sábado, 30 de marzo de 2013

LA CALLE DEL HOMBRE DE PALO


Publicado el 20 de septiembre de 2009




Así se llama una calle de Toledo. Una calle céntrica y muy transitada, del barrio antiguo, una de cuyas aceras la ocupa, casi por completo, la fachada de inmenso edificio que comprende la Catedral, el palacio arzobispal y los jardines. Si sigues esa acera, vas a salir a la Plaza de Zocodover, la más famosa de la Ciudad Imperial.
Una calle del corazón de una ciudad que, siglos atrás, tuvo una relevancia histórica de la que hoy parece que nos hemos olvidado.
Toledo fue la capital del Reino, que no se llamaba España, pero que lo era; Toledo, fue después, durante siglos, la ciudad más importante en lo político, lo administrativo y, sobre todo lo económico y lo artístico.
Toledo era la Escuela de Traductores, Toledo era el emporio económico y Toledo era, en fin, la cima del arte.
Luego lo fue Valladolid y más tarde Magerit, Madrid para los castizos, ciudad a la que Felipe II traslada su corte por el único hecho, intrascendente en nuestra época, de estar situada en el centro de España.
Siempre que he pasado por la calle del Hombre de Palo, me he preguntado quién sería este hombre al que se dedicaba una calle de la importancia que debería tener ésta, en el desenvolvimiento de la vida cotidiana de una ciudad como Toledo.
Fue en el siglo XVI cuando se le puso este nombre a aquel camino que bordeaba la trasera de los jardines del palacio arzobispal. Es posible que entonces fuera un lodazal en el crudo invierno de la Meseta y un secarral en el verano, tórrido, de la ciudad de los Cigarrales.
Situados ya en el lugar y en el momento, la investigación se centraba en la propia esencia del nombre de aquella calle. ¿Quién era el Hombre de Palo?
Recabando información fui focalizando el personaje, que resultó no ser un hombre, como sería de suponer, sino un muñeco, una especie de autómata que un inventor bastante desconocido, allá por el último tercio del siglo XVI, había construido en aquella ciudad, en la que vivía y en una casa de aquella misma calle.
El inventor era un personaje pasado por alto, como muchos otros que, en pleno Renacimiento, destacaron notablemente, pero al que las grandes figuras de aquel movimiento artístico y cultural, ensombrecieron para siempre.
Se trata de Juanelo Turriano, nombre por el que se le conoció desde que vino a vivir a España a Giovanni Torriani.
Había nacido en el año 1501 en Cremona, ciudad italiana situada en el norte del país, cerca de Milán y en la región conocida como Lombardía y llamado por el emperador Carlos V, se vino a vivir a España en el año 1554 y aquí permaneció hasta su muerte que tuvo lugar en Toledo en el año 1585.
Fue conocido como el Relojero del Rey porque, entre otras habilidades, Juanelo era un hábil relojero, pero además era astrónomo, ingeniero y sabio en el más amplio sentido de la palabra.
Sin embargo, su formación académica es más que dudosa, pues no existe constancia de su paso por universidades o escuelas en cuyas aulas se hubiera formado.
De cualquier modo, la Lombardía del siglo XVI es un emporio de sabiduría. La familia Sforza ejerce el mecenazgo de las artes y las ciencias y toda la región vive un inquieto despertar que se traduce en nombres que hicieron famosa aquella época.
Dicen que Juanelo ejerció de niño el oficio de pastor y que en sus horas libre se dedicaba al estudio, habiendo alcanzado cierta maestría en el arte de la astronomía, sin que hubiese aprendido nada, sólo por la observación que del cielo efectuaba cada noche, mientras cuidaba de su rebaño. Pero esa información es poco fiable, pues se sabe que estudió con Fondulo, un profesor de la universidad de Pavía, que fue quien le inició en la Astronomía.
Por otro lado, el mismo Juanelo manifestó alguna que otra vez que se había iniciado en el taller de su padre, Gerardi Torriani, en el que se construían y reparaban maquinarias y el cual ya tenía en su haber alguna que otra invención e incluso construcciones de artilugios diversos, de los que, desgraciadamente, se carece de información.
Siendo ya adulto, se trasladó a Milán, en donde ejerció el oficio de relojero construyendo relojes que le dieron cierto prestigio.
Su vida en la Lombardía hubiese sido mucho más desconocida de no haberse dado la circunstancia excepcional de producirse la Batalla de Pavía, entre Carlos V y Francisco I de Francia que tuvo lugar en 1525. La victoria española hizo que la Lombardía pasara a la corona de España y de esa manera, Carlos V, tuvo conocimiento de la existencia de aquel joven tan brillante.
Con ocasión de la coronación del monarca español como rey de Lombardía, en el año 1530 viajó a aquellas tierras, en donde el Gobernador de Milán, Ferrante Gonzaga, quiso obsequiar al emperador, cuyo gusto por los relojes ya conocía, con un famoso reloj astronómico llamado Astrium, que había sido construido en el siglo XIV por Giovanni Dondi y estaba considerado como una obra maestra de la tecnología mundial, pero que llevaba años averiado.
Ferrante entregó el Astrium a Juanelo para que lo reparase y éste, después de comprobar que su maquinaria estaba completamente oxidada y que faltaban resortes esenciales para el funcionamiento, informó al gobernador que el reloj era irreparable, pero si quería, podría construir uno similar, incluso mejorarlo.
Usando de todos sus conocimientos, incluso de su ingenio, construyó para el Emperador un reloj astronómico que se conoció con el extraño nombre de Cristalino, pieza única en su tiempo y que permitía conocer la posición de los astros en cada momento, lo que servía mucho para la práctica de la Astrología, tan en boga en aquella época.
Veinte años tardó en entregar su obra, de los que los últimos tres los había empleado en la construcción de las mil quinientas piezas que componían su mecanismo y su posterior ensamblaje. Los anteriores diecisiete fueron de estudio de los planetas, de los mecanismos del reloj y del diseño de las maquinarias que inventó para construir los engranajes.
De hecho, inventó un torno para construir las ruedas dentadas que las tallaba con extraordinaria precisión. Esta obra le dio fama en toda Europa, lo que unido a la admiración que había despertado en el Emperador, hizo que éste se lo llevara con él.
Sirvió a Carlos V hasta su muerte, acaecida en el año 1558, acompañándolo al retiro en el Monasterio de Yuste y atendiendo su colección de relojes, a los que el Emperador era muy aficionado. Sólo cuando fallece el monarca, regresa a Toledo.
Pronto pasará al servicio del nuevo rey, Felipe II, que le nombró Matemático Mayor del Reino, nombramiento que vino a darle un nuevo realce a la figura de quien ya estaba calificado como un sabio eminente.
Es durante esta época en la que Juanelo construye su “autómata”, su Hombre de Palo, con el que da nombre a la calle. No se tienen muchos datos de cómo era ese muñeco de madera que se movía por sí solo y no constan documentos que expliquen las características de este invento, pero indudablemente debió ser muy famoso en la ciudad y en toda la corte, como para que se le dedicase el nombre de una calle.
Siendo el muñeco de madera el que más ha contribuido a perpetuar la memoria del sabio, su principal obra fue un artilugio complicadísimo que, usando la fuerza de la corriente del río Tajo, elevaba agua desde el mismo, hasta el Alcazar Real, situado muchos metros por encima.
El mecanismo empezaba como una noria, cuyos cangilones suben el agua a un primer nivel. Luego, otro mecanismo que hace girar también la corriente del río, produce, mediante una biela, un movimiento de vaivén que se transmite a otros recipientes en forma de grandes cucharas que van subiendo el agua a distintos niveles, desde donde, por gravedad y conducida por unos arcaduces, va ganando peldaños en una especie de escalera hidráulica, hasta llegar al nivel del Alcazar.

Esquema del ingenio de Turriano

Este complicado artilugio fue repetido en otro punto de la ciudad porque aunque había sido contratado por el ayuntamiento de Toledo para dar agua a toda la población, se hizo llegar hasta el Alcázar, en donde el ejército se negó a compartir el agua con la ciudad, por lo que el ayuntamiento encargó otro artilugio a Juanelo, que también lo construyó.
Su fama de hombre sabio ya alcanza a toda Europa y cuando contaba más de setenta años y había demostrado su genio creativo e inventor, sus conocimientos de la física, las matemáticas y la astronomía, lo llaman desde el Vaticano para que forme parte de un proyecto de extraordinaria importancia.
El Papa Gregorio XIII, asesorado por un astrónomo jesuita, decide que es necesario hacer una corrección del calendario que hasta ese momento se estaba utilizando, y no duda en llamar a Juanelo Turriano para que se una a los otros astrónomos, matemáticos y relojeros que van a acometer la reforma del que se conoce como Calendario Juliano, en honor de Julio César que lo había instaurado en el año 46 antes de Cristo.
El nuevo calendario que saldrá de la comisión de sabios que reúne el Vaticano, continúa vigente a día de hoy y se conoce como Calendario Gregoriano, en homenaje a quien tanto empeño puso en la modificación.
Gregorio XIII, mediante una Bula, decretó, en el año 1582, en que se empezó a utilizar, que para corregir el desfase acumulado en mil seiscientos veintiocho años de uso del calendario Juliano, al jueves cuatro de octubre, le siguiese el viernes quince de octubre.
Con Felipe II, Juanelo se mete a ingeniero y asesora en la construcción del canal del Jarama y la presa de Colmenar, así como otra en Alicante.
Contratado como relojero por la corona, se le asignan cuatrocientos Ducados al año, y colabora en la construcción del reloj de la torre de lo que entonces se llamaba El Alcázar de Madrid y que luego ha sido conocido mundialmente como el Monasterio de El Escorial.
El hasta ese momento Alcázar y hoy Monasterio lo está construyendo Juan Bautista de Toledo, el arquitecto que lo diseñó, aunque a su muerte, Juan de Herrera concluyó la obra que al final, dio nombre a un estilo arquitectónico que lejos de ornamentaciones, es mundialmente conocido como Estilo Herreriano.
Se tiene en cuenta su opinión sobre el sonido que deberían tener las campanas del monasterio y se le encarga el diseño y la fundición de las mismas.
Es muy común entre los inventores de la época, atender a ingenios que hagan más fácil la extracción de minerales de las minas, principal fuente de riquezas, tanto en la Península, como en las nuevas tierras descubiertas y, así, como otros, diseña y construye mecanismos para drenar el agua que inunda las galerías y hace el trabajo si no imposible, mucho más difícil y complicado, además del riesgo que la presencia del agua produce en relación con corrimientos de tierra.
En el siglo XVII apareció un manuscrito de 483 páginas, en un solo volumen que fue muy estudiado en la época y en siglos posteriores.
Este manuscrito lleva por título: Los veinte y un libros de los Ingenio y Máquinas de Juanelo, los quales le mando construir y demostrar el Chatolico Rei D. Felipe Segundo, Rey de las Hespañas y Nuevo Mundo.

Fotografía de la portada del libro


Era en realidad una copia de otro manuscrito del siglo XVI, época que sí coincide con los años en que conviven Felipe II y Juanelo. Más recientes estudios, opinan que por el lenguaje empleado, no parece que Juanelo fuese el autor, lo que no quita para que lo dictase a un escribano que usara su propio léxico. También que la relojería, tema estrella de Juanelo, es escasa en el libro y por último que el autor describe zonas y pueblos de Aragón que Juanelo desconocía.
La controversia está servida y el eminente profesor Nicolás García Tapia, en un artículo muy documentado, escribe que ya en el prólogo, el ingeniero José Antonio García-Diego, creador de la Fundación Juanelo Turriano, detecta que ese códice no pudo haber sido escrito por el italiano y apunta a otro personaje de la época, un aragonés, tan sabio como desconocido, Pedro Juan de Lastanosa, como su posible autor.
No es intención de este artículo entrar en esa polémica, sino dejar a las claras la existencia de un hombre excepcional, muy adelantado a su tiempo, inventor prolijo, que aun no siendo español, se hizo en España y como otros sabios y artistas del momento, buscaron en la pujante sociedad española un lugar en el que desarrollar su arte, su técnica o su ciencia y que las telarañas del tiempos han ocultado quizás eclipsados por los gigantes intelectuales de la época.





No hay comentarios:

Publicar un comentario