sábado, 30 de marzo de 2013

VIVIR ETERNAMENTE


Publicado el 23 de mayo de 2010



Esa es la finalidad que persigue la momificación. Permanecer inalterable al paso de los años es la mayor aspiración del género humano. Por vivir eternamente se hicieron pactos con el demonio y se buscó afanosamente la piedra filosofal, el elixir de la juventud y todo cuanto pudiera suponer alargar la vida.
Todavía lo hacemos, sin pactos, ni piedras filosofales, ni elixires fantásticos, pero sí con los radicales libres, el hialurónico, los antioxidantes y todo un arsenal de potingues que de momento sirven para llenar los bolsillos de las compañías farmacéuticas que los venden.
Como a la muerte no hay quien la venza, se ha inventado otra vida y para llegar a ella lo mejor posible, algunos pueblos ejercieron el arte de la momificación de los cadáveres. Algunas de las momias más célebres, las egipcias, han llegado hasta nosotros en muy buen estado de conservación, o al menos en un aceptable estado, dada su antigüedad, pero nada comparable con algunas momificaciones que ha producido la naturaleza solita como es la momia Ötzi.
La Momia Ötzi es el más antiguo ejemplar humano momificado de manera natural de los que se han hallado hasta el presente. Fue descubierta en los Alpes Italianos por Helmut Simon y su esposa Erika, dos alpinistas alemanes, el año 1991 y cuando se encontraban a más de tres mil metros de altitud.
El cuerpo de un cazador de la Edad del Cobre que habitaba en el valle de Ötzal, de ahí su apodo de Ötzi y con más de 5.000 años de antigüedad, ha servido para conocer muchas cosas sobre las costumbres, vestidos y armas de aquella época. Pero aún muchas otras cosas sobre el hallazgo no han sido aclaradas totalmente.
Parece que Ötzi murió de manera violenta, quizás atacado por la espalda porque tenía una punta de flecha clavada profundamente por debajo del hombro izquierdo que llegaba hasta el pulmón. Faltaba el asta de la flecha, que quizás se la arrancara él mismo y además tenía un profundo corte en el muslo; igualmente tenía cortes en las muñecas y en el pecho. También es posible que sus atacantes trataran de recupera la flecha, la cual dejó la punta en el interior de su cuerpo.
La moderna tecnología es capaz de averiguar cosas que nos dejan perplejos. En las muestras de sangre encontradas en su cuerpo y en sus ropas se ha podido comprobar que cuatro personas distintas dejaron su rastro en el escenario de lo que pudo ser una pelea, pues los restos revelaron cuatro perfiles no coincidentes. Ötzi tenía en su puñal de pedernal, restos de alguno de sus enemigos, lo que obliga a pensar que se defendió. En su capa había sangre de otra persona distinta y por último, en una punta de flecha hallada en su carcaj, se encontró sangre de dos personas distintas, que nos lleva a pensar que usó dos veces la preciada flecha.
De la indumentaria del cazador momificado se han extraído conclusiones impresionantes, como determinar la forma en que iban vestidos y el tipo de calzado que utilizaban, pero hay cosas que no se han podido aclarar. Por ejemplo la forma en que aparece el cuerpo.
Si se ha conservado con la pulcritud que se aprecia en la fotografía es porque las condiciones ambientales han sido propicias, pues su muerte sucede en un glaciar en el que pronto quedaría sepultado. Pero si es así, como es que pudieron hallarlos unos turistas que hacían montañismo. Y más extraño aún, el cuerpo estaba desnudo y sus ropas y todas sus vituallas estaban junto a él.
Se sabe que Ötzi debía tener unos cuarenta y cinco años, era de mediana estatura con aproximadamente 160 centímetros y sesenta kilos de peso. Tenía en la espalda un tatuaje, al parecer ritual y su vestimenta indica un alto grado de civilización, sobre todos sus zapatos, muy bien construidos y adaptados al medio frío en que se desarrollaba la vida de esta persona. Sus armas estaban bien manufacturadas y consistían en un hacha de cobre y pedernal, con mango de madera; un cuchillo de pedernal y mango de madera; un carcaj con varias flechas y puntas de pedernal de repuesto; un arco que era más alto que él.

La Momia del cazador Ötzi, tal como fue hallada.

Todas las incógnitas que nos podamos imaginar, planean sobre este cazador del neolítico, pero muchas otras cosas hemos aprendido desde su hallazgo y seguro que seguiremos aprendiendo de éste hombre que sin habérselo propuesto, vivirá para siempre por uno de esos caprichos de la naturaleza que lo ha conservado incorrupto por más de cinco milenios.
Jamás pudo pensar este antepasado nuestro que sería examinado con tanta precisión, ni jamás que nos iba a enseñar tantas cosas, pero lo cierto es que su momificación ha contribuido notablemente a acrecentar nuestros conocimientos.
Pero en realidad yo me proponía hablar de otro tipo de momificación, mucho más dramática que esta que he relatado, pero claro está que, hablando de momias, no podía dejar pasar al abuelo de todas ellas.
Por vivir eternamente, unos monjes budistas del norte del Japón son capaces de realizar una serie de actos cuyo relato de por sí, ya resulta espeluznante y que al final se convierten en las momias que yo me proponía contar.
Hace más de diez siglos, vivió en Japón un monje budista por nombre Kukai que fundó una secta llamada Shingon y que estaba formada por monjes obsesionados en alcanzar la perfección a través del sufrimiento. Al sur de la ciudad de Osaka, Kukai construyó un monasterio en el que dio cabida a todos aquellos que deseaban la perfección mediante el castigo de su cuerpo. Kukai llegó a ser muy popular entre sus gentes y abrió, uno tras otro, numerosos monasterios en el que centenares de jóvenes se entregaban a conseguir la perfección.
Pero lamentablemente para Kukai, la vida tiene un fin y sabedor que éste no debía estar ya demasiado lejano, el monje ideó un sistema para conseguir su particular eternidad y alcanzar así la deidad que se propugnaba como finalidad de aquella secta de estrambóticos y fanáticos religiosos. Entonces se decidió a poner en práctica un proceso de automomificación al que llamó Sokushinbutsu.
El proceso era un tormento que casaba perfectamente con la idea de sacrificio y mortificación que el maestro enseñaba a sus discípulos y duraba una barbaridad de años, dividido en tres períodos.
En la primera fase, que duraba mil días, Kukai cambió su dieta, sustituyendo su alimentación tradicional por semillas del bosque y nueces, a la vez que mucho ejercicio físico. Con ello pretendía y de hecho lo conseguía plenamente, rebajar las grasas corporales al mínimo, incluso hacerlas desaparecer.
Eso tenía una finalidad y era que al ser las grasas lo primero que se descompone en el cuerpo muerto, su descomposición acarreaba la descomposición de los tejidos anexos y así todo el cuerpo entraba en estado de putrefacción.
Por eso debía empezar por eliminar todo resto de grasa. Como es natural, el cuerpo se deteriora considerablemente, pues a la vez que pierde la grasa, la masa muscular se va consumiendo; pero el proceso no había terminado. Empezó entonces una nueva etapa de mil días, en el que sustituyó las semillas y las nueces por cortezas de árboles y raíces, muy pobres en agua, líquido elemento que jamás probaba y que produjo el consiguiente resultado de total deshidratación y pérdida de lo poco que quedaba de tejido muscular.
Cuando ya casi nada queda en el cuerpo que sea capaz de descomponerse, comenzó la tercera y última etapa que consistía en beber un té que obtenía de la savia de un árbol denominado Urushi, que se usa para conseguir la laca con la que se fabrican multitud de piezas y objetos en China y Japón y la cual es altamente tóxica si se ingieren grandes dosis, pero administrada con precaución consigue ir matando a todos los parásitos, flora bacteriana y gérmenes que el cuerpo del monje pudiera contener, mientras produce en el individuo los consiguientes vómitos, diarreas y demás síntomas de cualquier envenenamiento, que en este caso eran completamente controlados.
Cuando ya estaba al borde de no poder más, con un cuerpo esquelético en el que únicamente huesos y piel formaban su estructura y unas vísceras consumidas y apenas funcionando gracias sobre todo a la firme voluntad del monje, Kukai se introdujo, o mejor dicho, ordenó que se le introdujera en una especie de cripta que había preparado en cuyo fondo se sentó en la consabida posición de loto, atando a una de sus manos un cordel sujeto al badajo de una campana que colocaron en el exterior. La cripta estaba completamente cerrada salvo un pequeño orificio en el techo, por el que se introdujo una caña de bambú, por cuyo interior discurría el aire necesario para que el monje respirara.
Todos los días por la mañana, Kukai hacía sonar la campana, hasta un día en el que la campana no sonó. Entonces sus acólitos retiraron la caña de bambú y sellaron el orificio. Empezaba entonces la tercera y última fase del larguísimo proceso. Durante mil días la cripta debería permanecer cerrada para, transcurrido ese tiempo, abrirla y comprobar que el cuerpo estaba momificado.
Los discípulos cumplieron fielmente los encargos del maestro, al que toda la operación le salió conforme a lo que estaba previsto y así, se convirtió en una momia por decisión inquebrantable de su voluntad. Lugo lo sacaron de la cripta y lo llevaron al templo erigido en su honor y que se llamó Kaikoji.
Es fácil comprender que su sacrificio fue seguido por muchos, pues el maestro Kukai había conseguido convertirse en una deidad y muchos iniciaron el proceso de Sokushinbutsu. Pero el proceso no era fácil, es más, era muy difícil y en él, la voluntad debía ser tan firme que en ningún momento se dejase de cumplir con el procedimiento establecido. Los fracasos en la automomificación fueron muchos, pero junto con Kukai, otros muchos también lo consiguieron.
Todas las momias de los monjes que, superado el proceso se fueron convirtiendo en deidades, eran trasladadas al monasterio de Kaikoji, en donde en la actualidad hay veintiocho Sokushinbutsu, el último de los cuales llegó en 1903.
A los que practicaban el rito de la momificación que en realidad no es otra cosa que un suicidio religioso y fanático, se les llamaba “nyujó-butsu” que quería expresar la idea de un buda que ha alcanzado el nirvana.
El gobierno japonés prohibió esta forma de suicidio religioso en el año 1909, aunque se sabe que su práctica continuó hasta bien avanzado el siglo XX, si bien la mayoría de los que intentaban convertirse en deidades, lo único que conseguían eran varios años de sufrimientos, una muerte horrible y una consiguiente descomposición.

Monje budista momificado por el procedimiento Sokushinbutsu

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