domingo, 31 de marzo de 2013

EL REY LOCO


Publicado el 16 de octubre de 2011




Desde unos años a esta parte, se han puesto de moda para las mujeres, unas botas altas que llegan hasta casi la mitad del muslo. Son una botas muy llamativas que confieren a cierto tipo de mujeres, un aspecto un tanto agresivo, pero tremendamente atractivo, o así me lo parece a mí.
Ciertamente por casualidad, mirando algunos cuadros con reyes y personajes de la historia me tropecé con el retrato de un rey bávaro del que no se ha hablado mucho, aunque el personaje merece un poco de atención y el cual, curiosamente, calzaba unas botas altas, como las que ahora están de moda.
En aquella pintura, el rey estaba vestido con uniforme militar, capa de armiño, guerrera con charretera y luciendo el toisón de oro, calzas blancas y botas de cuero negro hasta medio muslo.
Al ver aquellas botas en un personaje de hace siglo y medio, comprendí que esta moda que se ven en chicas, sobre todo jóvenes, altas y de piernas bonitas no era nada original y que sólo se había rescatado del olvido. Me parecía sorprendente que aquel rey hubiese llevado un calzado que ciento cincuenta años después volvía a estar de moda, con un diseño prácticamente igual al actual.
Indagando sobre aquel personaje que ya había despertado mi curiosidad, averigüé que se trataba de Luís II de Baviera, al que se conoció como El Rey Loco.

Luís II de Baviera calzando las famosas botas

Había nacido el 25 de agosto de 1845, en el seno de una familia real. Hijo primogénito de Maximiliano II, rey de Baviera y de María de Prusia, nieta del rey Federico Guillermo II de Prusia, era el heredero del trono.
En aquella época, tanto Baviera como Prusia eran dos estados jóvenes, localizados en el centro-norte de Europa y que, además, tuvieron una vida efímera.
Baviera existió desde 1806 hasta 1918, cuando el reino se disolvió tras la Primera Guerra Mundial y Prusia, desde un siglo antes, hasta el mismo momento histórico.
La capital del reino de Baviera era Munich, que sigue siendo la capital del Estado Federado de la República Germana que conserva el mismo nombre.
La inesperada muerte de Maximiliano II en 1864, convirtió al joven Luís en rey a la temprana edad de 18 años, situación para la que, evidentemente, no estaba preparado.
Como todos los jóvenes vástagos de las dinastías europeas, sobre todo los que por su primogenitura recibían el calificativo de herederos, había sido educado rígidamente, sometido a un régimen de estudios y ejercicios muy severo, pero a la vez, tremendamente consentido en otros aspectos, lo que, según sus biógrafos, le acarreó, a la larga, un comportamiento excéntrico, veleidoso, que le valió al final de su vida además del calificativo con el que pasó a la historia y la inhabilitación médica para gobernar.
Su vida se caracterizó por las consolidadas amistades que hizo con jóvenes de su mismo sexo, como con el aristócrata y actor, el príncipe Paul de Thurn y Taxis, que fue nombrado su ayudante de campo y con el que vivió una intensa relación amorosa, según se desprende de la correspondencia que se ha podido conservar y que, comenzó a deteriorarse cuando Paul empezó a demostrar atracción por las mujeres. Y ambos jóvenes, profesaron verdadera adoración por el compositor Richard Wagner, el cual marcaría la vida del rey, a la vez que la suya propia, pues Luís de Baviera se convirtió en su mecenas y protector, financiándole toda su carrera musical.
Quizás para dar celos a su querido amigo Paul, Luís se comprometió en matrimonio con su prima Sofía, a la vez que empezó una amistad muy íntima con Isabel de Baviera, esposa de Francisco José de Austria y más conocida como Sissí, la Emperatriz de cuentos de hadas, que a la vez era la hermana mayor de Sofía.
Cuando accedió al trono, como casi todos los monarcas de aquella época y de épocas precedentes, tenía unas ideas absolutistas, creyéndose capaz de gobernar un reino, por muy pequeño que este fuera, casi en solitario y sin más ayuda que las de unos pocos amigos y validos; poco a poco, su vitalidad gobernante fue perdiendo fuerza, hasta convertirse al final en un rey abúlico, retirado de toda vida política y viviendo en un precioso castillo que se hizo construir y al que obligaba a acudir a sus ministros cuando se requería su firma para sancionar alguna ley u otra importante intervención.
Atormentado interiormente, mantuvo durante toda su vida una lucha interna contra sus emociones, según se desprende de un diario que comenzó a escribir en 1869 y en el que se acusaba de sentimientos contrarios al dogma católico en el que había sido criado.
Sus relaciones sentimentales con hombres, llevadas mucho más allá de lo que pudiera ser una amistad, como la que mantuvo durante años con el caballerizo de la casa real, o con un actor húngaro llamado Kainz, o con el cortesano Alfons Weber, además del ya relatado con el príncipe Thurn y la rotura del compromiso matrimonial, delatan, para los estudiosos de la personalidad de este rey, su condición de homosexual, por eso, aunque se haya generado una cierta leyenda acerca de que mantenía relaciones con su prima Sissi, no parece que éstas tengan ningún viso de realidad.
Su amistad con el músico Richard Wagner, llevada mucho más allá de la mera admiración por su obra, le granjeó el distanciamiento de su pueblo, pues la familia del compositor, aprovechando la tremenda influencia que tenían en la corte, intervenían en la política y en la vida ciudadana y de una manera tal que el pueblo no estaba dispuesto a tolerar. Forzado por las circunstancias hubo de pedir a su amigo que se alejase de su vida y de su entorno, siguiendo las indicaciones de su familia y de sus escasos consejeros de gobierno. El distanciamiento con el músico le produjo una gran melancolía y poco a poco fue desencantándose de la misión de gobernar, alejándose de las responsabilidades inherentes a su condición de rey y de la propia corte y retirándose a su mundo particular, en el que encontraba sumamente a gusto.
Cuando se ha estudiado a este rey se ha llegado a la conclusión clínica de que era una persona que vivía en un permanente “cuento de hadas”. Ya su padre había sido íntimo amigo y admirador de Hans Cristian Andersen, el autor de cuentos como El Patito Feo, el Soldadito de Plomo y muchos más y el famoso escritor danés pasaba largas temporadas conviviendo con la familia real bávara.
Luego, la influencia del músico que si bien es más conocido por sus óperas, casi siempre inspiradas en cuentos y leyendas, fue también un magnífico poeta, ensayista y dramaturgo, coadyuvó a mantenerle en el etéreo espacio de las hadas.
Wagner se dio a conocer tras el estreno de sus óperas El Holandés errante y Tannhäuser, ambas inspiradas en leyendas, como luego lo fueron también El anillo del Nibelungos, Tristán e Isolda, Sigfrido y algunas otras como Las hadas, su primera ópera en la que escribió la letra y la música a la edad de veinte años y que ya lo dice todo en relación al mundo en el que solían desarrollarse.
Esa inmersión en un mundo mágico e irreal fue determinante en la vida de Luís de Baviera, el cual encontraban en su mundo interior la fantasía necesaria para diseñar y construir los castillos por los que, fundamentalmente, ha pasado a la historia.
Por el contrario de lo que se dijo en su momento, la construcción de los palacios no arruinó las arcas del estado, sino las arcas de su propia fortuna personal y familiar que invirtió completamente en la construcción de los tres palacios de los que ahora hablaremos.
Había nacido en el castillo de Nymphemburg, un palacio inmenso, de estilo barroco, construido a las afueras de Munich, residencia de verano de la familia real bávara desde hacía algo más de un siglo.
Su infancia y juventud transcurrió en el castillo de Hohenschwangau, nombre impronunciable para un palacio de ensueño situado en los Alpes Bávaros en una zona boscosa con lagos y árboles cubriendo todo el paisaje que componían una naturaleza idílica. El palacio lo mandó construir su padre, Maximiliano II y allí residió Luís al acceder al trono, compartiéndolo con su madre y su hermano Otto, que luego le sucedería.
En 1866, cuando ya ni los castillos ni las fortalezas tenían una justificación militar ni estratégica, que habían sido las causas de sus edificaciones, mandó construir en un lugar llamado Füssen muy cerca de la frontera con Austria, un castillo de estilo neogótico que originariamente se conoció como Nuevo Hohenschwangau.
Este castillo, tras la muerte del rey, fue vendido al Estado de Baviera que le cambió el nombre por el de Neuschwanstein.
Se trata, sin lugar a dudas de unos de los más bellos castillos jamás construido, con cierta similitud, aunque muy lejana, con el Alcázar de Segovia y que está edificado sobre una mole de piedra que contribuye a darle ese aspecto de lugar encantado.
El castillo participó en el concurso celebrado recientemente y que muchos de los lectores recordarán y en el que se trataba de elegir las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, quedando finalista junto con la Alambra de Granada, la Estatua de la Libertad, o la Torre Eiffel. El lugar concita una gran atracción turística y se ha convertido en el monumento más fotografiado de Alemania, más que la Puerta de Brandemburgo, de Berlín.

Castillo de Neuschwanstein

Pero no sació aquel castillo ni la imaginación, ni el afán de evadirse que inspiraban al rey y en un viejo coto de caza de su padre, medio ruinoso, mandó construir en 1874, un nuevo palacio. Este es un palacio pequeño, en relación a cómo eran los gustos del rey y resultó ser el único que al final de su vida viera terminado. De estilo rococó, el palacete de Lindehorf, de una gran belleza tiene clara influencia del palacio de Versalles, aunque denota la inspiración y el toque personal del monarca.
Al contrario de lo que se pueda suponer, tampoco aquel palacio satisfizo totalmente al veleidoso soberano que en 1878, cuatro años después, comenzó la construcción del que sería su más bella obra, el palacio de Herrenchiemsse, una maravilla arquitectónica en una de las islas del lago Chiemsse que tiene aún más influencia versallesca que el anterior y, para algunos doctos en Historia del Arte, muy superior al palacio que quiere imitar.
Lamentablemente, el rey, que seguía con verdadera devoción la construcción de aquel castillo, debió de perder la poca cordura que le quedaba en el largo proceso de edificación que duró siete años y a los nueve días de instalarse en su nuevo palacio, fue declarado loco e internado en una clínica mental a orillas del lago Starnberg, con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide.
En aquel establecimiento psiquiátrico, atendido por el doctor Gudden, pasó sus últimos días.
La tarde del 13 de junio de 1886, pidió a su médico que le acompañara a pasear por la orilla del lago, a lo que el médico aceptó, ordenando a los guardias que no le siguieran porque el rey, en los últimos tiempos, había dado muestras de una mejoría que se fortalecía con la confianza que el médico depositaba en él. Los dos hombres marcharon a pasear y no regresaron.
Las operaciones de búsqueda se iniciaron de inmediato y a punto de terminar aquel funesto día, fueron encontrados los dos cuerpos flotando en las aguas del lago.
Aquellas muertes levantaron muchas sospechas, pues Luís era un buen nadador y el doctor Gudden carecía de motivaciones para quitarse la vida.
Suicidio, concluyó la investigación realizada, pero muchos se preguntaron ¿de los dos?
La pregunta sigue en el aire. Su familia había actuado y su hermano Otto le sucedió en el trono. Luís, el último Gran Rey de Europa, como a su muerte alguno lo definió, se había convertido en una persona atormentada, misántropo e incapaz de gobernar: un verdadero estorbo en un estado moderno que pretendía formar parte del sueño teutón de unificar todos los reinos fragmentados de Alemania.
Llevaba muchos años refugiado en sus castillos, de los que ya no salía ni para asistir a los estrenos de las obras de su gran amigo Richard Wagner y es que sus castillos constituyeron todo lo que de la vida no pudo extraer.
Hay historiadores que analizando sus construcciones con mucho detenimiento, han llegado a la conclusión de que no son en absoluto obra de una mente distorsionada, sino muy clara y juiciosa quizás excesivamente influenciada por un cierto infantilismo que le hacía refugiarse en su mundo irreal, pero no la de una persona incapaz de tomar decisiones, o, en una palabra, gobernar.

1 comentario:

  1. Realmente preciosos los palacios. Hoy con mas medios se hacen cosas infinitamente peores.

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