domingo, 31 de marzo de 2013

LA PRIMERA FACULTAD DE MEDICINA


Publicado el 22 de mayo de 2011




Muchas veces leemos o escuchamos que la primera universidad creada en territorio de los reinos cristianos de la Península Ibérica, fue la de Salamanca. Eso no es cierto, aunque si lo es que ésta fue la más famosa de todas las que funcionaron desde el medioevo y hasta nuestros días, la que mayor fama ha conservado y desde luego, era y es, tan cristiana, que recibe el nombre de Universidad Pontificia de Salamanca.
Pero en justicia, es necesario decir que la primera, fue la de Palencia, que ciertamente, aún no recibía el nombre de Universidad sino el de “Studium Generale” y en donde la enseñanza estaba circunscrita a la Teología y al Arte, en varias de sus manifestaciones. Sus comienzos están allá por los años 1208 o 1212 y fue durante el reinado de Alfonso VIII de Castilla.
Pasando el tiempo, fue perdiendo esplendor y cediéndolo a otras como la Complutense o la propia salmantina.
De la misma forma, la primera facultad de medicina se creó en Salerno, Italia, ciudad que, para situarnos en el mapa, podríamos decir que está a unos cien kilómetros al sur de Nápoles, en la costa mediterránea.
Salerno es una ciudad fundada por los romanos en donde, en los últimos años del siglo IX, se creó la Escuela Medica Salernitiana, considerada como la primera escuela médica medieval y la principal fuente de conocimiento médico de occidente, en aquel tiempo.
Su creación coincide con la época de las Cruzadas, con el interés por el urbanismo, dejando a un lado el agro y, sobre todo, por el ansia de saber desde un aspecto laico, al margen de Iglesia que hasta ese momento e incluso luego, trató de controlar tan importante rama del conocimiento humano.
Sin ninguna ascendencia religiosa, la Escuela estaba abierta a cualquiera y ajena a sus creencias religiosas, por lo que judíos y musulmanes, principalmente, pero también de otras religiones, pudieron tener escaños en tan acreditado centro del conocimiento.
Por el mar que baña sus playas, llegaron hasta Salerno los escritos del persa Avicena o del cordobés Averroes o los de Constantino el Africano, que con sus conocimientos de numerosos idiomas, tradujo al latín los principales tratados de medicina.

Miniatura que representa a la Escuela

La mayor innovación que aquella Escuela aportaba a la medicina era que su enfoque académico estaba dirigido principalmente a la práctica y la experiencia, pero sobre todo, si aquella tuvo una característica especial es por la presencia de mujeres en la práctica, el aprendizaje y la docencia.
En varias ocasiones, he hecho referencia a mujeres que se ganaron un lugar en la historia, en las artes o en la política, a base de esfuerzo personal y, sobre todo, de valía, cosa que dista mucho de la situación actual en la que los derechos de cuota, hacen prosperar no a los mejores, sino a quien por sexo corresponda.
Cuando vemos mujeres, ciertamente escasas, que han escalado las más altas cimas del saber o del poder, no podemos dejar de sorprendernos, porque hasta hace bien poco, las sociedad occidental tenía muy encorsetados los roles que a cada sexo correspondía, y lo mismo sigue ocurriendo en muchas otras culturas, algunas no muy lejanas a la nuestra.
Pues bien, en la Escuela Medica Salernitiana, la mujer ocupó un lugar destacado, sobre todo en las ramas médicas de obstetricia y puericultura, únicas que les estaban permitidas a las mujeres en el resto de escuelas y centros de estudios pero que en Salerno fueron capaces de abrir al resto de las especialidades médicas. El destacar en esos dos campo ya expresados tenía una razón lógica y venía propiciado, en el caso de la ginecología por el enorme desconocimiento que los varones tenían sobre la fisiología femenina y el escaso interés que despertaba profundizar en su conocimiento; y en el de la puericultura, por la mayor proximidad entre la madre y los hijos que el de éstos con los padres.
Desde la perspectiva de la práctica, la obstetricia se realizaba sobre todo, o casi exclusivamente, por mujeres, las célebres comadronas que ayudaban a las mujeres a parir y que sus escasos conocimientos sobre el fenómeno del parto, eran transmitidos de madres a hijas sin excesivo, por no decir escasísimo, rigor científico. Cosa similar ocurría con la puericultura.
La primera mujer que manejó conocimientos que fueran más allá de la mera tradición oral y que por ende, ejerció la docencia de aquella escuela de Salerno, fue Trotula De Ruggiero.
Aunque en la actualidad el nombre de Trolula o Trotta, que parece fuera su diminutivo, nos resulte sumamente extraño, era un nombre muy común en los albores del segundo milenio.
Trotula vivió a finales del siglo X y principios del XI y hasta que hace su aparición en la Escuela de Medicina, no existe sobre ella documentación alguna que nos aproxime a su lugar de nacimiento, familia y otras circunstancias siempre interesantes de conocer.
Recibió primero enseñanza en la Escuela de Salerno y luego pasó a colaborar en la docencia, impartiendo clases sobre las materias de su especialidad.
Esta mujer se hizo rápidamente famosa por haber escrito, en latín, un tratado bastante riguroso sobre la menstruación, la concepción, el embarazo y el parto, así como del control de la natalidad y que, conocido como el Trotula Major (Passionibus Mulierum Curandorum), sirvió de base para los estudios de esa especialidad médica hasta el siglo XVI.
El tratado consta de sesenta y tres capítulos en los que desgrana con precisión determinados aspectos relacionados con la ginecología y la sexualidad, usando un lenguaje propio y muy poético en el que, por ejemplo, habla de la menstruación como “flores que anuncia la posibilidad de fruto”. No se sabe dónde adquirió el conocimiento que suplementa lo que aprendió en las aulas de aquella escuela porque sus escritos parecen muy avanzados para su tiempo, como cuando recomienda el uso de opiáceos para mitigar los dolores del parto o cuando afirma de forma rotunda que los impedimentos de algunas mujeres para concebir hijos no eran imputables exclusivamente a ellas y que el hombre también podría ser causante de la infertilidad de la pareja.
Otra obra de esta insigne médico, trata sobre cosmética y, sobre todo, del cuidado de la piel y la prevención de enfermedades dermatológicas, tan corrientes en aquella época en las que la falta de higiene y la escasez del jabón, propiciaban innumerables afecciones cutáneas, algunas de las cuales llegaban a ser fatales. Esta obra es conocida como Trotula Menor y en ella, además de tratar las enfermedades desde el punto de vista clínico, da algunos consejos y formulas, a la manera que hoy entendemos, relacionada con la belleza femenina. Por ejemplo, habla de una crema para eliminar las arrugas o un lápiz labial, a base de miel, jugo de remolacha, calabaza y agua de rosas; una especie de dentífrico o colutorio bucal para mantener blanca la dentadura o cuales deben ser los cuidados del cabello o la forma de teñirlos para lucir colores deslumbrantes.

Grabado sobre el baño en el Trotula Menor


Aunque ni aquella Escuela, ni Trotula, se definieran como cristianas, aún el pensamiento bíblico impregnaba a la docente como cuando decía que a consecuencia del pecado original, la mujer era más propensa a contraer enfermedades y que esa era la razón por la que necesitaba una mayor asistencia médica.
Trotula se casó con un médico, Johannes Platearius, uno de los fundadores de la Escuela y tuvo dos hijos que igualmente siguieron la vocación familiar: Johannes, el Joven y Mateo. Parece ser que murió alrededor de 1097.
No fue esta la única mujer que destacó en el elenco de aquella Escuela, pues debieron ser años de enorme progreso en el pensamiento liberalizador de la mujer y lo cierto es que a sus aulas y no ya como médicos de mujeres y niños, sino como cirujanos y especialistas en general, llegaron mujeres que han pasado a la historia como la que se conoce como Abella que escribió un tratado sobre la “bilis negra” y otro sobre la calidad del semen humano; Mercuriade que se ocupaba de la cirugía y escribió sobre los ungüentos; Rebecca Guarna o Francesca Romana, de la que se conserva el diploma de doctora en medicina, etc.
La fama de Trotula trascendió fronteras cuando en el siglo XII, el monje normando Orderico Vital, en su Historia Eclesiástica, relata un pasaje de un famoso médico de la época que llegó a Salerno atraído por la fama que estaba adquiriendo su Escuela de Medicina y allí conoció a una comadrona de la que dice que jamás había conocido a médico más experto que ella.
Pero luego comenzaron a circular algunos textos en los que se le atribuían prácticas supersticiosas y charlatanas, sin otro ánimo que desacreditar a aquella sabia mujer cuyos libros fueron traducidos a todos los idiomas importantes de aquella época y con la llegada de la imprenta, impreso en Estrasburgo en 1554 y distribuido a casi todas las escuelas de medicina.
De la trascendencia que tuvo en aquella época la Escuela de Salerno y lo que supone para la innovación e investigación en el campo de la medicina, da buena muestra un hecho de suma importancia aún en nuestros días y que tuvo su génesis allí: se trata del análisis de la orina.
Se ha mencionado antes a Constantino el Africano, un cartaginés que terminó profesando hábitos en el cercano convento de Monte Casino, pero que fue fundamental para la Escuela. Éste, tradujo una obra del siglo IX, escrita por el médico Jacob Ben Salomón, llamado “El Israelí”, en el que se hablaba del valor que en el diagnóstico tenía el examen de la orina. Un siglo después, el Gran Maestre de la Escuela, Mauro de Salerno, apoyado por el “Liber de urinis” del Israelí, sistematizó lo que en ese momento se llamó “uroscopia”, en un libro que lleva por título “Regula Urinarius”, dando comienzo así a lo que sería el inicio formal del laboratorio clínico como apoyo a la medicina.
Hace un milenio y aún sigue siendo un método fundamental de diagnóstico, claro está que con una mayor precisión y eficacia, no en balde se ha de pensar que aquel examen de la orina era totalmente macroscópico, limitándose a observar algún pigmento, presencia de sangre, olores, sabores y otras circunstancias apreciables a simple vista, pero fundamentales para la diagnosis de algunas enfermedades. No es hasta siglos después, con la aparición del microscopio que se precisa mucho más en las técnicas de laboratorio, pero el germen de todo estuvo allí.
Tres cosas caracterizaron aquella Escuela de Medicina y las tres fueron singulares en su época. La primera fue la de no tener ninguna vinculación religiosa, a pesar de la fuerte hegemonía que la Iglesia ejercía en aquel momento y a cuyo abrigo se habían concentrado casi todos los centros del saber. La segunda y más importante, es que su estudio se basaba fundamentalmente en la observación, la práctica y la experiencia, dejando a un lado el aspecto teórico que tanto gustaba en la cultura greco-romana y sobre todo, la especulación.
La última característica de la Escuela era la existencia de un verdadero plan de estudios, tan bien conseguido que, muchos siglos después, fue adoptado por otras universidades como la Sorbona.
Luego, con el paso de los siglos, su relevancia fue disminuyendo, en parte por la proliferación de otros centros de enseñanza con más avance en conocimiento e instrumental y en parte por la persecución que algunos poderes públicos, sobre todo los eclesiásticos, tuvieron para con la enseñanza y el estudio de la medicina, hasta que, en 1811, el general Murat, del ejército de Napoleón, clausuró la Escuela cuando el emperador lo nombró rey de Nápoles.
Para entender un poco la valentía y el adelanto que supuso para su época hay que tener en consideración que la Iglesia prohibía expresamente diseccionar cadáveres en busca de las causas de su enfermedad y que los científicos y descubridores habían de vérselas con la Inquisición en cuanto sus descubrimientos se apartasen de la ortodoxia católica.



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