sábado, 30 de marzo de 2013

EL PAN MALDITO Y EL SUDOR INGLÉS


Publicado el 11 de enero de 2009




Con estos dos extraños nombres se conocieron sendas epidemias de “pestes” que asolaron el mundo conocido, durante la Edad Media.
La Edad Media es el período mas largo de nuestra historia reciente. Abarca desde la caída del Imperio Romano de Occidente, en el año 476, cuando Odoacro, rey de los Hérulos, entró en Roma, deponiendo a su último rey Rómulo Augústulo, hasta el descubrimiento de América en 1492, aunque también se señala como final la fecha de la caída del otro Imperio Romano, el de Bizancio.
Fueron más de mil años que se caracterizaron por la enorme regresión que experimentó la cultura.
Partiendo de la Roma clásica, herencia del esplendor Helénico, el mundo se hundió en la oscuridad más absoluta, no volviendo a despertar hasta la pujanza cultural que aporta el Renacimiento.
Épocas de guerras, de Cruzadas, de retroceso en las costumbres, en la cultura; de fanatismo religioso y de Tribunal de la Santa Inquisición.
Pero también época que conoció la invención de la imprenta, el descubrimiento de América, el fin del feudalismo, la aparición de la burguesía y época, en fin, que sirvió de embrión de lo que vino a conocerse como la formación de los “Estados Modernos”.
En la Edad Media nada prosperó adecuadamente, como se diría en la actualidad, todo se quedó estancado y la medicina, fue una de las ramas del saber que más retroceso sufrió, en gran medida debido a las trabas de la Iglesia en cuanto a la experimentación con cadáveres humanos.
En esos momentos, la medicina no es una ciencia, es solamente una profesión. El médico no desea nada más que curar al enfermo, pero no se preocupa por conocer las causas de sus dolencias. La creencia de que la enfermedad es un castigo divino o una acción demoníaca, condiciona en gran medida a médicos, cirujanos, sacamuelas y curanderos y las prácticas sanitarias se sustituyen por invocaciones, plegarias y exorcismos.
En ese contexto, siniestro y desolador, algunas enfermedades se enseñorearon de las poblaciones, diezmándolas de manera atroz, sin que para combatir las epidemias se hicieran más que rogativas, procesiones, penitencias, misas y más misas.
Infinidad de epidemias desbastaron Europa durante la Edad Media, repitiéndose hasta la saciedad, y encontrando en la miseria y la falta de higiene de la población, el caldo de cultivo apropiado para su propagación. Casi se puede asegurar que las plagas se extinguían cuando ya no había individuos a los que contagiar. Mientras, prosperaban llegando a todos los rincones. El avance que experimenta la navegación, traslada enfermedades de uno a otros países y continentes, con una velocidad tremenda y lo que se inicia como un contagio aislado, en poco tiempo adquire el carácter de pandemia.
Las plagas mas conocidas, se debieron a tres enfermedades fundamentalmente, y de entre ellas, la mas y mejor conocida y estudiada es “La Peste Bubónica”.
También conocida como Peste Negra, se contagiaba por las pulgas y por las ratas que trasportaban las pulgas de uno a otro lugar. Esta terrible enfermedad se presentó varias veces durante aquellos mil años, pero fue en el siglo XIV cuando alcanzó su mayor virulencia, creyéndose que llego a acabar con la vida de un tercio de la población europea.
Pero esta gravísima dolencia que acababa con las personas después de un corto y doloroso proceso en el que los ganglios de las axilas, cuello e ingles se tumefactaban, creciendo desaforadamente y llegando a supurar (bubas, de ahí su nombre), ha sido bien conocida y diagnosticada, no ya en su momento, pero si de forma posterior y hoy está perfectamente descrita.
Pero hubo otras dos enfermedades, que son las que dan nombre a este articulo que no han corrido esa suerte y de hecho, en la actualidad, nada sabemos de por que se produjeron y por que desaparecieron. Bueno, eso no es exacto; de la enfermedad denominada del Pan Maldito, si que conocemos muchas cosas. Del Sudor Inglés, no se sabe casi nada.
Desde los siglos IX al XIV, se produjeron en Europa varias epidemias de una enfermedad que se conoció, en principio, como Fuego de San Antonio. Se trataba de una enfermedad mortal en la que los pacientes sufrían una especie de gangrena que secaba sus extremidades y acababa con la vida de las personas, cuando no los dejaba mutilados de manera horrible. Esto se producía entre dolores y “quemazones”, que hicieron que el vulgo denominara la enfermedad de la forma antes expresada.
No se conocía la causa de la epidemia que asolaba pueblos y regiones enteras y los afectados no tenían a su alcance otros remedios que los que su fe les aportaba. Los monjes de la orden de San Antonio crearon hospitales exclusivamente dedicados a estos enfermos y de esa relación, a la enfermedad se la conoció como ya se ha dicho. Pronto, las verdaderas causas empezaron a vislumbrarse, cuando alguna persona advirtió que los que comían “pan blanco” no contraían la enfermedad, mientras que los que lo hacían del pan común de las ciudades, fabricado con una harina de centeno, de color más negruzco, sí que caían inexorablemente enfermos.
La causa del mal procedía de las espigas de centeno, un cereal muy usado para consumo humano en aquellos años de escasez y miserias, pero que hoy se destina casi exclusivamente para el ganado.
En el centeno, vive parásito un hongo conocido como “cornezuelo del centeno”, un hongo venenoso con poderosos efectos vasoconstrictores, que cierra venas y arterias impidiendo la circulación de la sangre y produciendo la gangrena. Este hongo alcanzó tremenda popularidad a mediados del pasado siglo XX, cuando Hofmann sintetizó la Dietilamida del Ácido Lisérgico, más conocida como LSD y dicha sustancia se convirtió en la droga más psicodélica y alucinante de todos los tiempos.
Pues bien, desde siempre, el cornezuelo ha prosperado, parásito, en el centeno, instalándole en uno de los granos de la espiga del cereal, al que acaba por consumir, creciendo a su costa. Llegada la recolección, si el cereal no ha sido tratado, el cornezuelo entra a formar parte de la harina producida por la molienda del grano, confiriendo el tono oscuro que acentúa el ya color tostado del pan de centeno.
La enfermedad sería conocida en la actualidad por su nombre científico que es “Ergotismo” y que se pudo relacionar con la peste del medioevo porque ocurrió en Francia, concretamente en la región del Languedoc, un episodio sanitario que desentrañaría parte de la historia médica enterrada.
Recién terminada la Segunda Guerra Mundial, Europa estaba hambrienta y en 1951, aún el consumo de cereales no se había normalizado y muchas regiones europeas consumían pan de maíz, de mijo, de avena y centeno, en sustitución del tradicional pan de trigo.
Todo comenzó una mañana, en Pont-Saint-Esprit, un pequeño pueblo a orillas del rió Ródano, al norte de Avignon, cuando el propietario de la panadería Briand notó una coloración grisácea en la harina de las “baguettes” que hacía cada mañana. Como carecía de fuentes de abastecimiento alternativas, ya que en esa época la distribución de la harina en Francia era monopolio del Estado, prosiguió con su tarea acostumbrada, amasando y cociendo al horno. El 17 de agosto los médicos del pueblo comenzaron a atender a miembros de varias familias del pueblo que presentaban un síndrome particular que respondía a las mismas características. El trastorno comenzaba a manifestarse generalmente con dolores de cabeza, mareos y desorientación mental, y progresaba rápidamente con dolores gástricos y musculares, vértigo, náuseas, lipotimias y sensación de frío, a pesar del calor propio de la estación estival. Junto con esta sensación de hipotermia, algunos afectados se quejaban de dolores severos y muy ardientes en sus extremidades, que en algún caso culminaron en gangrena. Unas cuantas mujeres embarazadas sufrieron abortos, y en otras personas, el cuadro patológico se vio agravado con síntomas espectaculares que determinaban un comportamiento anormal y extremo de los afectados: histerismo violento, convulsiones “demoníacas”, hiperactividad motriz, alucinaciones visuales, ilusiones sensoriales, delirios, euforia, crisis deprimentes, accesos de locura e incluso tendencias suicidas. En fin, lo que es el cuadro de un mal “viaje de LSD”.
En veinticuatro horas las personas afectadas por la extraña enfermedad se contaban por decenas. Los informes de la época describen Pont-Saint-Esprit como una especie de escenario dantesco, donde había personas que aullaban y deambulaban aterrorizadas por las calles. La pesadilla alcanzó su punto álgido durante la noche del 24 de agosto que, más tarde, sería descrita por uno de los médicos, el doctor Gabbai como: “mi noche del Apocalipsis”. El testimonio de otro médico, el doctor Fuller, acerca de aquella fatídica jornada resulta impactante: “toda aquella noche trajeron al hospital a enfermos gimientes o aulladores, presa de visiones de violencia o de miedo”. Y también la mañana siguiente, durante las primeras horas del día, los afectados se sintieron “rodeados de llamas; los que se asomaron a las ventanas fueron deslumbrados por visiones violentamente coloreadas...”
Con algún retraso, los médicos empezaron a relacionar los sucesos de aquel pueblo con las epidemias de “Fuego de San Antonio” de la Edad Media. Retirada del mercado la harina de centeno, en unos meses, las cosas volvieron a la normalidad, aunque entre doscientas y trescientas personas habían perdido la vida en el último episodio de ergotismo que se ha registrado.
En la actualidad, suelen aparecer brotes de esta enfermedad que afectan exclusivamente al ganado. Se combate muy fácilmente con la fumigación de los campos de centeno con cualquier fungicida que destruya el hongo.

Espigas de centeno en las que se aprecian los cornezuelos

Entre 1485 y 1551, especialmente en verano o a principios de otoño, se produjeron brotes de la extraña enfermedad conocida como Sudor Inglés.
Su nombre se debe a que surgió por primera vez en Inglaterra, en aquel año y sus síntomas se iniciaban con la aparición súbita de escalofríos, fiebre, dolores y una enorme sudoración.
Las victimas eran hombres jóvenes, pareciendo que las mujeres, los niños y los ancianos eran inmunes a esta epidemia. Pronto se extendió por toda Europa, causando estragos entre la población masculina.
Se presentaba en dos facetas, una más leve, que remitía después de uno o dos días, sin grandes consecuencias y otra mucho más virulenta que acababa con la vida del paciente, por parálisis generalizada.
De la misma forma en que hizo su aparición, fue detectada por última vez en 1551 y hasta el día de hoy no se ha vuelto a producir enfermedad alguna que guarde cualquier semejanza con aquella extraña dolencia que respetaba a mujeres niños y ancianos.
Resulta curioso cómo esas epidemias fueron conocidas con el nombre genérico de “pestes”. Se debe esta denominación a una teoría médica que sostiene un afamado galeno de época algo posterior a la que estamos hablando. El medico italiano Giovanni Maria Lancisi, (1654-1720), estableció lo que el llamaba “teoría miasmática” para la propagación de algunas enfermedades. Esta teoría supone que las enfermedades infecciosas son debidas a las emanaciones de letrinas, alcantarillas, fosas sépticas y otros lugares de acumulación de miasmas, cuyo factor común suele ser el mal olor que desprenden. A las enfermedades infecciosas que poseían este mecanismo de propagación se las denomino genéricamente pestes y hoy usamos esa palabra para referirnos, además de a las grandes epidemias, a los olores desagradables, como los que emanan de los lugares antes relatados.



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