domingo, 31 de marzo de 2013

LA BALA QUE LLEGÓ MÁS LEJOS


Publicado el 1 de agosto de 2010



Una de las muchas ventajas con la que contamos los que recibimos una educación centrada en el esfuerzo personal, el estudio, el sacrificio, la entrega y en la constante presencia de valores que entonces se consideraban fundamentales, es que tuvimos la fortuna de encontrarnos con magníficos profesores que aparte de transmitirnos sus enseñanzas, nos ilustraban con su extraordinaria cultura, con sus conocimientos, y, sobre todo, con su amenidad. Lamentablemente, buena parte de aquellos preceptos que se señalaban como indispensables en nuestra educación fueron dejando jirones de su esencia en el agreste camino por el que nos vamos conduciendo todos y por el que, me da la impresión, seguiremos algunos años más.
Guardo muy buenos recuerdos de algunos profesores que tuve a lo largo de mi vida estudiantil y tengo que reconocer que algunos de ellos me han marcado muy profundamente, hasta el punto de haberme referido a ellos en otros artículos anteriores. Uno de estos profesores, al que por desgracia disfruté por poco tiempo, fue un policía que daba clases en la Escuela General de Policía, cuando ingresé en el Cuerpo en el año 1969.
Se llamaba Eduardo Comín Colomer y no era un profesor cualquiera. Era el director de la Escuela y sobre todo era el hombre que más sabía en España sobre la Masonería.
Pero no es para hablar de Masonería para lo que traigo a colación a don Eduardo, sino para narrar una historia que contó un día en clase y que los acontecimientos que se están celebrando a día de hoy en Madrid, me los han traído a la memoria.
Hoy, a estas horas en las que cada día dedico un rato a la escritura, acaban de dar un reportaje por televisión sobre la celebración del primer siglo de existencia de una emblemática calle de Madrid. Hoy, cinco de abril de dos mil diez, hace un siglo y un día que se iniciaron las obras de derribo de los viejos edificios que imposibilitaban la comunicación de la calle de Alcalá, con las zonas norte de la ciudad; que impedía poner en comunicación los barrios emergentes de Argüelles y Salamanca y descongestionar la Puerta del Sol.
Realmente era un proyecto necesario, pero muy costoso porque se hacía preciso expropiar y demoler más de trecientos edificios, y una treintena de manzanas de casas.
En esa obra tan impresionante, el Ayuntamiento de Madrid realizó una ingente labor que hoy, su actual alcalde, ha rememorado.
Rebuscando entre mi memoria y entre los papeles que a veces inundan mi mesa, estaba seguro de que yo conocía al que en ese momento de la inauguración de las obras era el Alcalde de Madrid y, efectivamente, después de un rato de búsqueda, di con la persona, la cual fue personaje en una de las historia que conté tiempo atrás y que está recogida en mi libro, recientemente publicado denominado Retratos de la Historia. Se trataba de José Francos Rodríguez, más conocido como Juan Palomo, pseudónimo con el que firmaba sus muchos artículos en la prensa el que fuera médico, escritor y político de principios de siglo XX.
Como es natural, la inauguración de la obra requería de todo el boato necesario y por eso el Alcalde y el Presidente del Gobierno, en aquel momento José Canalejas Méndez, acompañaron a los reyes don Alfonso XIII y su esposa, doña Victoria Eugenia y a las infantas Isabel y María Teresa, que con la Reina Madre, doña María Cristina, dieron al acto todo el realce necesario. Después de escuchar los discursos de rigor, el rey descendió de la tribuna y con una piqueta de plata que le cedió el párroco de la iglesia de San José, comenzó a demoler, simbólicamente, la casa del cura, edificio anexo al templo.
Y se iniciaron unas obras que duraron años y años y que fueron embelleciendo una de las calles más emblemáticas del Madrid actual, aunque ciertamente en el momento presente ha perdido parte del prestigio del que gozó décadas atrás.

Foto coloreada del inicio de la Gran Vía

Y pensando en este acontecimiento y en las personas que en el intervinieron, fue por lo que me acordé de mi profesor Comín Colomer.
Este personaje es clave cuando alguien quiere documentarse sobre la historia de la Masonería en España. Cuando ingresó en el entonces llamado Cuerpo General de Policía, al terminar la Guerra Civil, fue destinado a una unidad dedicada a la investigación de la masonería y así recorrió toda España, interviniendo documentación, instruyendo diligencias, confeccionando informes y, en fin, adquiriendo unos conocimientos que luego fue plasmando, hasta el extremo de que en Biblioteca Nacional existe un fondo documental compuesto por toda clase de información, compendiado en más de diez mil quinientos volúmenes que tiene el nombre de Fondo Comín Colomer y que fue donado por su esposa a la muerte del policía y escritor, en 1975.
Es cierto que más que estudio sobre la masonería, la obra recopilada por Comín Colomer, está enfocada desde la perspectiva de la “antimasonería”, pues él se declaraba frontal enemigo de lo que suponía una secta gravemente peligrosa para España.
De todas las maneras, en los fondos bibliográficos, solamente setecientos volúmenes son referentes a la masonería, el resto está relacionado con el Comunismo, el Anarquismo, las Internacionales, el Sionismo y otros movimientos considerados proscritos en aquellos tiempos.
Pero don Eduardo, sea cual fuere su ideología política, era un profesor ameno, campechano, que hablaba y hablaba sin mirar jamás un guión y que embelesaba a la clase con sus explicaciones, una de las cuales he recogido para título de este artículo.
Y aunque piense alguien que me estoy enrollando en episodios discordantes, lo que es cierto, al final todo tiene su nexo de unión.
He dicho más arriba que era José Canalejas el Presidente del Gobierno, pues bien, este político lideraba el Partido Liberal Democrático, representando el ala más izquierdista de la sociedad política española de aquella época. Tan izquierdista como su sistema de gobierno, la monarquía, era capaz de permitir.

Retrato de José Canalejas

Pero aún así, Canalejas ha pasado a la Historia por su decisivo papel en la idea de la necesaria intervención del Estado en materia social y laboral, verdadero germen en el que luego se ha sostenido lo que se ha venido en llamar Estado del Bienestar. Otra de sus aportaciones fue lo que se dio en llamar Ley Candado, una ley que suponía la secularización de la sociedad con separación real y efectiva entre Iglesia y Estado, tan unidos en aquella época y que no aceptó el Vaticano, como es de suponer, pero que significó la inmediata limitación a la implantación de las órdenes religiosas y su expansión.
Otra aportación suya fue el servicio militar obligatorio, que ha durado hasta hace bien pocos años. La última y que continúa vigente es la opción que existe actualmente de jurar o prometer, cuando se toma posesión de un cargo público; hasta ese momento la promesa no se aceptaba como signo de compromiso.
Canalejas era Presidente del Gobierno el día 12 de noviembre de 1912. Esa mañana del frío otoño madrileño, salió de su casa en la Calle Huertas para dirigirse al Palacio de Oriente a despachar con el rey, regresando luego a su casa con tiempo suficiente como para bajar andando hasta el Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, en donde tenía convocado Consejo de Ministros. Poco antes de las once y media de la mañana y cuando sin ninguna escolta de protección llegó hasta la Puerta del Sol, se detuvo en el escaparate de la Librería San Martín, casi esquina con la Calle de las Carretas y ante la que el político solía detenerse a contemplar las novedades literarias.
Cuando estaba entretenido, leyendo los títulos de los ejemplares expuestos en el escaparate, un joven se acercó por detrás y desde su lado izquierdo le descerrajó tres disparos con una pistola Browning de grueso calibre. El primero de los disparos le entró a Canalejas por el lóbulo de la oreja izquierda y salió más o menos a la misma altura del lado derecho. Sus efectos fueron mortales de necesidad y el Presidente del Consejo de Ministros, como entonces se denominaba al Presidente del Gobierno, cayó al suelo. No por eso el asesino dejó de apretar el gatillo, pues otros dos disparos impactaron contra el cuerpo del Canalejas y contra la luna del escaparate, la cual saltó hecha añicos.
Dentro de la librería, su dueño fue alcanzado, quizás por el rebote de una de las balas, quizás por una esquirla del cristal del escaparate.
El asesino trató de huir, pero entre un guardia del Cuerpo de Asalto que casualmente pasaba por el lugar y el conserje de un edificio cercano, consiguieron acorralarlo, ante lo cual, el anarquista, posiblemente creyendo que no se libraría de un linchamiento, se disparó dos veces, cayendo al suelo mortalmente herido.
Canalejas fue retirado hasta el Ministerio de la Gobernación, el emblemático edificio de la Puerta del Sol, hoy sede del Gobierno de la Comunidad Autonómica de Madrid, pero los médicos que allí le asistieron no pudieron más que certificar su defunción.
El asesino fue trasladado a la Casa de Socorros de la Plaza Mayor, en donde fallecía pocas horas después, sin haber recobrado el conocimiento.
Entre sus pertenencias se encontró una cédula de nacimiento en la que se le identificaba como Manuel Pardinas Serrano, nacido en El Grado (Huesca) el día uno de enero de 1886. Era hijo de un carabinero y conocido como peligroso anarquista.
Cuando el rey fue informado del luctuoso suceso, se presentó en el Ministerio, en donde el cuerpo sin vida del político se había expuesto en un salón que desde entonces es conocido como Salón Canalejas. Recibieron al monarca todas las autoridades allí concentradas, entre las que estaba el Jefe Superior de Policía de Madrid, el cual se acercó al monarca para informarle que el asesino que había muerto, se encontraba fichado por la Policía de Madrid como un peligroso terrorista.
El rey, mirando despectivamente al Jefe de Policía, dicen que le respondió: “Pues sí que han vigilado ustedes bien”.
Cuando su esposa pudo por fin sobreponerse de la conmoción que le produjo la noticia de la muerte de su marido, contó a los presentes que Canalejas llevaba varios días preocupado y que al preguntarle ella cuál era el motivo de su zozobra, éste le había respondido que estaba temeroso porque se había perdido la pista de un hombre muy peligroso. Cuando ella le preguntó quién era, su marido le respondió que un anarquista al que controlaban en Francia y que había dado esquinazo al policía que le estaba siguiendo. Su esposa dijo que el Presidente le comentó que el anarquista en cuestión se llamaba Pardinas y que estaba seguro de que les daría algún disgusto.
Lo que quizás no podía imaginar el político es que el disgusto les fuera a caer tan cerca.
Cuando el profesor Comín relataba estos hechos, concluía desdramatizando un poco la historia con una especie de chascarrillo en el que más o menos venía a decir que tras el luctuoso suceso, los técnicos en balística pudieron comprobar que la bala que mató a Canalejas era la que había hecho el recorrido más largo de toda la historia, pues había salido de Sol, matado a Canalejas, atravesado la Luna y llegando hasta el cielo, hirió a San Martín.

Nota.- Un buen amigo y tocayo, José María de Vicente, experto en armas, me hace una aclaración que deseo incorporar. "La Browning en cuestión era del calibre .32ACP, en nomenclatura americana, que en su equivalencia europea sería 7,65X17SR
En definitiva, un calibre 7,65, pequeño pero "matón", por su gran capacidad de penetración".

No hay comentarios:

Publicar un comentario