sábado, 30 de marzo de 2013

LA PRIMERA INFLACIÓN DE LA HISTORIA

Publicado el 16 de mayo de 2010




Qué difícil resulta, en nuestros tiempos, transplantarnos a épocas pasadas y hacernos una idea de cómo se desarrollaban los acontecimientos. Hoy, que la prensa recoge a diario lo que sucede en todo el mundo y que más adelante formará parte de la historia, nos cuesta trabajo creer que hace siglos, la única forma de conservar los recuerdos o las acciones era mediante la tradición oral.
Luego se inventó la escritura y algunas personas curiosas fueron recogiendo las tradiciones y trasladándola a tablillas de arcilla, estelas de jeroglíficos, pergaminos e incluso, más adelante, a papel.
Pero cuando ya el papel se había popularizado de forma casi universal en el mundo conocido, aún había quienes, como única forma de transmisión de su historia, contaban con la tradición oral.
Así ocurrió en una lejana región del África Centro-Occidental que a principios del segundo milenio de nuestra Era, se conocía como Imperio de Malí y que se asentaba sobre la actual Malí, Senegal y las Guineas.
La historia, transmitida durante muchas generaciones por los “djelis”, personajes que podríamos equiparar a los bardos, o trovadores de nuestra vieja Europa, ha llegado hasta nosotros contada, con más o menos fortuna, de esta forma.
Naré Kon Fatta, fue un rey de los mandinga, un pueblo que actualmente sigue existiendo y que cuenta con más de trece millones de individuos y que desde tiempo inmemorial han sido una de las más importantes tribus que poblaban lo que actualmente forman los estados de Burkina Faso, Sierra Leona, Guinea, Guinea Bissau, Senegal, Gambia, Malí, Costa de Marfil y Liberia, principalmente.
Esta tribu se hizo famosa por una gran serie de televisión americana llamada Raíces, que trata del comercio y de la vida de los esclavos en Estados Unidos y cuyo protagonista principal era un negro llamado Kunta Kinte, perteneciente a la tribu mandinga que fue apresado en Gambia y trasladado a las plantaciones americanas.
Pues bien, Naré Kon Fatta era el “Maghan” o rey de un pequeño reino situado en el África Occidental llamado Niani, al que cierto día un adivino le predijo que una mujer fea le daría un hijo que se convertiría en un gran rey.
El rey ya estaba casado y además tenía un hijo llamado Dankaran Touman, pero aún así, no olvidó aquel vaticinio y cuando años más tarde, dos cazadores llegados de un país lejano le presentaron a una mujer fea y jorobada, llamada Sogolon Kedjou, se acordó de la predicción y aún a costa de enfadar a su esposa, se casó con ella.
En realidad eso no era inusual, pues los mandingas, en gran parte, eran musulmanes y las costumbres dentro del Islam acerca del concubinato son de todos conocidas.
Poco tiempo después, su segunda esposa le dio un hijo al que puso por nombre Sundjata Keita, pero el nuevo hijo no tenía visos de convertirse en un gran rey, como le vaticinaba la profecía, pues nació tullido y fue incapaz de ponerse en pie durante toda su infancia.
En el año 1218 murió el rey, que había dejado bien claro a todos cuantos le rodeaba que quería que le sucediera su hijo Sundjata, pero su primogénito Dankaran hizo caso omiso a los deseos de su padre y se invistió en rey de Niani, empezando a hacer la vida imposible a su hermanastro y a la madre de éste.
Mucho debió sufrir el pequeño Sundjata que a la sazón contaba con siete años de edad, porque tras una afrenta más hacia él y su madre, consiguió ponerse en pie, sin duda espoleado por la rabia y desde entonces, cuenta la historia, adquirió el uso de sus dos piernas.
Pero su hermanastro era más fuerte y sobre todo era el rey y sus deseos se cumplían sin discusión, así que el acoso sobre el infeliz Sundjata continuó hasta que su madre optó por exilarse en un reino vecino.
Consciente de su propia debilidad, el pequeño, empleaba todas las horas del día en ejercitarse en el tiro con arco, única disciplina en la que podía competir con los demás y alcanzó tal grado de maestría que su habilidad era bien conocida de todos
Las rivalidades tribales eran muy fuertes y las guerras entre los pequeños reinos, una constante en la vida y la historia de la zona, y era esa la razón por la que el Maghan Naré deseaba que un hijo suyo fuese un rey poderoso que aportase paz a sus gentes.
Soumaoro Kanté era un rey vecino que constantemente hacía incursiones bélicas en el reino de Niani, arrasando con todo, robando y matando a sus gentes y en una de esas incursiones consiguió exterminar a toda la descendencia de rey Naré, salvo a Sundjata Keita.
Su pueblo se había quedado sin rey y los pueblos vecinos se habían apoderado de todo el territorio, por eso los mandingas se acordaron del pequeño paralítico y fueron a buscarle al exilio, ofreciéndole el trono de su país, lo que el joven aceptó. Su debilidad física no conjugaba con la reciedumbre de su carácter, que se veía reforzado por la fuerza que la profecía, hecha años atrás a su padre, obraba en el pueblo que le consideraba su salvador, por lo que pronto fue convirtiéndose en un rey muy popular.
Reunió un poderoso ejército y consiguió vencer a los invasores en la batalla de Kirina, que tuvo lugar en el año 1235 y en la que el rey invasor, Soumaoro Kanté, resultó muerto por una flecha disparada por Sundjata.
Desde ese momento empieza a forjarse lo que se conoce como el Imperio de Malí que alcanza un esplendor inusitado que llega hasta el año 1670.
Después de la batalla de Kirina, el Rey de Reyes Sundjata Keita, presentó a los representantes de todas la tribus que formaban el país, lo que sería la primera Constitución formal habida en África, proclamada solamente 20 años después de la Carta Magna de Juan Sin Tierra, tenida por la primera Constitución del Mundo. Se la conoce como Carta de Mandem o Kouroukan Fouga y se la considera como una de las primeras declaraciones de Derechos Humanos.
Se inicia con siete versículos que dicen:
"Toda vida es una vida"
"El daño requiere reparación"
"Practica la ayuda mutua"
"Cuida de la patria"
"Elimina la servidumbre y el hambre"
"Que cesen los tormentos de la guerra"
"Cada quien es libre de decir, de hacer y de ver"
Trata esta especie de constitución del Medio Ambiente, de los oficios, de la forma de gobierno, de la familia y reglamenta el divorcio, prohibiendo el adulterio y la esclavitud. Habla de la educación e incluso de la prescripción de los delitos con una frase que realmente sería merecedora de las más famosas escuelas filosóficas de Grecia y que dice: “Una mentira que dura cuarenta años, debe ser considerada como verdad”.
Realmente impensable para un pueblo que está saliendo de la prehistoria.
Pues bien, en aquella época en la que Malí fue un poderoso imperio y cuyos gobernantes se encargaron de engrandecerlo hasta alcanzar su máximo esplendor, Europa estaba saliendo de la Edad Media, los árabes empezaban a ser realmente expulsados de España, América no había sido descubierta, no se había inventado la imprenta y estábamos a punto de entrar en el Renacimiento. Pero sobre todo, vivíamos ignorantes de que allá abajo, casi en pleno desierto del Sahara, en el África Occidental, se encuentra un imperio poderoso, inmensamente rico y con una constitución adelantada a su tiempo.
La riqueza de aquel inmenso impero es tal que todo el oro que los orfebres renacentistas usaron para la construcción de tantas y tan bellas obras de arte, procedía de Malí.
Y se produce en aquel país una verdadera explosión demográfica, tanto que casi llegó a los cincuenta millones de habitantes que consiguieron vivir en paz por muchos años.
A Sudjata Keita le sucedieron muchos otros Maghan o Rey de Reyes, el más poderoso de los cuales fue Mansa Musa.
Conocido como El León de Ma, no era un descendiente directo de Sundjata Keita, pues su llegada al trono fue producto de una carambola extraña.
Mansa Musa era el Gran Visir del Maghan Abubakari II, que era muy dado a las expediciones marítimas, en una de las cuales se enroló y con cuatro mil canoas, emprendió el descenso del río Senegal. Abubakari II que gobernó el país desde 1310 en que fue coronado, hasta un año después en que marchó con su expedición, de la que no regresó, había dejado como responsable en su ausencia a su visir. Pasaron los años y como el rey no volvía, el visir fue proclamado rey y así se instaló en el país una nueva dinastía.
Mansa Musa era un hombre inteligente, culto e interesado en extender la cultura; se decía de él que era capaz de leer y escribir en árabe y que fue el creador de la Madraza de Sankoré, conocida hoy como Universidad de Tombuctú, que era capital del imperio.

Representación de Mansa Musa con una pepita de oro en la mano

Y este Rey de Reyes, rico y poderoso donde los haya, es el que realizó un acto que dio lugar al título de este artículo.
Mansa Musa era un musulmán ferviente y como todo buen creyente, llegada su edad, decidió hacer la obligada peregrinación a la Meca, uno de los cinco pilares del Islam, así que dispuso lo necesario para realizar el largo viaje hasta la ciudad santa de los mahometanos.
En el año 1324 inició el viaje, para lo que se preparó una caravana que formaban miles de hombres, soldados y sirvientes, y más de cien camellos que transportaban toda clase de riquezas. Subieron hacia el norte y llegaron a Túnez, siguiendo luego la ruta del Mediterráneo que era la que seguían marroquíes y argelinos, así como casi todos los que procedían de África Central, que evitaban de esa manera las penosidades de cruzar el desierto del Sahara.
La caravana llegó a El Cairo en julio de aquel año y allí se detuvieron por algún tiempo, pues el Mansa Musa tenía en su viaje intenciones diplomáticas, además de la de cumplir con el mandamiento que ordena el peregrinaje.
Cuenta el viajero marroquí Ibn Battouta, que vivió algún tiempo en Malí, invitado por Mansa Musa, que durante la estancia de éste en Egipto fue tal la cantidad de oro que puso en circulación como consecuencia de presentes, regalos o pagos dispendiosos para adquirir las vituallas y pertrechos necesarios para su expedición, que provocó una inflación tan grande que todo el norte de África tardo más de diez años en recuperarse del precio tan desorbitado que llegaron a alcanzar las materias de primera necesidad.
Dos años después, regresó a Tombuctú, pero antes tuvo que pedir prestado para poder continuar el viaje, pues el despilfarro fue tal que las alforjas de los camellos quedaron vacías antes de que el Hadj Mansa Musa (Hadj quiere decir Peregrino y se usa como si de un título nobiliario se tratara) hubiera llegado a visitar la tumba del profeta.
El viaje de este personaje y su dispendiosa actitud, fue pronto conocido por todos los países occidentales que pusieron sus ojos en las riquezas que procedían del África Negra y fue el inicio de las muchas expediciones que desde entonces se efectuaron y en las que destacaron las realizadas por portugueses y españoles.
Musa murió el año 1337, cuando acababa de dominar la región de Taghazza, al norte de imperio y en las que existían unas minas de sal en plena producción que vinieron a incrementar notablemente la riqueza del ya fabulosamente rico Imperio de Malí.
Es curioso comprobar que dándose una serie de circunstancias que denotan la singularidad de un imperio tan desconocido como relativamente cercano para nosotros, se recuerde a este riquísimo reino por el despilfarro de uno de sus gobernantes y pase desapercibido el hecho, para mí mucho más importante, de haber tenido a un fundador que adelantándose por siglos a su tiempo, fue capaz de dar a su pueblo una Constitución verdaderamente avanzada, cuando en la actualidad, y sólo tenemos que echar una mirada, comprobamos que casi ninguno de los países de África, tiene respeto alguno por sus ciudadanos.

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