sábado, 30 de marzo de 2013

EL MISTERIOSO DISCO DEL PRÍNCIPE SABU


Publicado el  14 de diciembre de 2008




En la primavera del año 1936, el eminente egiptólogo Brian Walter Emery realizaba unas excavaciones en la zona arqueológica de Saquara. Esta llanura desértica se encuentra al sur de la meseta de Gizeh, famosa por ser el lugar en donde se erigieron las tres famosas pirámides: Keops, Kefren y Micerinos, como las hemos conocido siempre, por sus nombre helenizados; hoy, más técnicos y precisos, éstos nombre se han sustituido por los nombres egipcios de la personas que las mandaron construir: Jufu (Faraón de la IV Dinastía), Jafra (hijo del anterior) y Menkaura (sobrino de Jafra).
Emery trabajaba en la pirámide escalonada de Saquara que había servido de tumba al faraón Zoser, de la III Dinastía y por tanto mucho más antigua que todas las demás pirámides, a las que ha servido de modelo que los arquitectos siguieron siglos después.
Los egipcios utilizaron tres tipos de enterramientos, consecuentes con la categoría del personaje que lo iba a ocupar, aunque no siempre los monumentos funerarios albergaron cuerpos sin vida de célebres personajes, a veces, sirvieron exclusivamente como cenotafios, monumentos a la memoria. Estos enterramientos reciben el nombre de Pirámides, Mastabas e Hipogeos. Sabemos sobradamente lo que son las Pirámides; las Mastabas son troncos de pirámide, de base cuadrangular y de escasa altura; veinte metros tiene las más alta de las exploradas. Los Hipogeos son enterramientos excavados en las rocas.
La pirámide de Zoser, albergó a un poderoso faraón y está construida de forma que en un principio fue una mastaba, sobre la que se fueron agregando otras de la misma forma y tamaño más pequeño, lo que le dio el aspecto de escalonada, más parecida a las encontradas en Centro América.
En la exploración arqueológica que se realizaba en aquella pirámide, se descubrió la tumba de un personaje insignificante, llamado Sabu, dentro de la cual se halló un objeto tan extraño y fuera de lugar como enigmático, el cual causó sensación en el mundo arqueológico y cuya construcción, forma y utilidad nos está absolutamente vedada.
Este objeto es conocido como el Disco de Sabu y se trata de un extraño disco, con forma de volante, cóncavo, de sesenta y un centímetros de diámetro por diez de altura, tallado en esquisto y que aparece, como una especie de talismán, junto al sarcófago del príncipe.

El disco de Sabu
Vamos a centrar antes al personaje allí enterrado, para hacer luego un breve ejercicio de reflexión sobre el objeto hallado.
El Príncipe Sabu está perfectamente documentado y existió unos tres mil años antes de Cristo. Era hijo del faraón Adjuib que perteneció a la Primera Dinastía, de lo que se ha venido en llamar “El Egipto Arcaico”.
Muchas son las dudas que existen sobre la datación de los objetos encontrados en las excavaciones de Egipto, o de cualquier otro lugar, y muchas más las que irán surgiendo, conforme se avanza en los descubrimientos y a medida que los científicos y arqueólogos emplean procedimientos más modernos para la datación de los objetos, pues además del tradicional C 14, ya se usan Rayos X, sondas ultrasónicas, escaners, resonancias magnéticas y ecografías para escudriñar las entrañas de las múltiples cosas halladas. Conforme más se avanza en este campo, más se está en la creencia de que en Egipto sobrevivieron diferentes civilizaciones que, superpuestas, nos han dejado un jeroglífico cada vez más difícil de descifrar.
En este caso la incógnita es contundente: ¿cómo es posible la existencia de un objeto en forma de rueda, 3.000 años antes de Cristo cuando está demostrado y comprobado que la rueda la introducen en Egipto un pueblo llamado “Hicsos” aproximadamente entre 1.300 y 1.500 años después?
Y esta es una afirmación nada gratuita, pues está comprobado que los “Hititas”, un pueblo guerrero procedente de Asia, que conocían el hierro con el que fabricaban sus armas, muy superiores a las de bronce que era el metal comúnmente usado, desplazaron a los “Hicsos” de la zona que ocupaban, entre la actual Siria, Líbano, Palestina y Jordania. Este pueblo de guerreros busca por el sur la hegemonía que acaban de perder en el Medio Oriente y gracias a la utilización de la caballería, y sobre todo a los carros de guerra, vencen fácilmente a los egipcios, los que se ven obligados a convivir con el pueblo invasor.
Es evidente que los carros se mueven gracias a las ruedas, las cuales resultaban hasta ese momento desconocidas para los egipcios.
No es fácil explicar qué hace una rueda junto a la cabecera de la tumba de Sabu, por lo que se empieza a especular, primero con la propia rueda, luego con su extraña forma. Tal como se ve en la fotografía, el disco presenta tres lóbulos curvados que le confiere un aspecto parecido al de una hélice. Luego, su orificio central, en donde se enclavaría un eje que le permitiría girar, que es el cometido principal de toda rueda. De manera indudable, se colige que, este disco, formaba parte de un mecanismo más complicado y que dentro del mismo, el disco tendría una función concreta. Pero ¿qué mecanismo de estas características era puesto en funcionamiento por los egipcios hace cinco mil años?
Por otro lado, si el disco fuese de metal, se comprenderían los lóbulos curvados, fabricados mediante fundición o forja, pero al ser tallado en una roca como el esquisto, se elimina toda hipótesis que no sea la pura y artesanal talla, la cual debió efectuarse por alguien muy experto, pues esa roca, que pertenece a la familia de las “metamórficas”, se forma por presión continuada de otras rocas, por lo que sus granos son alargados y pueden separarse muy fácilmente, circunstancia que confiere a este mineral una característica poco apta para la talla que es la exfoliación, o facilidad para convertirse en hojas.
Cuando algo no tiene explicación, siempre se trata de encontrar la más simple o la más rebuscada, casi nunca se opta por buscar explicaciones sensatas, acordes con el entorno, la época y cuantos detalles nos puedan servir para tratar de encontrar razón a lo irrazonable.
Así, la explicación más simple de cuanta se han ofrecido es, ni más ni menos, que el disco en cuestión es una especie de candelabro o palmatoria, en cuyo centro se encajaría un hachón o una vela y que la única razón de su existencia es la puramente ornamental. Puede ser. Simple y desmitificador, que no explica la existencia de las tres palas curvadas nada más que por la estética del objeto.
La otra es fruto de una casualidad y llegó cuando alguien, que trabajaba para la firma de construcciones aeroespaciales Lockheed -aquella del famoso escándalo de década pasadas sobre sobornos a congresistas para que votaran por sus aviones-, al observar el disco, advirtió que en el interior del cárter de los motores de aviación, se colocaba un rotor casi igual al disco de Sabu.
Obviamente no fabricado en esquisto, sino en acero u otro metal apropiado a la función que hubiera de realizar. Pero esta idea presentaba una nueva incógnita: ¿qué ingenio hidráulico existía en el Egipto Arcaico hace cinco mil años?
No parece que esté ahí la explicación, pero es posible que la utilidad del objeto hubiera sido esa, si bien no en el tiempo en que se adoptó por el Príncipe Sabu, sino mucho antes, quizás en otra civilización más avanzada y que llegara a las manos de príncipe de una manera similar a como lo hizo a las de Emery.
Eso se explicaría por la superposición a la que antes me he referido y que habría colocado un objeto en una Era que no le correspondía.
Por último, una teoría muy socorrida, defendida con sumo ardor por los “ufologos”, disparatada o no, es algo que no se sabe, pues cada vez con más convicción, se apuesta por la presencia de seres extraterrestres en las civilizaciones primitivas. Se trata de explicar la existencia del disco con la presencia “ovni”, uno de cuyos artefactos voladores pudo sufrir un terrible accidente y del que solamente se pudiese recuperar una pieza como el Disco de Sabu. En el afán de deificar todo lo desconocido, aquella pieza pudo ser copiada y convertida en objeto de culto, talismán, o simplemente en la materialización de una fuerza superior e incomprendida. Lo que en principio sería una pieza de metal, afectada por la corrosión, pudo ser replicada en piedra, al objeto de perpetuar su presencia y con ella las virtudes que se le hubiera atribuido.

Vista lateral del Disco de Sabu

En el Museo Egipcio de El Cairo, junto a la Sala de las Momias, hay una pequeña vitrina en la que se expone el extraño disco de piedra, cuya inexplicable existencia sorprende a los visitantes, aunque personas que lo han visto en su expositor de la vitrina, pasaron ante él sin mostrar el más mínimo interés ni extrañeza.
Pero no es este el único objeto que resulta imposible de situar en los momentos históricos del contexto con el que forman un todo. Unos buceadores griegos, buscadores de esponja marinas, encontraron a principios del siglo XX los restos de un naufragio en las costas de la isla de Antikitera, al sur de la península del Peloponeso. El pecio era del siglo anterior al nacimiento de Cristo y a bordo llevaba la extraña maquinaria que se observa en la foto. Recientemente, astrónomos y científicos han determinado que se trata del “ordenador más antiguo del Mundo” y contiene información del Mediterráneo, desde Alejandría hasta la Península Ibérica.

El extraño objeto de Antikitera

Las piedras esféricas de Costa Rica, la esfera metálica de Sudáfrica y otros muchos objetos, engrosan la lista de lo que se ha dado en llamar “OOPAR”: Out Of Place Artefact, que traduciríamos como “Objeto fuera de lugar” y que aparecen en multitud de excavaciones, creando la confusión de los arqueólogos y científicos.
A veces su presencia carece de explicación, pero a veces resulta que el presunto descubridor no lo es y la cosa en cuestión ya fue descubierta con anterioridad. Falto del rigor que se emplea en las excavaciones actuales, la zona fue contaminada tiempo atrás por alguien que fue poco cuidadoso con el entorno, o simplemente carecía de conocimientos para determinar la importancia de su hallazgo, hasta el extremo de que éste pasase desapercibido hasta ser redescubierto.
En relación con el disco de Sabu, tras mucho cavilar sin hallar explicación plausible, se me ocurre pensar: ¿nadie ha sentido la curiosidad de hacer una réplica exacta, sumergirla en un líquido y hacerla girar? ¿Qué pasaría? A lo mejor, a tenor del resultado, hemos comprendido su significado.
En nuestra civilización no usamos ningún artefacto como éste, aparte del mencionado de los aviones, cuya existencia no está debidamente contrastada y que se basa en la exclusiva manifestación de un técnico de la compañía al observar el disco.
Quizás con una demostración empírica se aclarasen muchas cosas, o quizás nos quedásemos exactamente igual de perplejos.

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