viernes, 29 de marzo de 2013

EL TELÉGRAFO ÓPTICO


Publicado el 12 de octubre de 2008




Algunas veces me pregunto qué haríamos la inmensa mayoría de las personas que habitamos las zonas civilizadas de nuestro Planeta si de pronto desaparecieran los teléfonos móviles. Solamente los móviles, dejemos funcionando los fijos que nos acompañan desde hace casi cien años.
Me parece que habría incluso suicidios en masa, porque actualmente no entendemos la posibilidad de no estar conectados con nuestro entorno, aunque ese entorno esté a muchos miles de kilómetros de distancia.
Usamos el móvil para todo: para dar toques de atención, mensajes cortos, conversaciones, señalamiento de alarmas, agenda de trabajo y un sin fin de cosas más, entre las que pasar un rato divertido con los juegos que incluyen, también cuenta.
Pero, ¿qué ocurría antes?; ¿qué pasaba cuando no podíamos conectarnos sino a través del teléfono fijo, o el telégrafo? Recuerdo cuando existían las centrales de teléfonos, y los aparatos de las casas se conectaban a través de operadora. Quien no tenía teléfono y necesitaba hablar con alguna persona de otra localidad lo hacía a través de lo que se llamaba “aviso de conferencia”. Se iba a la centralita del pueblo y le decía a la telefonista -a la que por cierto veía a duras penas, agachándose ante una ventanilla de cristal esmerilado en la que se había practicado una abertura similar a la puerta de una iglesia en miniatura-: “quiero hablar con fulano de tal, que vive en tal pueblo, en la calle cual, mañana a las doce”. Se rellenaba un impreso y la telefonista lo comunicaba a su colega del pueblo en cuestión, desde donde se mandaba un recado al interesado, citándole en la centralita.
A la hora convenida, las dos personas estaban en lugares comunicados telefónicamente y las operadoras los ponían en contacto.
En veinticuatro horas, o algo menos, los interesados podían comunicarse. Si no era así, existían otros procedimientos: la carta tradicional y el telegrama, que llegaba a Telégrafos de inmediato y se repartía casi al instante, pero eso era para comunicaciones muy breves y casi siempre fatales.
Y así vivíamos felices, unos con teléfono en casa, otro ni eso y todos, sabiendo que cuando nos quisieran comunicar algo importante, ya lo harían.
Ya era un adelanto, porque ¿cómo fue en épocas anteriores? Hasta el siglo XIX, las comunicaciones fueron fundamentalmente visuales. El hombre tenía necesidad de comunicarse en la distancia y se usaban los sonidos, las señales de humo, los reflejos de espejos, las banderas y otros procedimientos, pasando por los correos de postas, a caballo, que recorrían los países en varias direcciones.
Uno de esos primeros correos de que se tiene noticia es el del ateniense Filípides, que recorrió a toda velocidad la distancia entre las ciudades de Maratón y de Atenas, para anunciar la victoria griega sobre las tropas persas de Darío I y apenas tuvo tiempo de dar la buena nueva y expirar, agotado por el esfuerzo.
El lenguaje de las banderas, que aún se usa en los barcos, aunque como residuo histórico, facilitó las comunicaciones sobre todo para los ejércitos y se llegó a perfeccionar de tal manera que vista su operatividad, dio pie a la invención de un sistema más desarrollado.
Es lo que se llamó Telégrafo Óptico. La idea era la de ir comunicando sucesivamente un mensaje, hasta que llegase al punto deseado. Para que el sistema funcionase necesitaba de una gran infraestructura. En primer lugar se construían las Torres Almenaras y las Torres Vigías, escogiendo siempre lugares prominentes y siempre una a la vista de su antecesora y la siguiente. Construir las torres no era tarea ni fácil, ni barata, en la época en que todo era artesanal, desde el corte de las piedras en las canteras, hasta su traslado, elevación en la construcción y fijación en la obra. Luego había que habitarla, pues cada torre, en horas del día, es decir, cuando se podían divisar de una a otra, tenían que estar permanentemente asistida por el encargado de su mantenimiento, profesión que recibía el nombre de vigía.
A una distancia conveniente una de otra, el vigía que recibía un mensaje lo anotaba e izaba una bandera de alerta, para que la siguiente almenara supiera que se le iba a transmitir un comunicado. Cuando el vigía siguiente advertía la bandera de aviso en el mástil de la torre antecesora, izaba su bandera de alerta, que quería decir que estaba preparado para recibirlo.
Entonces, el torrero anterior se lo comunicaba por medio de señales, en el lenguaje previamente aprendido y de esa manera, el que lo recibía lo enviaba a la siguiente.
Si todos estaban en sus puestos, prestos a percatarse de que la almenara anterior estaba a punto de transmitir y obraban con celeridad, una comunicación tardaba pocas horas en recorrer la Península.
Pero si algún vigía se dormía o flaqueaba en el celo profesional, el mensaje podía atascarse en aquella torre y tardar lo que el negligente centinela tardarse en retransmitirlo.
Telégrafo es una palabra que procede del griego y que quiere decir escribir a lo lejos. Para escribir a lo lejos, fue necesario que se produjese la primera revolución tecnológica de las comunicaciones y sucede en 1793, cuando el francés Claude Chappe pone en funcionamiento casi cinco mil kilómetros de líneas de comunicaciones que él denomina “telégrafo”. En reconocimiento a su invento se le nombró ingeniero por la Asamblea Francesa y desde entonces se le puede considerar como el primer magnate de las comunicaciones, título que luego han llevado muchos otros con evidentes menos méritos.
El primer telégrafo óptico español lo inventó el canario Agustín Betancourt en 1796, y consistía en un mástil con un travesaño que podía alcanzar treinta y seis posiciones diferentes, cada una a una distancia de diez grados de circunferencia. Cada posición tenía su nomenclatura y así era posible mandar un mensaje usando todas las letras de abecedario, mas una serie de señales previamente convenidas. El sistema era fiable y se complementaba con un catalejo que enfocaba desde la torre siguiente al mástil en cuestión, con una esfera en la que se marcaban los segmentos de circunferencia para que no hubiese error al interpretar el significado de cada posición.
Betancourt recibió la orden de poner en marcha una línea óptica de Madrid a Cádiz, pero por razones que no están bien explicadas, la línea llegó solamente hasta Aranjuez.
En 1805, era gobernador militar de Cádiz y Capitán General de Andalucía, el general Francisco Solano, el cual encargó al teniente coronel de ingenieros Francisco Hurtado, la creación de una línea óptica para vigilar la costa de Cádiz. Supervisado por el Ejército, se crearon las llamadas “Líneas Telegráficas de Cádiz” que usaron un “telégrafo” inventado por el propio Hurtado y que consistía en un mástil en el que se insertaban dos paletas colocadas a diferentes alturas y en cuyas posiciones podían girar de manera separada. Un sistema de poleas permitía manejarlas desde el pie del mástil. Cada paleta podía ocupar cuatro posiciones distintas en diagonal al asta, así como no aparecer, por ocupar una posición paralela al mismo, lo que suponía que combinadas entre las dos, permitían veinticuatro posiciones perfectamente distintas, con lo que se podían usar veinticuatro letras del abecedario, capaz para escribir cualquier palabra, o los primeros veinte números mas cuatro signos previamente convenidos.


El telégrafo de Hurtado con todas las combinaciones de las paletas

Durante el reinado de Isabel II, mediado el siglo XIX, llegó al poder el partido de los moderados, encabezado por el General Narváez, conocido como “El Espadón Loja”. Inmediatamente acometieron la modernización del Estado que supuso reformas de profundo calado y creaciones importantes, como la que se encomendó en 1844 a José María Mathé Araguas, coronel de ingenieros a quien se designó para poner en marcha un sistema de telegrafía óptica que uniese Madrid con Irún, con Valencia-Barcelona-Gerona y con Cádiz.
Tres líneas principales con distintos ramales como para cubrir buena parte de la geografía peninsular.
Dos años después, en el 46, se pone en funcionamiento la línea Madrid-Irún, con un ramal hasta el palacio de la Granja de San Ildefonso, en Segovia. La línea tenía cincuenta y dos torres.
La línea Madrid-Valencia fue la segunda en ponerse en funcionamiento a finales de 1849. Contaba con treinta torres y un ramal que llegaba hasta Cuenca, con otras ocho torres. Pero la cosa se detuvo ahí, porque la segunda parte, el ramal Valencia Barcelona parece que no llegó a funcionar de manera oficial y total, pues el tramo Castellón-Tarragona tuvo problemas y dio solución de continuidad a la línea, la cual fue desmontada tres años después.
En 1848 se terminó el primer ramal de la tercera línea, la de Andalucía, que llegó hasta Puertollano y dos años más tarde, hasta Cádiz. En 1851, se recibía con toda normalidad el telégrafo en Cádiz. La Línea andaluza tenía sesenta torres.

La línea de Cádiz

En el mapa se ven las torres de nuestra provincia: Torre Chica, en San Fernando, junto al Observatorio de Marina; Torregorda, en la curva de la carretera; Gobierno Militar de Cádiz; Cerro Cabezas, en El Puerto de Santa María; Cerro Capirete en Jerez y Montegil, próximo a El Cuervo, primer pueblo de la provincia de Sevilla.
Las torres de Mathé, que así se conocen, eran iguales o muy parecidas. Estaban situadas a diez o quince kilómetros unas de otras. Siempre en lugar de buena visibilidad, próxima a caminos y cercanas a zonas pobladas. Su construcción era como un fortín, con ventanas en cada cara y una sola puerta de entrada a la altura del primer piso, a la que se accedía por escalera de madera portátil, para evitar sorpresas a los torreros que vivían permanentemente en la primera planta. En la planta segunda estaba el lugar de trabajo, con telescopio acromático y los volantes de la maquinaria, escritorio del torrero y otros efectos necesarios. Sobre la cubierta estaba el telégrafo, más complicado que el Telégrafo Óptico de Hurtado, ya mencionado, pero con la ventaja de su mayor celeridad. La torre de Adanero, en la provincia de Ávila, que ilustra este artículo, es fiel muestra de la estructura que tenían las mencionadas torres.
Así y todo, tras el enorme esfuerzo realizado, en muy pocos años cayó derrotado por el telégrafo eléctrico.
El Telégrafo Eléctrico empezó a sustituir al óptico en 1855, comenzando por la línea de Irún; dos años después, la de Valencia-Barcelona y la de Andalucía.
Era el progreso y ante él, había que rendirse. Así lo entendió el entonces Brigadier, José María Mathé, que fue el primer impulsor del nuevo sistema de comunicación, más rápido, más eficaz, que suprimía intermediarios y que se comunicaba punto a punto, pero a veces muy inseguro, porque desde un principio, las comunicaciones se interpretaron por los grupos subversivos como un elemento del poder, al que había que debilitar a cualquier precio y los cables telegráficos, esparcidos por los campos y casi sin vigilancia, fueron objeto de muchos sabotajes que llegaron a producir enormes daños.

La torre de Adanero (Ávila) restaurada hace poco

Recientemente ha caído en mis manos un libro precioso cuyo autor es Carlos Sánchez Ruiz, que lleva por título: “La Telegrafía Óptica en Andalucía”, el cual, además de bien documentado, posee un material fotográfico de primera calidad y del que he sacado algunas de las fotos que ilustran este artículo que no tiene más finalidad que la de dar a conocer una realidad que está ahí, a la vuelta de la esquina y que nos habla de una época en la que los humanos tenían enormes dificultades para comunicarse.
Hoy nos parece imposible que las cosas hayan sido de otra manera: abrimos el móvil (celular dirían los hispano-americanos), vamos a la memoria, apretamos un minúsculo botón y nos comunicamos con un amigo que está de vacaciones en la Isla de Juan Fernández, en medio del Pacífico Sur. ¡Y eso nos parece la cosa más natural del mundo!


Torre de telégrafo de Cádiz en el antiguo Gobierno Militar



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