos de la tierra tienen de enigmáticos y de sorprendentes.
Nos han explicado todo eso de las placas tectónicas que flotan sobre el magma que ocupa el centro de la tierra. Esas placas se desplazan y chocan entre sí, produciendo los movimientos de la Tierra.
Pero a mí me da la impresión de que eso que nos cuentan ocurre muy adentro de las entrañas de la Tierra y que debe ser una cosa como muy lenta, que viene ocurriendo casi sin que se note y que en un momento, un choque más fuerte, una pérdida del precario equilibrio en el que se encuentran la placas flotantes, produce un pequeño movimiento, una vibración que se transmite en todas las direcciones y, como si toda la tierra que tiene encima lo fuera sujetando, conforme se acerca a la superficie, se va amplificando, hasta que, libre de la carga que supone soportar tanto peso y no teniendo por encima nada más que el aire, se encabrita como un caballo salvaje.
Pero todavía sigue habiendo algo que no me acierto a explicar. Los sismos más importantes suelen tener su epicentro a pocos kilómetros de profundidad. Entre diez y sesenta suele ser lo normal y a esa profundidad no hay placas tectónicas flotando sobre el magma.
Nos han enseñado que La Tierra es una enorme esfera que circula por el espacio y que está formada por un núcleo central (que en mis tiempos de estudiante se llamaba el NIFE, por estar supuestamente formado por níquel y hierro), núcleo externo, manto, manto superior y corteza. Estas dos últimas capas forman lo que se conoce como Litosfera, o capa superficial y dura de La Tierra; tiene un grosor que oscila entre los cien kilómetros, en la zona oceánica y los ciento cincuenta en la zona continental. Esta capa está flotando sobre el manto superior que tiene una profundidad de unos setecientos kilómetros. Y así, superponiendo capas, llegamos hasta los seis mil trescientos kilómetros de longitud que tiene el radio de la circunferencia máxima que resulta de seccionar la esfera terrestre tomando como referencia el eje de los Polos.
El punto en el que se libera la energía que posteriormente produce el terremoto, se llama Hipocentro y suele situarse entre los quince y los cuarenta y cinco kilómetros de profundidad. Pero puede haber terremotos cuyo foco sea más profundo, hasta los seiscientos kilómetros. El punto en la superficie terrestre que se encuentra en la perpendicular del Hipocentro, se llama Epicentro.
Quince kilómetros de profundidad, tomados sobre el nivel del mar, viene a ser poco más que la profundidad del Abismo Challeger, el lugar más profundo del Planeta, que fue descubierto por la fragata inglesa HSM Challeger en 1875 y de ahí su nombre.
Este Abismo se encuentra en la llamada Fosa de las Marianas, las islas del Pacífico descubiertas por Magallanes en 1521 y que en principio recibieron el sonoro nombre de Isla de los Ladrones. Más tarde, en 1667, España reclamó el territorio de manera oficial y las llamó Islas Marianas, en honor a la reina de España, Mariana de Austria, esposa de Felipe IV.
Estas islas las forman quince cimas de sendos volcanes ya extinguidos de escasa altura, pero si contamos la altura de dichas montañas, desde el fondo del abismo, nos encontraríamos ante las montañas más altas de La Tierra.
Pero tanto si el sismo se inicia a quince como a mil kilómetros de profundidad, se me antoja una distancia muy pequeña en comparación con el radio del que antes hablamos. Es decir, que es un movimiento muy superficial y sin embargo produce una gran devastación.
Predecir los terremotos ha sido una gran aspiración del hombre que se ha esforzado en idear un sistema que le permita detectar que las placas tectónicas se están moviendo y que en cualquier momento puede haber un sismo importante y en qué lugar se va a producir.
Una de las primeras personas interesadas en el estudio y predicción de los movimientos de La Tierra fue un científico, tan sabio como desconocido, llamado Zhang Heng que nació en el año 78 de nuestra Era en la ciudad china de Nanyang.
Con diecisiete años, abandonó su ciudad y se dirigió a la entonces capital del Imperio Chino del Este, Chagan en donde realizó estudios sobre las costumbres, las tradiciones étnicas y sobre todo, astronomía. Luego se desplazó con la corte de la dinastía Han, gobernante en ese momento, hasta la ciudad de Luoyang, en donde trabajó como funcionario.
Este científico, destacó en numerosos campos del saber y las artes, pues fue un renombrado pintor y un magnífico literato, pero fue la astronomía su asignatura preferida y en esa materia su contribución fue extraordinaria. Heng trazó mapas estelares en los que llegó a colocar de forma casi exacta, más de dos mil quinientas estrellas; en el año 123 corrigió el desplazamiento que el calendario había ido acumulando para adaptarlo a la realidad de las estaciones; explicó de manera científica la teoría de los eclipses y usó frecuentemente el número “π” que obtenía de la raíz cuadrada de diez.

Retrato de Zhang Heng en un sello de correos

Dictaminó que la Luna no emitía luz propia, sino que reflejaba la que recibía del Sol y de esa manera pudo explicar por qué razón el satélite dejaba de verse cuando se encontraba en zona de sombra que la Tierra le proyectaba.
Pero la mayor aportación a la ciencia fue un detector de terremotos que construyó y perfeccionó en el año 132.

Sismógrafo de Heng

Evidentemente, al examinar la fotografía, nadie puede pensar que el objeto en ella reflejado sea un aparato científico. Parece cualquier objeto de decoración, incluso de utilidad en el hogar, antes que un artilugio para detectar sismos, pero lo cierto es que esa era la utilidad y de hecho, se ha podido comprobar que funcionaba perfectamente.
En el año 119 se produjeron numerosos terremotos en la región de Luoyang, pero sobre todo, dos de ellos alcanzaron una elevada magnitud y provocaron numerosas víctimas. Preocupado por la forma de poder predecir los movimientos de la tierra, Heng se dedicó a estudiar el fenómeno, con el convencimiento de que algo se tenía que producir, previamente a que La Tierra temblara y que ese algo se podría detectar.
No sabía que clase de señal se emitía desde el interior de La Tierra, pero era más que conocido que muchos animales predecían los movimientos sísmicos y se ponían a salvo, otros demostraban una gran agitación que aparecía de forma inexplicable.
Indudablemente que La Tierra lanza señales de alerta que nosotros, los humanos, no percibimos y que otros animales si lo hacen de forma clara, tal como Heng había notado. Aún a hoy día no se pueden predecir los terremotos, pero si localizarlos, dimensionarlos y prevenir los efectos posteriores, de réplicas o tsunamis.
En su trabajo, el científico chino llegó a construir el artefacto conocido como Sismógrafo de Heng, que si bien no mide la intensidad del sismo, sí lo detecta e indica la dirección en la que se ha producido.
El aparato estaba construido como si de un jarrón se tratara, con un diámetro de unos dos metros y medio. Adosados al depósito central, que se elevaba sobre una amplia peana, había ocho dragones, debajo de los cuales, ocho sapos con las fauces abiertas, guardaban perfecta similitud. En su interior tenía una barra central que actuaba como eje vertical y ocho brazos horizontales, coincidentes con los dragones exteriores.
Todo el aparato estaba construido en bronce fundido y en la boca de cada uno de los dragones se introducía una bola, también de bronce.
Los ocho dragones se hacían coincidir con los cuatro puntos cardinales y las posiciones intermedias y sus patas, por las que se transmitían las ondas, se encontraban justamente en la circunferencia máxima del depósito central.
Todo el instrumento era una enorme caja de resonancia que multiplicaba el movimiento de las ondas sísmicas, sacándolas a la superficie del aparato y haciendo vibrar el correspondiente dragón que soltaba la bola introducida en su boca la cual caía en la boca del sapo.
Con este invento deslumbró a la corte imperial china que encargó varios aparatos que se fabricaron en diferentes clases de materiales, conjugando la cerámica y los metales preciosos y que rivalizaron en belleza y perfección, pero ninguno de ellos era capaz de detectar un sismo.
El día uno de marzo de 138, el dragón que apuntaba al Este, en la máquina de Heng, dejó caer la bola de su boca. Heng informó a la corte imperial de que se había producido un terremoto, pero nadie prestó atención a la noticia, pues no se había notado ni el más leve temblor de la tierra y la eficacia del artilugio se puso de inmediato en serias dudas. Pero cuatro días después llegó a la corte un emisario de la ciudad de Kansu, situada a más de seiscientos kilómetros, en donde habían padecido un sismo de considerables dimensiones. Examinada la bola que se había desprendido del dragón, señalaba exactamente la dirección en el mapa en el que se había producido el terremoto.

Bellísima réplica decorativa

El aparato diseñado por Heng fue destruido durante la invasión de los Mongoles que se inició con Gengis Khan y que terminó en 1279 con la proclamación de Kublai Khan como emperador de China. Las réplicas construidas en la época carecían de los detalles técnicos que hacían efectivo el aparato y no fue hasta finales del siglo XIX cuando un científico japonés construyó una réplica exacta, basándose en los trabajos de Heng. En 1965 se construyó otra que se exhibe en el Museo de Tecnología de Pekín y cuyo autor es un chino llamado Wang Zhenduo.
Mil setecientos años después de que el científico chino crease aquel sismógrafo, el británico John Milne inventó otro instrumento para medir los terremotos que aún tiene vigencia.
Heng también construyó un águila de madera que volaba y una carretilla que llevaba incorporado a la rueda un mecanismo capaz de medir la distancia recorrida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario