sábado, 30 de marzo de 2013

LA MEDIA NARANJA


Publicado el 24 de enero de 2010



Se tiene por costumbre definir como Media Naranja a la mitad que nos falta para completar una pareja perfecta. Nuestra Media Naranja es el hombre o mujer ideal con quien compartir la vida. Incluso hubo programas de televisión que tuvieron este título y su dedicación estaba centrada en encontrar la persona que hiciera feliz al concursante.
Pero, ¿realmente la Media Naranja quiere decir eso?
Su uso está generalizado en la actualidad en el sentido en que se ha apuntado y nadie dará otra explicación si se le pregunta, pero hace unos siglos, cuando se decía de alguien que había encontrado su Media Naranja, para nada se podría suponer que había hallado la felicidad con la persona amada.
Hace ya algún tiempo que quería escribir sobre el tema que hoy abordo porque siempre he pensado que es verdaderamente apasionante, pero no encontraba la forma de introducir un equívoco que quitase dramatismo a la situación. Por fortuna, hace unos días, rebuscando entre viejos boletines y libros, he encontrado la clave.
Voy a tratar de explicarme.
El médico e historiador cordobés Luis María Ramírez de las Casas escribió en el año 1839, bajo el pseudónimo de Licenciado Gaspar Matute, un curioso compendio sobre los juicios celebrados por la Santa Inquisición, titulado: Colección de autos generales y particulares de fe, celebrados por el tribunal de la Inquisición de Córdoba.

Escudo de la Santa Inquisición

En ese compendio se relatan los juicios del Santo Oficio, unos más afortunados que otros y en algunos de los cuales se aprecia cómo a los torturadores se les iba la mano, y el reo, acusado pero inocente, moría del martirio a que era sometido.
En uno de esos interrogatorios, a los torturadores se les pasa la rosca y se encuentran con que tienen a un pobre hombre, inocente por más seña, que se ha muerto en la tortura y con el que no saben qué hacer. Así que, a las nueve de la noche, subrepticiamente, lo entierran en la cripta de la capilla de la Inquisición de Córdoba. Es evidente que no creyeron que aquel infeliz fuera un hereje, pues de ser así no lo habrían enterrado en sagrado, pero unas velas y veinte reales, arreglaron todo y aquellos santos varones, siguieron con su oficio sin recibir ni la más insignificante de las amonestaciones.
Siendo esto de una gravedad que pone el vello de punta, otro de los juicios que el historiador narra, con mucha más profusión de detalles de lo que en este artículo se puede destacar, es un juicio verdaderamente espectacular y que en su inicio, se describe así:
Lunes veinte y nueve de Junio de mil seiscientos sesenta y cinco se celebró auto en la Corredera, y fue uno de los más famosos que ha habido en Córdoba. Salieron cincuenta y cinco penitenciados, siete relajados en persona y quemados vivos dos hombres, y una muger dé unos veinte y cuatro años, pertinaz, cuanto se puede encarecer. Fueron relajados en estatua quince, y veinte y uno los que salieron con Sambenito entre hombres y mugeres, de éstos seis en estatua, por haber muerto, un casado dos veces y otra por el mismo delito; cuatro hechiceras embusteras, entre ellas una llamada la santa, natural de Granada, la más famosa hipócrita y embustera que ha salido en autos. Duró desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. Uno de los hombres que habían de quemar vivo y se llamaba Domingo Rodríguez de Cáceres, pidió misericordia, y por esto le dieron garrote y lo quemaron muerto. El otro, que quemaron vivo, se llamaba Jorge Mendez de Castro, portugués, vecino de Córdoba, y del mismo modo murió su muger más adelante. También quemaron un arca de huesos.”
Independientemente de la barbaridad que supone juzgar en unas horas a cincuenta y cinco penitenciados, los detalles que rodean lo que hoy llamaríamos un macrojuicio, son de aurora boreal.
El tribunal inquisidor visitó la ciudad de Córdoba, entendemos que a su Ayuntamiento, el día 31 de mayo, para hacerla partícipe del auto de fe y la ciudad, decidió invitar a la de Jerez de la Frontera, para lo que, importantes personas de aquella, se desplazaron a Jerez a visitar a sus “señores grandes”, y caballeros a estar presentes en “la festividad del Auto de Fe”, ofreciéndoles asiento en el cadalso y todo el agasajo que se les pudiera conceder.
El corregidor de Córdoba, don Manuel de Pantoja, preside un acto oficial celebrado en el Cabildo, que está compuesto por los llamados “Veinticuatros”, que serían los que en la actualidad llamaríamos concejales y en el que se decide la forma en que la ciudad debe dirigirse hasta la Inquisición y desde allí hasta el cadalso situado en la plaza de la Corredera. El asunto tenía tal importancia que fue sometido a votación.

Auto de fe de Pedro Berruguete

Deciden que los señores principales ocuparán lugar por su antigüedad e irán de dos en dos.
Luego se inicia una especie de sorteo o asignación de las ventanas que dan a la plaza de la Corredera, no para los veinticuatro componentes del cabildo, sino para sus familias, “a fin de que no se pierdan una fiesta tan deleitosa”. Y como el ayuntamiento solamente tenía veintitrés ventanas disponibles, había que eliminar a cuantas personas se pudiese, a fin de que las más principales estuviesen cómodamente alojadas.
Debió de formarse un buen jaleo, pues la ciudad decide posponer para una junta posterior la asignación de las ventanas y nombra a unos jurados que deben terminar hartos de las presiones recibidas hasta que, por antigüedad, van repartiendo cada ventana.
El incidente ya demuestra el interés y expectación por presenciar cómo van a quemar vivos a unos pobres desgraciados, pero siendo eso ya lamentable, lo es aún más la salvedad que en junta de 12 de junio decide la ciudad y es que, previendo que el auto de la Santa Fe durará mucho tiempo, es necesario disponer lo necesario para que los inquisidores y los integrantes del cabildo, puedan reponer sus fuerzas y así se inicia la preparación del ágape que tendrá lugar y tras debate, se decide que la ciudad siempre ha comido en una de las casas que posee en la plaza de la Corredera, pero que por no dar sitio a todos los componentes del cabildo, primero pasará a comer el Corregidor con los ocho caballeros más antiguos y así, en tandas regulares, todos fueran reponiendo fuerzas.
No hubo más discusión. Se nombró a un encargado de la intendencia, don Gaspar Herrera Cuevas y se consignó una partida para proveer las provisiones de boca así como todo lo necesario para la elaboración, compra, traslado y servicio de las viandas.
El tal Herrera lo debió hacer a las mil maravillas, gastando en dar de comer a los “Veinticuatro”, la cantidad de 11.547 reales y 18 maravedíes, una cantidad de la que hoy carecemos de referencia que nos la hagan asumible en tiempos modernos, pero que a todas luces parece realmente descabellada.
Ya de por sí resulta chocante que aquella gente tuviera ganas de comer mientras juzgaban a aquellos pobres desalmados, pero que además, con el olor de la carne humana quemada o los gritos de los torturados, se excitasen las pápilas gustativas, o se exacerbase la producción de jugos gástricos, es algo que produce horror.
Y es que, además, la cantidad de comida que se ingirió es digna de ser relatada: cuatro terneras, ocho jamones, treinta libras de carnero y criadillas, veinticuatro meolladas, ocho libras de albures, una canasta de guindas, una cesta de manzanas, ciento ochenta y seis pollos y doscientos cuatro panes, todo esto acompañado de una arroba de bizcochos, otra de canelones de canela y cinco de “amigotas” colaciones, y remojado todo con quince arrobas de vino y otras bebidas, en cuya composición entra la canela, el azafrán y la pimienta.
En el Libro de Cuentas de Propios, correspondiente a la fecha, en el asiento 75, puede comprobarse que todo estuvo debidamente gastado y justificado, constando la carta de pago y el finiquito y que dice:
Cuentas del gasto de la comida que se dio á los capitulares del cabildo de esta Ciudad de Córdoba el día del auto general de la fe que se celebró en esta Ciudad el día veinte y nueve de Junio deste año de 1665 años. Relación que yo Gaspar de Herreras Quevas, jurado desta Ciudad, doy á los gastos que hice en la comida que se dió á su señoría la Ciudad de Córdoba el día del auto general de la fe que se celebró en esta ciudad en veinte y nueve días del mes de Junio pasado deste presente año, que corrieron á mi cuidado, de orden y con intervención de los señores don Pedro Gómez de Cárdenas, vizconde de la Villanueva de Cárdenas, caballero de la orden de Calatrava, Comendador del Tesoro de la dicha orden y don Antonio Suarez de Gongora, caballero de la orden de Calatrava, veinte y cuatros desta ciudad y diputados nombrados por el cabildo de ella para dicho efecto, que los dichos gastos son los siguientes.”
Y a continuación hace una relación pormenorizada en la que no escapa ni un solo detalle de lo que cuesta cada cosa y de lo que se reembolsa por venderla cuando ya ha tenido su uso y así la madera, el yeso, la arena, los ladrillos y todos los elementos que se usaron para la confección del cadalso, el exorno de las casas de la plaza, con cristales, cortinas, velas y cuanto se pueda imaginar. Todo perfectamente detallado, hasta los gastos de reponer las cosas que se rompieron o las que los amigos de lo ajeno, aprovechando la confusión que debió reinar, se llevaron.
En la descripción de los gastos que se hacen en el cadalso, cuya robustez los inquisidores no quieren comprobar por sí mismos, se cita la cantidad de madera y las herramientas usadas, propias o alquiladas a quienes las pudieran tener y sobre todo y aquí es donde el título de este artículo tiene su justificación, se describe perfectamente la forma y construcción de La Media Naranja.
Porque ese es el lugar en el que los reos de la Inquisición se sentaban a presenciar el juicio y esperar a que les tocase su turno.
Qué deformación ha seguido la frase para llegar a tener el significado que en nuestro día se le da, es cosa que se me escapa, pero lo cierto es que en la época de la historia que he relatado, ese era el nombre que recibía lo que actualmente llamaríamos el “banquillo de los acusados”.
Que la Inquisición hizo verdaderos estragos es algo que a nadie se le escapa, pero que todos estaban tan contentos de que eso fuera así, es algo que se refleja en esta historia, y que del dolor y del sufrimiento ajeno, el pueblo llano y sus egregios representantes, hacían fiesta y jolgorio. Casi como siempre, nos hemos alegrado del mal que les pueda caer a los demás y por eso cuando algún pobre infeliz, tenido por brujo, bruja, hereje, apostata, adorador del diablo o cualquier otra tontería, era llevado al tribunal de la Santa Inquisición, el pueblo se alegraba: “ese ya ha encontrado su Media Naranja”.
O lo que es lo mismo: su lugar en el cadalso.
Un último apunte sobre la Inquisición: este tribunal fue creado para combatir a los cátaros, una secta de cristianos, también llamados “Los puros”, que profesaban una herejía conocida como Albigense.
El Papa Lucio III, en el año 1184, mediante la Bula “Ad Abolendam” crea el Santo Oficio y éste, cambia las condenas que hasta ese momento adoptaba la Iglesia, la mas grave de las cuales era la excomunión, por las torturas, las ordalías, el potro, la hoguera y todas las demás atrocidades que en nombre de la Dios y la fe se cometieron.
Por cierto, el Papa Lucio III se llamaba realmente Ubaldo Allucinoli.
¿De qué me sonará a mí este nombre? ¿Estaría alucinando?

No hay comentarios:

Publicar un comentario