sábado, 30 de marzo de 2013

LA COBARDÍA DEL LIBERTADOR

Publicado el 8 de marzo de 2009




Estamos acercándonos al segundo centenario de la Constitución de Cádiz y durante este tiempo se nos vienen recordando, constantemente, acontecimientos acaecidos en nuestra ciudad y en la de San Fernando, hermanadas en el espíritu liberal y reformista. Pero leyendo sobre la historia, observo que se ha dejado pasar un acontecimiento verdaderamente horrible, bochornoso, me atrevería a calificar, que tuvo lugar en Cádiz, el día 29 de mayo de 1808.
La historia hace referencia a un personaje digno de admiración llamado Francisco Solano y Ortiz de Rozas. Militar de profesión, llegó a ser el más joven y el más prestigioso de los generales españoles de la época.
Nació en Caracas, el día 10 de diciembre de 1768 y era hijo del Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela, don José Solano y Bote, marqués del Socorro y de una argentina, Rafaela Ortiz de Rozas y Ruiz de Bribiesca, hija del Gobernador de Chile.
Como se ve por su sangre, era, desde su nacimiento, persona importante, tanto que de muy joven fue enviado a la metrópoli para cursar estudios, haciéndolo primero en el Real Seminario de Nobles, de Madrid y luego en la Casa de Pajes del Rey, ingresando como cadete en el Regimiento de Reales Guardias Españolas de Infantería, en donde pronto fue ascendiendo hasta que, como Capitán, participó en la defensa de la plaza de Orán, considerada por los españoles como pieza fundamental en la defensa del Mediterráneo.
Cuando hacia el año 1793, se inician las hostilidades con Francia, recién convertida en República tras el ajusticiamiento de su Rey Luis XVI, Solano se encuentra destinado como teniente coronel de infantería, en Hostalrich, ciudad de la provincia de Gerona, en la comarca de La Selva, desde donde se centra la defensa de la frontera pirenaica, constantemente agredida por los franceses y que desemboca en la llamada Guerra del Rosellón. En agosto es ascendido a Coronel y le dan el mando del Regimiento Soria, con el que participa en multitud de batallas contra los franceses, en las que sale siempre victorioso. Por eso, al año siguiente es promovido al cargo de Mariscal de Campo.

El Teniente General Solano en un grabado de la época

En 1798, con treinta años, contrae matrimonio con Francisca de Matalinares y Barrenechea; en 1802, es ascendido a Teniente General y un año después, es nombrado Gobernador Militar interino de Cádiz y Capitán General de Andalucía.
Antes, ha estado con el ejército de Napoleón, en la campaña del Rhin, a las órdenes del Mariscal Moreau, en aquellos momentos general preferido de Emperador, pero dada la veleidad de éste, pronto le retiró su complacencia y cayó en desgracia. Solano le ofreció cobijo en su casa de Cádiz, en donde lo tuvo de huésped largas temporadas, mientras cruzaba el rubicón de su infortunio.
Su carrera ha sido meteórica pero el personaje es valedor de los cargos que ocupa y a su ya larga trayectoria militar, de sumo prestigio, adiciona la experiencia en táctica militar y gestión de medios que ha adquirido en el ejército francés y así, nada más incorporarse a Cádiz, habiéndose desatado una nueva epidemia de fiebre amarilla, procedente del continente americano que en el pasado había producido verdaderos estragos en la población, el General Solano adopta mediadas eficaces de cuarentena y aislamiento y la epidemia de fiebre, que se temía devastadora, es superada con notable éxito. Esta acción le vale su nombramiento definitivo como Gobernador de Cádiz.
Tras el desastre de Trafalgar, la flota hispano francesa se refugia en la Bahía de Cádiz a la espera de órdenes, órdenes que no llegarán, estando el gobierno francés pendiente de otros problemas de mayor calado, hasta que ocurren los incidentes del dos de mayo de 1808, momento en que los franceses dejan de ser nuestros “aliados” para convertirse en enemigos. La realidad es que el pueblo español nunca vio a los franceses como amigos, sino como invasores disimulados, queriendo imponer sus costumbres y apoderarse de España, mientras nuestra monarquía no hace nada para evitarlo. Así las cosas, se produce el alzamiento del Dos de Mayo y la chispa de la rebelión se extiende por toda España como un reguero de pólvora.
El pueblo gaditano quiere entrar en dialogo con los ingleses, cuya escuadra ronda las aguas del Golfo de Cádiz y quiere apresar la escuadra francesa, pero el General Solano no es partidario ni de lo uno ni de lo otro. Sabe que una batalla naval en aguas de la Bahía puede acarrear funestas consecuencias y sabe que es prematuro aliarse con Inglaterra, nuestro tradicional enemigo.
Por eso, no quiere armar a la población. No es partidario de las acciones improvisadas y como militar de carrera que es, confía en los ejércitos organizados, con mando y disciplina, no en las levas milicianas que al final devienen en desorden y confusión.
Con el fin de aplacar a la población que pide armas para combatir a los franceses, decreta un reclutamiento, pero la medida no es suficiente ante un pueblo enfebrecido, inflamado por las soflamas de los levantiscos y sediento de sangre y venganza contra lo que ya se considera un ejército invasor.
Adolfo de Castro, en su Historia de Cádiz y su Provincia, describe los acontecimientos de aquella mañana del 29 de mayo, ante las puertas del Gobierno Militar y lo hace no como estudio histórico de los sucesos sino como un relato prosaico, periodístico, más bien, recreándose en los detalles del mismo y cuya lectura es recomendable.
El pueblo gaditano no entendió a su gobernador y de inmediato lo tachó de afrancesado y de cobarde, pero el General Solano sabía bien lo que hacía y estaba de acuerdo con los demás jefes militares del ejército y la marina, en impedir que la población tomase las armas y se dedicase a ajustar las cuentas a los franceses allá donde se los encontraran.
Pero el populacho estaba encendido contra los “gabachos” y se concentró a las puertas del Palacio de la Capitanía Militar. Previamente, algunos exaltados habían entrado por la fuerza en acuartelamientos y en barcos y habían cogido algunas piezas de artillería, que llevaban en brazos, por falta de medios en donde transportarlas. Es curioso como de Castro, describe los hechos y como identifica a algunos de los más levantiscos como a “gitanos”.
Ante el edificio del Gobierno Militar, sito en la desaparecida Plaza del Pozo de las Nieves, se arremolina la masa. Solano sale a un balcón para dirigirse al pueblo y explicar sus medidas, pero no es escuchado. Mientras, el capitán de la guardia ha cerrado y atrancado las puertas, en un movimiento defensivo que de poco le va a valer.
Cuando la turbamulta increpa al Gobernador y pretende entrar por la fuerza en el Palacio, el capitán ordena una descarga de fusiles, que de momento consigue dispersar a la multitud que huye despavorida, pero al comprender que la descarga de fusilería no ha herido a nadie, porque los soldados han disparado al aire, por orden de su capitán, vuelven a la carga con renovados bríos. Entonces la guardia abandona sus posiciones y deja el edificio a la sola defensa de la resistencia de sus puertas, las cuales ceden al poco y los revoltosos invaden el edificio, rompiéndolo todo a su paso y arrojando a la calle cuanto se encuentran.
El capitán de la guardia y su batallón han desaparecido y el General Solano se encuentra solo frente a una muchedumbre vociferante, exaltada y con sed de sangre.
Parece un hecho inexplicable que una dotación militar abandone a su jefe, al que ya habían abandonado muchos otros, pero mucho más inexplicable resulta cuando conocemos que el mencionado capitán no era otro que José San Martín Matorras, conocido en los anales de la Historia como El Libertador, héroe nacional en Argentina, Chile y Perú, cuyas independencias consiguió y al que ya le dedique un artículo hace unos meses.

Retrato del General San Martín

Solano aprovecha la obcecación de la turba por destruirlo todo y consigue llegar a la azotea del edificio, desde donde pasa, a través de diversas terrazas, hasta la casa de una amiga, María Tucker, viuda de un comerciante irlandés llamado Strange, que lo acoge y lo oculta en un cuarto preparado como escondite para tiempos difíciles. Una especie de Habitación del Pánico, como ahora lo conocemos.
En su huída hasta dicho cuarto, Solano es perseguido muy de cerca por un personaje odioso, un cartujo renegado, llamado Pedro Pablo Olaechea, el cual trató de impedir que el General consiguiese refugio. Solano era hombre de mucha fuerza y en una lucha cuerpo a cuerpo con el cartujo, lo agarró y arrojó a la calle, produciéndole heridas de las que fallecería más tarde.
Pero aquel no era el día del General. Quiso la mala fortuna que una vez en la terraza, la multitud se preguntara a dónde había ido el Gobernador y entre los insurrectos, había un albañil que había participado en la construcción del referido cuarto secreto, el cual indicó el lugar en el que se podría encontrar. La señora María Tucker quiso negar su colaboración, pero fue agredida por la multitud, ante lo cual, el Gobernador abandonó su escondite, entregándose a los revoltosos que de inmediato lo prendieron.
En la plaza de San Juan de Dios había instalado un patíbulo en el que se habían ahorcado a algunos malhechores y la muchedumbre decide llevar allí al Gobernador y proceder a su ahorcamiento. Lo llevan caminando a ratos, a rastras otras veces, por las calles de Cádiz, haciendo de él toda clase de burla y escarnio, hasta que un amigo suyo, Carlos Pignatelli, habiendo observado que un individuo le ha inferido una cuchillada de feo aspecto, al grito de muerte al traidor, le da una estocada en el pecho que le produce la muerte inmediata, evitándole así el calvario al que sin duda alguna iba a ser sometido.
Dejando el cadáver en el suelo, la multitud se marchó, momento que aprovechó otro amigo, el Magistral Cabrera, para retirar el cuerpo y darle cristiana sepultura en el Cementerio, en donde, al día siguiente, llegó la comitiva que acompañaba el cadáver de Olaechea, que quiso la fortuna que ocupase el nicho de al lado del General Solano.
Qué participación tuvo San Martín en la resolución de estos acontecimientos, es una pregunta forzada a estas alturas, a la que por mucho formularla, desde las más diversas perspectivas, no se le puede encontrar contestación. Nadie sabe qué habría ocurrido al final, de haber actuado de otra manera, es probable que la multitud los hubiese matado a todos, pero es lo cierto que un militar se debe a su profesión y actos de cobardía como éste, no se olvidan. Un amigo de San Martín, el teniente coronel Juan de la Cruz Mourgeón, futuro presidente de Ecuador, lo sacó de Cádiz y lo condujo a Sevilla, donde se diluyó por algún tiempo, hasta que reaparece esplendoroso en las Américas.
Es más que probable que ese incidente no fuera olvidado jamás por El Libertador, del que se cuenta que conservó siempre colgado de su cuello una miniatura con la cara de su superior al que abandonó en unas circunstancias tan dramáticas.
Pero otra conclusión debemos sacar de lo ocurrido y esta vez nos debe ser mucho más próxima. Cuando se está hablando tanto del talante democrático, liberal, patriótico, que inspiró la resistencia numantina que se desarrolló en Cádiz, frente a la invasión francesa, bien está que recordemos actos como éste que empañan la brillantez de la época y proporcionan al ser humano ese otro perfil que nos avergüenza.

1 comentario:

  1. Sr. JOSÉ MARÍA DEIRA. Describir la historia sin miedo, lo mas objetivamente posible es una de las tareas más grandes que se puede hacer. Esto nos permite por medio de la lectura poder evaluar, revivir episodios y contrariedades de la misma historia que en nuestras latitudes se utilizan. Para hacer el intento burdo y vulgar de reescribir la historia a conveniencia de... Muchísimas Gracias por este y todos sus relatos.

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