sábado, 30 de marzo de 2013

HISTORIA DE DOS CADENAS


Publicado el 1 de noviembre de 2009




Hace unos días, con ocasión de encontrarme en Sevilla para asistir a unas reuniones sobre cosas de mi trabajo, escuché de un compañero una historia relacionada con la Torre del Oro que me pareció curiosa, desconocida y que podía relacionarse con otra historia, completamente actual y de diferente contenido, pero igualmente muy desconocida que tuve la oportunidad de vivir cuando estuve destinado como Comisario en Zamora.
Empezaré por la historia más cercana en el espacio.
Si hay un monumento emblemático de la ciudad de Sevilla, es sin duda La Giralda, pero le sigue, a muy corta distancia, La Torre del Oro.
Esta torre, modesta, ha estado abandonada en varias ocasiones, incluso se pensó derribarla para ampliar la zona de acceso al populoso barrio de Triana. Afortunadamente la idea no cuajó, pues contó desde el principio con la oposición de todo el pueblo sevillano.
Había sido baluarte defensivo, almacén de riquezas que procedían de las Américas, prisión e incluso refugio de damas a las que cortejaba el rey. Hoy es un museo.
Pero ¿por qué aparece este edificio en el escudo de Santander?
No es un enigma; tiene una explicación y es muy sencilla.
Más antigua que La Giralda, la Torre del Oro debe su nombre a los reflejos que proyectaba sobre las aguas del Guadalquivir cuando la iluminaba el sol a la caída de la tarde, reflejos que en una reciente obra de conservación se comprobó que eran debido a las briznas de paja que los constructores mezclaron con el adobe usado en sus muros.
La historia contaba que muchos siglos atrás, en la otra margen del Guadalquivir, correspondiéndose con el arrabal de Triana, había otra torre, más modesta, pero igualmente importante en la defensa del río que se realizaba justamente en ese punto entre ambas torres.
De torre a torre se había tendido una gruesa cadena a la que estaban atados, como si estuvieran ensartados, numerosos barcos de pequeño o mediano porte, formando una especie de puente que a la vez servía de barrera para impedir el paso de otras embarcaciones a la zona amurallada y de defensa de la ciudad.
Entre la protección del río y las murallas del Alcázar, que rodeaban el casco de la ciudad de Sevilla, la plaza resultaba casi inexpugnable y en su asedio el rey castellano Fernando III, El Santo, estaba empeñando más tiempo y esfuerzos de los que en un principio pudo suponer.
De Cantabria procedía uno de los más insignes marinos de la época, Ramón Bonifaz Camargo, del que el rey tuvo conocimiento en la ciudad de Burgos y que tras comprobar sus cualidades marineras, le encargó la construcción de una flota con la que su ejército se pudiera auxiliar para tomar la ciudad de Sevilla.
Bonifaz, que debía su segundo apellido al lugar de ese nombre en la provincia de Santander, construyó en los careneros de Vizcaya y Guipuzcoa, una flota que rápidamente aprestó y condujo hasta el Golfo de Cádiz.
En agosto de 1247, Bonifaz se presentó en la desembocadura del río Guadalquivir con una escuadra compuesta por trece navíos de vela y cinco galeras. La travesía desde el Cantábrico estuvo plagada de temporales que vinieron a demostrar las dotes marineras de su almirante.
Enseguida, la flota musulmana le hizo frente para impedirle remontar el río, pero la derrotó, así como a una escuadra de aprovisionamiento que procedente del norte de África, llevaba refuerzos a Sevilla.
Despejado el horizonte de enemigos, la escuadra de Bonifaz inició la remontada del río, acompañado por las huestes del rey Fernando que le siguen por la margen izquierda. Llegados a las proximidades de Sevilla, el dominio sobre el río permite que las tropas del rey pasen a la otra orilla y ataquen el arrabal de Triana, muy fortificado y vital para la defensa de la ciudad.
Pero la acción decisiva y a la vez heroica de la flota del almirante Bonifaz, fue la rotura de la barrera, que usada también como puente, unía la Torre del Oro con la de Triana.
Esta acción la preparó Ramón Bonifaz de manera concienzuda. En primer lugar preparó dos embarcaciones a vela y remo, a las que fortaleció la proa, clavándole maderos muy resistentes a manera de coraza, con los que embestir la barrera de barcazas sobre el río.
Se buscó un día de mucho viento y en el momento en el que la marea estaba subiendo, para aprovechar la fuerza del aguaje y lanzando las dos embarcaciones a toda velocidad, consiguieron romper las cadenas y desbaratar la línea defensiva. Por el hueco se introdujeron las demás embarcaciones que formaban la flota, las cuales se desplegaron por el río, impidiendo todo intento de auxiliar al Alcazar desde la orilla de Triana.
Al unísono, el rey Fernando atacó las murallas por diferentes puntos, hasta conseguir entrar en el Alcázar.
El veintitrés de noviembre de 1248, fue entregada la plaza. Quince meses de asedio había costado una de las más gloriosas gestas de la Reconquista y la más importante hasta ese momento y hasta que muchos años después, se produjera la de Granada.
La cadena que cerraba el Guadalquivir la rompió un cántabro y quizás muchos de nosotros nos hemos extrañado sobremanera al examinar el escudo de Santander. Nuestra extrañeza proviene del desconocimiento de la propia historia.
En el escudo de Santander está la Torre del Oro y la cadena rota, una carabela y dos rostros.

Escudo de la ciudad de Santander

Nada más contiene, como se puede ver. Quizás pueda parecer poco, para la rica historia de una región en donde posiblemente se alojaron los primeros pobladores de la Península, pero a veces, lo poco, puede ser mucho.
Haber contribuido de manera tan eficaz y definitiva a la recuperación de nuestro solar patrio es tan importante o más que todas las otras gestas que cualquier pueblo puede haber realizado. La conquista de Sevilla marcó un momento crucial en la Reconquista, la cual no se concluyó antes, porque a la invasión pura y dura del Islam, en 711, siguieron años de fanatismo conquistador, pero fueron tantos los siglos empleados en expulsar de España a los musulmanes, que forzosamente ese afán conquistador pasó por unos momentos más álgidos y otros más relajados. Y así, durante muchos años, la convivencia amable de las dos culturas, la permeabilidad de las costumbres, la tolerancia de unos con otros, fueron haciendo menos necesario el expulsar a sangre y fuego a quienes estaban profanando nuestro suelo.
A Fernando III, el Santo, le sucedió su hijo Alfonso X, El Sabio, que dedico su vida a la cultura y al que debemos, en ese terreno, una deuda impagable, pero no avanzó demasiado en las tareas de la Reconquista. ¡Eso sí!: conquistó Jerez y Cádiz y estableció la Frontera por todo el sur. Su principal actividad, aparte de la cultura, fue la repoblación.
Y ahora, la otra cadena rota. No era esta una cadena defensiva, ni ataba nada, era simplemente una demostración de hasta qué punto, la estupidez humana puede crear un problema donde no lo había y durante muchos años.
En la historia de esta cadena también hay un río: el río Honor, que recorre tierras sanabresas del noroeste de la provincia de Zamora.
El río Honor, también llamado Contensa, es en realidad un arroyo al que no falta caudal en ninguna época del año. De aguas cristalinas y frías, desciende de las montañas de Sanabria, últimas estribaciones de los Montes de León y va hacia el sur, buscando el río Duero, del que es tributario. En sus orillas, y desde tiempos de Alfonso III, el Magno, en el siglo X, se fue asentando una población que tomó el nombre de aquel río, cuyo cauce riega fértiles tierras de labor y mejores pastos.
Enorme olmos de la variedad conocida como “negrillo” pueblan sus riberas. El río, en su discurrir, se introduce en tierras portuguesas, y en sus orillas siguieron asentándose los pobladores de la zona.

Imagen en la que se aprecia la línea de la frontera dividiendo al pueblo

Luego se trazaron las fronteras y quiso el destino que entre los dos países, se decidiese que la línea que los separaba, pasara por el centro del pueblo. Del lado luso, el pueblo se llama Río de Onor de Braganza, del español su nombre es Rihonor de Castilla. En la actualidad, es en realidad, una pedanía del ayuntamiento de Pedralba de la Pradería, municipio que abarca varios asentamientos y cuyo alcalde recibe el título de Alcalde Mayor.
Pero a los habitantes de ambos lados de la imaginaria línea les importó poco aquella decisión administrativa y siguieron desarrollando sus vidas de espaldas a la legalidad. Para ellos era poco significativo en qué país se encontraban y, ciudadanos de una parte, casaban con los de la otra, chicos de un lado jugaban con los del otro, las tierras de aquél portugués estaban en nuestro lado y los huertos de los españoles en el de los lusitanos. La mezcolanza era total y solamente una calle, mas bien un trozo de carretera que comunicaba las dos partes del pueblo, se había respetado a la hora de construir casas. En aquella carretera, una piedra clavada en el suelo señalaba que por allí pasaba la frontera que separaba a uno y otro país. En un lado, rústicamente pintada, una gran “E”, del otro, una “P”.
Pero un día en Portugal estalló una revolución. Se la llamó de Los Claveles y se inició el veinticinco de abril de 1974. Aquella revolución acabó con la dictadura de Salazar, la más larga de Europa y supuso muchas innovaciones en la vida portuguesa y una de esas innovaciones, la sufrió el pueblo situado en la margen del río Honor.
El teniente Piñeiro, de la guardia de fronteras, sin encomendarse a nadie, decidió que la frontera se cerraba, lo mismo que pasó con algunas otras fronteras oficiales en aquellos primeros tiempos y para eso colocó, frente a la piedra que señalaba el punto fronterizo, un poste de hierro y entre ambos, tendió una gruesa cadena.
Los habitantes de ambas poblaciones, unas ciento cincuenta personas, repartidas entre las dos partes, vieron con estupor cómo aquellos “guardinhas” les cerraban el paso hacia sus pastos, sus huertos o sus casas. Casas de dos plantas, construidas apilando piedras de pizarra y que en la planta inferior tienen el granero, la estancia para las vacas y la cuadra para las caballerías. En la planta de arriba es donde la familia hace toda la vida.

Típica casa de dos plantas fabricada con pizarras

Poco duró la separación, pues en cuanto se marcharon los militares, los habitantes de ambos lados se reunieron en concejo y decidieron dar solución al problema que se les había creado.
No había posibilidad de bordear la cadena porque por un lado el bosque y por el otro el río, lo impedían, así que se optó por la solución que dio un vecino.
No estaba en el ánimo de nadie molestar al señor teniente rompiendo la cadena, pero ellos tenían que seguir pasando de un lado a otro con sus bestias, sus carros o su ganado, y así, transportaron piedras y tierra e hicieron una especie de montículo con el que cubrieron la cadena y por la que pasaban de uno a otro lado, con el sólo inconveniente de tener que salvar una pequeña rampa.
La cadena, cubierta de tierra, quedó allí por espacio de muchos años, hasta un día en que los gobernadores civiles de Braganza, por Portugal y Zamora, por España, decidieron terminar con aquella arbitrariedad, máxime cuando por esas fechas se empezaba a hablar de la supresión de las fronteras interiores de la Comunidad Europea y así, el diecinueve de agosto de 1990, bajo la presidencia del entonces ministro de Trabajo, Carlos Romero, zamorano de Fuente Sauco y con asistencia de todas las autoridades de ambos países, se procedió a la rotura simbólica de la cadena, para lo que primero, hubieron de desenterrarla porque casi veinte años habían producido sus efectos y lo que en principio era tierra suelta, acabó siendo sumamente compacto.
Luego, todos juntos, nos fuimos a celebrarlo en un almuerzo de confraternización plagado de encendidos discursos.
Algunos habitantes, rihonoreses, como gustan llamarse, departieron con las autoridades a las que explicaron de qué forma se desarrollaban sus vidas. 
Entre ellos casi todo estaba casi todo superado, menos cuando había partido de futbol entre equipos españoles y portugueses. Entonces el personal se encontraba dividido.

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