domingo, 31 de marzo de 2013

DOS MULADÍES REBELDES

Publicado el 26 de junio de 2011




Muladí es la palabra árabe que define al infiel que abraza la religión mahometana y que, igual que ocurriera en la zona cristiana, durante varias generaciones eran vistos con mucho recelo y no despertaban ninguna confianza.
El título de este artículo, hace referencia precisamente a dos “mahometanos nuevos” del siglo IX que se rebelaron contra Emirato Independiente de Córdoba, y al que tuvieron en jaque durante muchos años.
Empecemos por el primero que hizo su aparición en la Historia: Abd al-Rahmán Ibn Marwan Al-Djilliqui, “El hijo del Gallego”.
Procedía de una familia de conversos, que desde el norte de Portugal, se trasladaron a Mérida, en donde eran conocidos como “los Djilliquis”, es decir, los Gallegos.
Su padre, Marwan Al-Djilliqui fue nombrado gobernador de la ciudad de Mérida por el emir de Córdoba Muhammad I.
A la muerte de éste, su hijo Abd Al-Rahman, le sucede en el cargo de gobernador, pero pronto empieza a mostrarse rebeldía contra el emirato, llegando a la desobediencia abierta.
Su actitud provoca que el Emir envíe su ejército a sitiar Mérida y la ciudad tuvo que entregarse. Abd Al-Rahman fue obligado a trasladarse a Córdoba y allí vivió hasta el año 875, en el que regresó a su ciudad.
Pero su rebeldía continuaba y con el apoyo de buena parte de la población, se sublevó contra el emirato, refugiándose en el castillo de Alange, al sur de Mérida, en donde se hizo fuerte.
Pero el emirato no podía permitir rebeliones que ciertamente estaban prodigándose en toda Al-Ándalus y envió contra el rebelde a todo su potencial guerrero que le obligó a rendirse.
Le fue entonces aplicada una medida que hoy llamaríamos de confinamiento, obligándole a residir en un lugar conocido como “Batalyaws”, a orillas del río de los Patos que los árabes llamaron Wadi Ana.
Con él se trasladan casi todos los muladíes de Mérida, los cristianos y los beréberes descontentos. El obispo de Mérida abandona su sede para seguir al Gallego, asentándose todos en el lugar y dando inicio a la creación de la ciudad de Badajoz.
Desde allí y con el apoyo del rey astur-leonés, Alfonso III, el Magno, y del Señor de Oporto, Sadún Al-Surumbaki, se enfrentan al ejército del emirato que viene mandado por Hasim, su mejor general, el cual es herido y hecho prisionero por las tropas rebeldes que lo entregan al rey Alfonso.
El Gallego no cesa en su hostigamiento al emirato y llega hasta Lisboa, con intención de saquearla, pero es rechazado por las tropas que defienden la ciudad y obligado a volver sobre sus pasos.
La reacción del emir Muhammad I es previsible y Marwan, decide retirarse un poco y acercarse a las tierras cristianas, donde reina su buen aliado Alfonso, pero cuando el rey leonés decide liberar al rehén, previo pago de un potente rescate, el Gallego monta en cólera contra su aliado y retorna a sus territorios.
Ya han pasado ocho años desde el inicio de las hostilidades y en Badajoz, que se ha convertido en una ciudad, se dedica a organizar el territorio sobre el que ejerce su señorío y que llega hasta el Cabo de San Vicente.

Estatua de Manwar, frente a las murallas de Badajoz

Tal es su poder que Muhammad I le ofrece un acuerdo por el que lo nombra gobernador de toda aquella zona, que gobernaría como un principado. El acuerdo se mantuvo hasta el año 888 y gobernó como emir independiente, pero sin título, hasta su muerte que ocurrió al año siguiente.
Su hijo Marwan ibn Abd Al-Rahman le sucedió en sus mismas condiciones y se creó una dinastía que gobernó la zona hasta el año 930, en el que su descendiente Abd Allah II Ibn Marwan fue derrotado por el caudillo Almanzor.
La otra historia corre suerte paralela y aunque comienza posteriormente, termina un año antes que ésta.
Al sur de la ciudad de Ronda, existió una alquería llamada Torrichela, cuyo dueño era un noble hispano-godo, de los que permanecieron en sus tierras después de la invasión musulmana. Posiblemente sin mucha convicción, pero sí por mayor comodidad, se convirtió al Islam, adoptando el nombre de Yafar ibn Salim. Terrateniente adinerado, tuvo varios hijos, de uno de los cuales, Hafsun, que murió en una lucha contra un oso, que entonces abundaba en la Serranía de Rondas, tuvo un hijo que nació alrededor del año 855: un muladí llamado Omar Ibn Hafsun ibn Salim.
Omar era un joven de temperamento irascible y violento que al descubrir que uno de los sirvientes de la alquería, le estaba robando ganado a su abuelo Yafar, se enfrentó a él y lo mató.
Quizás no fuera una muerte en pelea limpia, pues seguidamente, Omar, se refugia en el Desfiladero de los Gaitanes, encontrando cobijo en una zona conocida como Mesas de Villaverde, en donde luego construiría un castillo que le serviría de refugio hasta su muerte.
Allí, con otros refugiados, huidos de la justicia, con cristianos resentidos y con otros rebeldes que ya abundaban, comenzó una etapa de delincuencia, asaltando y robando en los caminos y las alquerías de la zona, hasta que fue detenido y entregado al Walí, una especie de gobernador, de Málaga, que desconociendo la muerte que pesaba sobre él, lo castigo con azotes, dejándolo luego en libertad.
No está muy claro qué sucedió tras este incidente y mientras unos piensan que se marchó a Marruecos, otros opinan que continuó en los Gaitanes.
Lo cierto es que aparece hacia 880 al frente de una partida bastante numerosa e inicia la construcción de un castillo excavando la roca arenisca que formaba la cumbre de una colina y al que llamaron Bobastro, convirtiéndolo en lo que sería una fortaleza inexpugnable en aquella época.
Omar se reveló pronto como un estratega, lo que más tarde demostraría en las numerosas contiendas que llevó a cabo.
Tanto creció la leyenda de su nombre que el emir de Córdoba, Muhammad I, concedió perdón para él y su gente y los tomó a su servicio, como una especie de guardia pretoriana, participando en diversas batallas contra los reinos cristianos, en donde demostraron su valentía y arrojo.
Pero ni el prestigio militar ni la proximidad al emir, consiguieron que por parte del ejército y la corte, hubiera una aceptación del muladí, al que llegó incluso a faltarle lo más imprescindible para la subsistencia.
Harto de no ser atendido tras los días de gloria que él y su gente habían aportado al emirato, se retiró a su fortaleza, rebelándose contra el emir.
Con sus conocimientos innatos y lo aprendido en las batallas en las que participó, le costó poco apoderarse de las fortalezas de Mijas, Auta y Comares, en la provincia de Málaga y hacerse con un extenso territorio.
Con tácticas de guerrillas, va adueñándose de territorios y unos años después se extienden por parte de las provincias de Sevilla, Málaga, Granada y Jaén, alcanzando tal poderío, frente a la descomposición interna que está experimentando el emirato, que fuerza a que el emir le nombre gobernador de esos territorios.
Su poder fue creciendo y a su sombra seguían llegando descontentos con lo que su ejército aumentaba cada día, llegando a creerse tan poderoso que tuvo la osadía de llegar muy cerca de Córdoba, con la intención de asediarla y tomarla. El emir Abdallah ibn Muhammad, hijo de Muhammad I, le hace frente en Aguilar de la Frontera y Omar acepta enfrentándose a las tropas del emirato en batalla campal.
La batalla de Poley, nombre que entonces recibía Aguilar, celebrada el dieciséis de mayo de 891, supone una gran derrota para Omar que ha de retirarse a sus dominios, comenzando una etapa de declive.
Resentido contra todo, abjura de la religión mahometana y declara abiertamente su condición de cristiano. Ese acto le acarreará graves consecuencias pues comienza a ser abandonado por los beréberes que lo ven como traidor a su credo.
A pesar de perder apoyos continuó su lucha desde su fortaleza, en donde mandó construir una pequeña iglesia, única mozárabe que se conserva y más singular aún porque está excavada en la roca y en la que se bautiza con el nombre de Samuel.
Murió en 917 sin que hubieran podido vencerle y su hijo Suleymann, al mando de aquella tropa, consiguió mantenerse firme en Bobastro hasta que Abderramán III la conquistó en 928.
La toma de aquella fortaleza y la destrucción del último reducto rebelde, la dinastía de “Los Gallegos” en Badajoz supuso para Abderramán III una victoria de tal magnitud que fue decisiva para considerarse soberano y convertir el Emirato Independiente, en Califato de Córdoba, iniciando la época más esplendorosa de la cultura árabe en la Península Ibérica.


Restos de la fortaleza y entrada horadada de la iglesia





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