sábado, 27 de julio de 2013

¡MÁS VALIENTE QUE BARCELÓ!




La editorial Navalmil, que centra su actividad en productos relacionados con la mar y con la marina, acaba de publicar un libro interesantísimo sobre la piratería y sobre un insigne, peculiar y olvidado marino español.
Su título es “La piratería Berberisca y su final con los jabeques de don Antonio Barceló” y está escrito por el capitán de navío José Manuel Gutiérrez de la Cámara.
En este interesante e ilustrativo libro, se saca a la luz a un hombre singular que sin haber ingresado en la Armada, como todo los que seguían carrera militar, fue incorporado a la marina por orden real y llegó al más alto rango.
El inicio de esta historia guarda mucha relación con el artículo que publiqué la semana pasada a raíz da la aparición en La Vanguardia de cierto pleito por la Islas Formigues y la antigua presencia de piratas berberiscos en aquellas zonas.
El personaje central de este libro, cuya lectura recomiendo a todos los aficionados a la mar, es Antonio Barceló y Pont de la Terra, un mallorquín que de marinero enrolado en un jabeque propiedad de su padre y dedicado al correo entre Baleares y la Península, llegó hasta Teniente General de la Armada.
Su historia es muy sencilla a la vez que conmovedora, pues se trata de uno de esos héroes, como los que he intentado rescatar del olvido, que no tienen calles en su pueblos ni plazas en las capitales.
Antonio Barceló nació en Palma de Mallorca el uno de octubre de 1717, sintiendo inclinaciones hacia la mar desde muy joven, lo que le impulsó a enrolarse como marinero de cubierta en un jabeque propiedad de su padre Onofre Barceló, junto al que viajó y aprendió hasta obtener el título de tercer piloto cuando aún era un niño.
A los dieciocho años falleció su padre, prematuramente envejecido de los innumerables sufrimientos de la mar y la familia le confió el mando del jabeque cuando lo normal era que lo patronearan hombres más expertos.
Como decía en mi pasado artículo, el Mediterráneo era un enjambre de piratas que importunaban constantemente el comercio, causando graves daños a la economía.
Pero Barceló no era de los que se dejaban atrapar por los piratas y con su jabeque persiguió a los berberiscos que infestaban las islas “Pitiusas”.
Un jabeque era una embarcación muy ágil y muy marinera que unía remos y velas en una combinación que le daba mucha capacidad de maniobra, lo que sumado a la potencia artillera, hacían de estas embarcaciones unos buques incluso mejores que los navíos de línea.
El nombre de Barceló fue haciéndose popular por ser persona valiente que no se entregaba sin lucha y su reconocimiento llegó al máximo cuando, transportando de Baleares a Barcelona un destacamento de dragones, sostuvo un serio combate con dos galeotas argelinas, a las que venció, poniéndolas en fuga y por cuya acción, como era costumbre, el rey le nombró alférez de fragata, aunque, eso sí, “sin derecho a goce de sueldo alguno”.
Tanto se consideraba su arrojo que la frase que da título a este artículo, se hizo muy popular y cuando se quería destacar la valentía de alguien, se hacía comparándola con la ya acreditada del mallorquín: ¡Es más valiente que Barceló!
Algún tiempo después, los berberiscos atraparon un barco español que llevaba doscientos pasajeros, entre lo que se encontraban varios oficiales del ejército. Esta acción pirata causó gran indignación por lo que se ordenó armar en Mallorca una escuadra compuesta por cuatro jabeques y cuyo mando se le concedió al que ya era conocido como “Capitán Toni” que fue ascendido a teniente de fragata.
La escuadra se dirigió a Cartagena en donde se incorporaron dos navíos de línea quedando toda la escuadra al mando de Julián de Arriaga, héroe de la Guerra de la oreja de Jenkins, sobre la que escribí hace tiempo y que los que siguen mis artículos habrán ojeado.
Esta división naval obtuvo algunos éxitos, poniendo en fuga a numerosos barcos piratas de las costas mediterráneas, pero al año siguiente y como siempre ocurre en este país, sin causa justificada, se ordenó deshacer la división, por lo que Barceló volvió a sus antiguos quehaceres.
En cierta ocasión y hallándose en el puerto de Palma de Mallorca, se corrió la noticia de que una flotilla berberisca había sido avistada cerca de las costas de Formentor. El “Capitán Toni” ordenó embarcar una compañía de granaderos en su jabeque y se hizo a la mar en persecución de los piratas a los que localizó en las proximidades de la isla Cabrera. Se trataba de tres naves: una galeota de treinta remos y cuatro cañones y un jabeque pequeño, que llevaban apresado el buque español “Santísimo Cristo del Crucifijo”. Consiguió abordar y tomar la galeota y liberar el buque español, aunque fue herido en el abordaje. Por esta acción se le ascendió a teniente de navío graduado, lo que suponía su incorporación real a la Armada, que se confirma con fecha de treinta de junio de 1756.
Desde entonces abandonó sus actividades de marino mercante y se dedico plenamente a la marina de guerra, alcanzando el grado de capitán de fragata en 1761, momento en el que se le dio el mando de una división naval de tres jabeques, siendo comandante del llamado “Garzota”.

Jabeque de Barceló en 1738



Ese año, al mando de su división, se enfrentó a una flotilla berberisca y apresó siete barcos. Más tarde, navegando en solitario apresó a otro barco pirata, haciendo más de treinta prisioneros, además de los diez que murieron en el abordaje.
Un año después, con su embarcación, presentó batalla y venció a tres barcos piratas, haciendo más de ciento cincuenta prisioneros, entre ellos al famoso “Selim”, un célebre, por lo cruel y aguerrido, capitán pirata.
En aquella ocasión Barceló pagó bien cara su heroicidad pues fue herido por una bala de mosquete que le atravesó la mandíbula izquierda, dejándole una deformidad permanente.
Su ascendente carrera continuó en cuanto estuvo repuesto, apresando un jabeque pirata de veinticuatro cañones en las costas de Marruecos.
Su carrera militar seguía en ascenso y alcanzó el grado de capitán de navío cuando al mando de una flotilla de seis jabeques se enfrentó a una escuadra pirata en la ensenada de Melilla, consiguiendo apresar cuatro barcos.
Su fama alcanzó el zenit cuando consiguió liberar a mil cristianos y hacer mil seiscientos prisioneros.
Luego participó en operaciones de desembarco y castigo, como la del Peñón de Alhucemas o la toma de Argel en las que ambas fracasaron cuando se produjeron los desembarcos, pero no por el comportamiento de la escuadra que no solamente protegió las maniobras con su artillería, sino que se acercaba a las costas para hacerla más efectiva, a la vez que para recoger a los soldados que en gran números eran obligado a retirarse ante la presión enemiga.
La toma de Argel, al mando del general O'Reilly fue una gran derrota militar, aunque supuso el comportamiento heroico y destacado de muchos de nuestros militares y marinos.
Aun cuando su hoja de servicios estaba más que cumplida, aun quedaba al “Capitán Toni” otra acción  encomiable.
El veinticuatro de agosto de 1779 fue nombrado comandante de las fuerzas navales que participarían en el bloqueo de Gibraltar. Al mando de una potente escuadra debía efectuar el bloqueo por mar, mientras que por tierra debía atacar el general Martín Álvarez de Sotomayor.


Óleo de Barceló con uniforme de teniente general



Fue en ese asedio  cuando a Barceló se le ocurrió la genial idea de construir lanchas cañoneras y bombarderas, manejadas a remo y muy ágiles, las cuales dieron grandes éxitos pues con mucha facilidad se aproximaban a los objetivos, presentando a la vez muy poco blanco. Estas lanchas causaban estragos metiéndose entre las formaciones de buques enemigos que huían atemorizados al no poder presentar batalla.
Hay que pensar que en aquella época los cañones se montaban a los costados del buque, por lo que atacándole por la proa eran totalmente vulnerables.
En 1783 fue ascendido a teniente general y reconocido su derecho a cobrar el sueldo que le correspondiese, cosa que no era muy corriente en la época y se retiró a descansar a Palma de Mallorca, donde falleció a los ochenta años y cuando su prestigio había alcanzado tal cota que, despertada la envidia de un grupo de detractores que siempre tuvo, se dedicaron a la tarea de desacreditarlo por carecer de formación y no haber cursado la carrera militar, cosa que como casi siempre ocurre, consiguieron en parte.
Hoy, en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando hay una placa dedicada a su memoria, pues su restos reposan en alguna iglesia de Palma de Mallorca.

Uno más de nuestros héroes olvidados y felizmente sacado a la luz en el libro que la editorial Navalmil ha publicado.

viernes, 19 de julio de 2013

UNA MEDALLA Y UNA ESPADA





El diario La Vanguardia de Barcelona, publicaba, días pasados, un artículo sobre el contencioso que mantienen los municipios de Palamós y Palafruguel, en el litoral de la Costa Brava, por unos islotes inhóspitos y deshabitados conocidos como las Islas Formigues. 
Ambas ciudades se atribuyen la pertenencia de los islotes a sus respectivos términos municipales, aunque su utilidad sea prácticamente nula, pues su altura es tan escasa que cuando hay temporales quedan completamente cubiertas por las olas.
Su único valor son las efemérides, pues en sus aguas se celebró en 1285 la batalla naval de Formigues en la que la escuadra aragonesa derrotó a la francesa que había invadido Cataluña, además de otro suceso que me propongo narrar.
Sin mucho fundamento, por la escasa similitud entre ambos casos, el periódico relaciona este contencioso con el esperpéntico incidente de la Isla del Perejil, con el que no guarda relación alguna, salvo en el escaso valor intrínseco y de todo tipo que el islote y las Formigues poseen.
Pero no es esa coincidencia ni ese pleito lo que atrae mi curiosidad. Refiere el periódico que en el siglo XVIII, ese lugar fue escenario de un combate entre un barco pirata argelino y un barco mercante de Mataró, en el que hubo cuarenta heridos y terminó con una aplastante victoria del lado español.
Es de todos conocido que los piratas berberiscos asolaron las costas mediterráneas por espacio de siglos y sobre todo España e Italia, vivieron en permanente estado de alerta por culpa de las incursiones de estos piratas. La situación era así desde tiempos del Imperio Romano, pues ya Julio César hizo una campaña contra la piratería, pero  empeoró a raíz de dos acontecimientos: la toma de Granada y la caída de Constantinopla.
Con la desaparición del reino Andalusí, muchos de los moros expulsados se pusieron a disposición de los piratas berberiscos que tenían sus bases en el norte de África y, conocedores de la costa y de la lengua, facilitaban enormemente las incursiones en el litoral español.
La caída de Constantinopla supuso el comienzo de la hegemonía islámica en el Mediterráneo y el fortalecimiento de la piratería en el las plazas de Túnez, Argel, Trípoli, Salé, Orán, etc.
Dicho esto para centrar un poco el tema y volviendo a la noticia de días pasados, quise buscar alguna confirmación oficial de aquel hecho, lo que no ha resultado fácil, pero hoy, con las nuevas tecnologías, nada parece imposible.
La noticia no daba, como pueden ver en el enlace que encabeza este artículo, ningún dato confrontable, por lo que la búsqueda, no estando en mi mano la posibilidad de consultar archivos físicos por fechas, creí que no iba a dar resultado positivo.
Pero hurgando en los archivos de la Academia de la Historia, que el Instituto Cervantes tiene digitalizados, en referencia al siglo XVIII, único dato constatable, encontré con un artículo titulado “Una singular merced nobiliaria del principado de Cataluña”.
Me descargué el archivo y me dispuse a leer, con paciencia. la rebuscada literatura de aquellos siglos.
Pronto vi que en él se hacía referencia a un hecho de características tan similares al que se publicaba que, no habiendo encontrado nada más que pudiera relacionarse con el mismo, me inclinaba a pensar que se trata del mismo hecho.
Dice el artículo que mediado el siglo XVIII, hacía ya trescientos años que los monarcas españoles tenían un grave problema con los piratas berberiscos que, muy bien organizados y con grandes barcos, impedían la navegación, adueñándose de las riquezas que venían de las Indias o las que circulaban por el Mediterráneo.
Como la situación de la Marina Real Española era dramática (como siempre), sobre todo después de las guerras contra Inglaterra y Holanda y el desastre de la Armada invencible, fue necesario acudir a otros medios eficaces para combatir a los piratas y uno de dichos medios fue el de autorizar que se “armasen en corso” los navíos mercantes de alto porte, los cuales merecerían la consideración de barcos de guerra. La recompensa ofrecida por la aprehensión de barcos piratas eran privilegios militares, pensiones, empleos, etc.
Por esa razón y faltos del apoyo que la Armada Española podía proporcionar, numerosos barcos dedicados al comercio, pero con porte alrededor de las cien toneladas, decidieron armarse con los cañones que proporcionaban las capitanías marítimas.
No faltaban entre las tripulaciones quienes hubiesen servido en barcos de la Marina Real, por lo que era relativamente fácil encontrar entre los marineros de cubierta a algún artillero y los sirvientes necesarios para abastecer los cañones.
Así las cosas, el día 22 de junio de 1757 surgió en aguas de Palamós una galeota pirata que tenía sembrado el pánico en el Mediterráneo y que llevaba claras intenciones de asaltar al primer barco que pasara o hacer una incursión en tierra.
El capitán y propietario del buque armado San Antonio de Padua, llamado Juan Bautista Balanzó, que venía de Marsella con mercaderías destinadas a Barcelona, se vio sorprendido por la presencia del barco pirata a la altura de las islas Formigues y aunque su nave solamente llevaba cuatro cañones y su tripulación eran quince hombres y dos pasajeros, uno capitán del ejército español y otro un franciscano, decidieron presentar batalla a los piratas, por lo que tras abrazarse todos para darse ánimos, se lanzaron a la aventura de atacar a un barco muy superior a ellos en porte y armamento.
Se inició el combate intercambiando cañonazos y consiguiendo el San Antonio mantener a raya a la galeota pirata y cuando llevaban dos horas de fuego cruzado, un disparo del San Antonio tuvo la buena fortuna de acertar con la Santa Bárbara del barco pirata, provocando una tremenda explosión y echándolo a pique.
Como resultado del estallido del almacén de pólvora, murieron o quedaron mal heridos muchos de los cien tripulantes piratas y entre estos últimos se encontraba el jefe corsario que junto con otros cuarenta consiguieron ganar la costa a nado, donde fueron hechos prisioneros por las autoridades de Palamós y Palafruguel que advertidas de la presencia de los piratas y alertados por los ruidos de los cañonazos hicieron presencia en la costa con un contingente de hombres armados. Los piratas que consiguieron sobrevivir fueron curados y  encerraros en una torre de Palamós, para trasladarlos posteriormente a Barcelona el día cinco de agosto.
El capitán Balanzó, natural y vecino de Mataró, fue recibido con gran alegría por todos los habitantes de la comarca, cuyas autoridades no dejaron pasar el acontecimiento sin dar cuenta de ello al rey.
Conociendo Fernando VI el importante servicio que se había prestado, concedió al capitán Balanzó diferentes mercedes, entre ellas dos de singular calado por lo inhabitual.
La primera es que el rey dispuso que para eternizar la memoria de este suceso, se esculpiera una medalla de oro con su real efigie y que se le entreguase al referido Balanzó, por “envidiable timbre de su persona, honra de su familia y estímulo común”.
La segunda es que le concede “el adorno y porte de espada”, mandando a todos los jefes militares que no pongan obstáculos a su uso.
La concesión de esa medalla, de la que se conserva un ejemplar que estaba en el medallero del rey, otro en el Museo Arqueológico Nacional y otro en poder de los descendientes del heroico capitán, tiene una importancia extraordinaria porque es la única medalla regia creada en España en honor de una familia, pero aún tiene mayor importancia la concesión del uso de la espada, lo que representa ennoblecimiento en la graduación adecuada, pues los reyes concedían a sus súbditos que destacaban con acciones sobresalientes, los privilegios de Ciudadanía Honrada, de Caballero y de Noble.

Medalla conmemorativa del suceso

En este caso la concesión del porte de espada implica el nombramiento de caballero que se llevó a cabo el día 9 de noviembre de 1758 por el Capitán General de los Reales Ejércitos, gobernador de Cataluña y Presidente de su Real Audiencia, Juan de Aragón-Azlor.

La heroica tripulación que solo sufrió algunas heridas, recibió doscientos doblones de oro para su reparto.

domingo, 14 de julio de 2013

ESPARTACO MADE IN AMÉRICA





La hazaña protagonizada por el gladiador rebelde Espartaco es conocida en la historia como la Tercera Guerra Servil que fue la última y la más importante de cuantas protagonizaron los esclavos y los gladiadores enfrentándose al poder de Roma.
En todas las revueltas, el ejército romano aplastó a los insurrectos, llegando en algunos casos hasta el exterminio total, pero en esta tercera guerra la cosa fue muy distinta, porque el contingente de gladiadores sublevados y los esclavos que se unieron a al revuelta contaban con un cabecilla excepcional como era el tracio Espartaco, que de soldado profesional hecho prisionero por las legiones romanas, pasó a ser esclavo y luego a gladiador.
Liderando un ejército bien preparado de gladiadores profesionales y numerosos esclavos que con sus mujeres e hijos se les unieron, llegaron a ser más de cien mil personas en aquella formación que trajo en jaque a Roma, hasta que en el año 71, antes de nuestra Era, la revuelta fue aplastada por las legiones romanas al mando de Marco Licinio Craso.
Espartaco falleció en el combate, junto con otros sesenta mil gladiadores y esclavos, aunque su cuerpo no fue hallado entre los restos de la batalla. Todos sus capitanes y gran parte de sus gladiadores que cayeron prisioneros fueron crucificados y muertos, sin ninguna misericordia.
Que ocurriera en la antigüedad una situación de esclavitud como la que se daba en Roma que utilizaba a esclavos como gladiadores para matarse entre sí y divertir a la plebe, es algo que no sorprende demasiado, pero que hayamos llegado hasta casi el pasado siglo XX, sosteniendo una sociedad muy similar a las de los primeros siglos, es ya más sorprendente, aunque realmente cierto.
Pero la llama de la sublevación estaba siempre  encendida y el esclavo se encargó siempre de mantenerla viva, fomentando el odio y la venganza, con actos individuales de insurrección o con conatos de rebeliones colectivas, sofocados casi de inmediato, porque el poder contra el que habían de luchar era tan superior a las fuerzas que podían aglutinar los esclavos que la secuencia duraba bien poco. Por otro lado era tal la crueldad que se empleaba contra el esclavo que a éste pocas ganas le quedaban de levantarse contra su amo.
Pero aun así hubieron rebeliones de esclavos, algunas con mayor trascendencia de lo que cabría imaginar.
Y fue por una de esas sublevaciones de esclavos como se formó el país de Haití, proclamándose independiente de Francia que hasta ese momento había tenido el dominio de la mitad occidental de la isla La Española, que comparte con la República Dominicana.
Allí, tras una ceremonia vudú de un “chamán” llamado Boukman, celebrada 14 de agosto de 1791 en el Bosque del Caimán, varios líderes de los esclavos haitianos se juramentaron para luchar a muerte hasta obtener su libertad. Tras los rituales enervantes que se emplean en estas ceremonias, los conjurados bebieron la sangre de un jabalí, lo que supuestamente debería darles la fuerza que necesitaban para una empresa tan arriesgada como la que se proponían afrontar. Una semana después, en la llamada Noche de Fuego, se inició la rebelión con la quema de muchas plantaciones y asesinato de todos los blancos que encontraron.
Hasta que las autoridades francesas pudieron realizar una contraofensiva, pasaron varios meses, pues no en vano la población de Haití en aquel momento era de trescientos mil esclavos contra doce mil personas libres, casi todos blancos y algunos mulatos y pasaron años hasta que el primer líder de la insurrección pudo ser apresado, conducido a Francia y ejecutado.
Fue en 1803, doce años después de iniciarse las revueltas, cuando otro líder llamado Dessalines, consiguió vencer a las tropas francesas y un año después declaró la independencia de Haití, proclamándose emperador, lo que no sabemos si fue mejor o peor que lo anterior, pues ya se conoce la situación en la que está ese país, considerado el más pobre del mundo y gobernado permanentemente por personajes macabros que se eternizan en el poder.
Esta primera sublevación de esclavos en las Américas, trajo funestas consecuencias, pues se fueron produciendo otras muchas en diferentes países, sofocadas todas con la misma contundencia inmisericorde.
Ocho años después de la sublevación de Haití e inspirado en aquel movimiento que consiguió la independencia del país, los esclavos negros de Louisiana y más concretamente los de la llamada Costa Alemana, muy próxima al río Mississippi, se levantaron en armas contra los amos.
Siempre hubo conatos de rebeldía por parte de algún esclavo harto de soportar las penosas condiciones de vida que los dueños les imponían, pero en esta ocasión la cosa era mucho más seria.
Un esclavo llamado Charles Deslondes que trabajaba en una plantación y que era una especie de capataz o encargado de controlar el trabajo de otros, aglutinó a su alrededor hasta quinientos esclavos a los que vistió de manera similar y de forma parecida a una uniformidad y los hizo marchar al redoble de un tambor que uno de los esclavos tocaba. También hizo confeccionar banderolas que encabezaban su marcha.
Su idea era la de dar a aquel contingente el aspecto de un ejército regular y él, sobre un caballo, marchaba a la cabeza de su tropa que arrasaba plantaciones, incendiaba cultivos, viviendas e incluso llegó a matar a algún blanco, aunque no era esa su intención.
Pretendían causar solamente daños materiales, pero el hijo de uno de los dueños de una plantación les hizo frente y lo mataron.
La sublevación empezó el ocho de enero de 1811, con veinte esclavos sublevados, a los que rápidamente se fueron agregando muchos otros hasta conseguir el número que antes se ha referido.
Dos días después, tropas regulares procedentes de nueva Orleans, los estaban esperando en una plantación propiedad de un tal Fortier. Los esclavos optaron por dar marcha atrás, pero el ejército, mucho mejor preparado y con un armamento más potente, los persiguió dando captura a todos ellos.
Muchos murieron en el enfrentamiento y los demás fueron momentáneamente esclavizados a la espera de ser juzgados, lo que no se hizo esperar, pues tres días más tarde se dictó pena de muerte por decapitación contra cincuenta de ellos; otros veintinueve fueron colgados y su cabecilla y sus dos colaboradores más inmediatos fueron fusilados y posteriormente decapitados.
Lo más chocante de la situación fue que a los propietarios de los esclavos que hubiesen muerto en la sublevación, por cualquier causa, se les pagó trescientos dólares por cada esclavo muerto.
A la vista de la magnitud de aquella revuelta, las autoridades decidieron que aquello no había ocurrido, que había sido un acto más de pillaje aislado y sin más trascendencia.
Pero no todo se puede ocultar y como quiera que en ningún momento cambiaron las condiciones de vida que se imponían a los esclavos, hubo numerosas revueltas más, alguna de importancia como la que protagonizó el esclavo llamado Nat Turner, natural del estado de Virginia.
Turner más que un alborotador era un visionario que decía recibir mensajes divinos y que hacía interpretaciones de los hechos materiales muy al gusto de las religiones animistas.
Así, ante unos hongos que daban al maíz un aspecto como de gotas de sangre, dijo que el cielo lloraba por los esclavos, o que un eclipse de sol era una advertencia divina de que debía preparar una insurrección.
Por fin, el 21 de agosto de 1831, los esclavos de las plantaciones que seguían a Turner, se levantaron en armas y a una orden de su cabecilla, empezaron a matar a todos los blancos que se encontraban y que llegaron a ser cincuenta y cinco entre hombres, mujeres y niños.
Pero aquella rebelión no tenía la fuerza de la de Deslondes, veinte años antes y en menos de cuarenta y ocho horas fue aplastada y todos sus integrantes masacrados, menos Turner que consiguió huir, ocultándose en los pantanos de las zonas, hasta que unos meses después fue descubierto y apresado.

Grabado de la captura de de Nat Turner



El cinco de noviembre fue juzgado, encontrado culpable y ahorcado seis días después. Tras su muerte, el cadáver fue despellejado y descuartizado y dicen que alguno guardó trozos como reliquia, porque lo cierto es que Turner es considerado como un héroe dentro de la comunidad afroamericana.

Es curioso contemplar cómo un país que había conseguido su independencia por una sublevación contra los ingleses que era la potencia colonial, aplastaban cada sublevación que se producía en su suelo, quizás porque ya se habían olvidado de cómo llegaron hasta allí.

domingo, 7 de julio de 2013

PARA DARSE AIRES




Tengo en mi casa un par de abanicos que pertenecieron a mi familia y que después de muchísimos años guardados en un cajón de la vieja cómoda, un día mi madre se decidió a sacarlos y encargar unos marcos en donde exponerlos, abiertos y en todo su esplender.
Los dos están bien conservados, aunque con algunos achaques debido a le edad porque deben tener más de ciento cincuenta años. Uno es de madera de sándalo, que aún conserva su característico y agradable aroma y el otro es de marfil. Los dos tienen en la banda que en términos técnicos recibe el nombre de país, motivos chinos, con la particularidad de que cada una de las caras de los múltiples personajes que aparecen, es de marfil esculpido y pintado. La palillería esta labrada con una pulcritud que asusta al pensar en las horas de trabajo que debió llevar. Guardados tengo los estuches en el que han permanecido durante muchos años y éstos, si cabe, son más bellos que los propios abanicos.
Desde pequeño sentía verdadera atracción por estas dos piezas de colección y no pocas veces pedía a mi abuela que me los enseñara, aunque no me dejaba tocarlos y había de contentarme solamente con contemplarlos y apreciar su delicado olor.
Ahora los tengo en mi casa y, ciertamente, muchos días creo que ni los miro, pero, en fin, así son las cosas: aprecias lo que no tienes y menosprecias lo tuyo.



Mis dos abanicos


Pero hace unos días cayó en mis manos una publicación en la que se anunciaba una subasta de abanicos y por curiosidad empecé a informarme sobre este bello artilugio que es muy apreciado en sus versiones populares, pues cumple una maravillosa función, pero que en las versiones como las mías, no sirven nada más que para exhibirlos.
En el proceso investigativo sobre el abanico me enteré de cosas verdaderamente curiosas que me parece merece la pena relatar.
La palabra abanico procede del término latino “vanus” y da la idea de un instrumento o artilugio que sirviera para avivar el fuego, aventar la parva, o simplemente refrescar, mediante movimientos de vaivén; durante la época que por algunos se ha dado de denominar “galante”, como integrante del aderezo de las damas, fue también y sobre todo, instrumento de comunicación, porque el abanico llegó a tener todo un lenguaje en un momento en la que la libertad de expresión de una dama estaba muy restringida y las señoritas de buena familia acudían siempre a los bailes o demás recepciones acompañadas de una “carabina” que controlaba sus movimientos y conversaciones con los hombres.
En esa mal llamada época galante, cuando Europa olía a retrete por todas partes, dos cosas se pusieron de rabiosa actualidad: el perfume y el abanico.
El perfume para enmascarar la peste que reinaba en todos los lugares públicos y el abanico para aminorar esos mismos olores además de para refrescar el rostro de las damas.
El origen del abanico es confuso, aunque se supone que debió estar en los países cálidos, cuyos habitantes, en un primer momento, usarían una hoja de palma o planta similar, o bien las plumas de un ave para darse un poco de aire que aliviara el calor.
Los abanicos pueden ser, fundamentalmente de dos clases: fijos, más sencillos en su construcción y plegables, más elaborados y complejos.
Sin duda alguna fue el fijo el primero que hizo su aparición y ya en grabados egipcios se representan unos primitivos aventadores, hechos de plumas de avestruz, con los que los siervos daban aire a las personas importantes.
El primer vestigio de este útil objeto se encontró en la tumba de Tutankamon y era un abanico de plumas de avestruz y mango de marfil en forma de “L”.
Pero no fue el uso de este artilugio unicamente de los egipcios, pues en la América precolombina también aparecieron pinturas y grabados con abanicos y de igual forma se constata su existencia en África, en Asia y en muchas islas del Pacífico y siempre en una clara asociación con posiciones de preeminencia social.
Las plebes no usaban abanicos, quizás porque el acceso a plumas de avestruz u otra ave fuera prohibitivo para las clases sociales deprimidas, pero lo que parece innegable es que de una manera o de otra su uso, utilizando una tabla delgada u otro objeto similar, estaría extendido, aunque no se reflejase en ninguno de los grabados, dibujos o bajorrelieves.
Desde que se conoce el uso del abanico, que puede ser desde quince o veinte siglos antes de nuestra Era, su diseño varió poco, aunque si lo hicieron los materiales de que se construía, pero no es hasta el siglo IX d.C. cuando se construyó el primer abanico articulado y fue en Japón.
Cuenta la tradición que su inventor fue un artesano constructor de abanicos fijos que, observando las alas de un murciélago, tuvo la ocurrencia de unir por su base varias varillas y desplegarlas o cerrarlas a capricho.
Su uso fue muy localista hasta que siglos después fue introducido en China, en donde lo conocieron los mercaderes españoles y portugueses que comerciaban con Catay, nombre por el que se conocía a la actual China.
Desde la Península Ibérica se introdujo rápidamente en Italia, dada la gran presencia española y desde allí a Francia y los países centro-europeos.
Cuando Catalina de Médicis se casó con Enrique II de Francia, llevó a Paris sus abanicos, causando una tremenda sensación en la corte francesa, donde se llegó a poner de tal actualidad que todas las damas que se preciaban asistían a los actos sociales aderezadas con sus abanicos.
Lo cierto es que el abanico cumplía al menos con cuatro importantes cometidos.
El primero era, por supuesto, el de refrescar, función para la que estaba concebido; el segundo era disipar los malos olores de todos los palacios, teatros, salones, mansiones y casas de la época, el tercero era el de constituir una especie de juguete con el que tener entretenidas las manos durante los largos conciertos, las recepciones o las tediosas cenas y el cuarto el de constituir una especie de biombo portátil tras el que ocultar las conversaciones privadas de las damas o sus gestos, dejando ver del rostro solamente los ojos.
Más tarde, a este ingenio se le dio otra aplicación como elemento de comunicación secreta.
Desde casi el momento de su introducción se comprendió la cantidad de posibilidades que ofrecía un abanico para convertirse en un objeto de máximo lujo y entonces, hábiles talladores fabricaban las varillas en maderas preciosas o marfil e incluso orfebres las fundieron en oro y plata, creando maravillosas filigranas, mientras que los “países”, nombre que reciben la banda pegada a las varillas, eran confeccionados en sedas, vitelas, encajes o materiales de calidad y eran decorados por importantes pintores de la época, aportando al abanico un valor incalculable.
Como a veces las damas necesitaban las dos manos para realizar alguna función, se acostumbró a llevar el abanico prendido en una cadena, normalmente de oro que se sujetaba a la cintura, dejándolo colgar mientras se realizaba la función, para recuperarlo tirando de la cadena.
Cuando el uso del abanico se popularizó en toda Europa, se crearon numerosas empresas abaniqueras, siendo las más importantes las italianas, donde la gran presencia de artistas, escasos en otros países, hacían una innovación permanente en tan útil objeto.
Desde el siglo XVII se crearon en París y en algunas otras capitales europeas, un buen número de talleres abaniqueros e incluso se formaron gremios debidamente regulados por diferentes edictos.
Un siglo después, su uso se había popularizado de tal manera que el abanico había entrado a formar parte del atuendo femenino, sobe todo cuando se industrializó su construcción, sustituyendo el labrado a mano de las varillas por el troquelado a máquina y la pintura a mano delm país, por una impresión gráfica. Sobre esta época, el abanico alcanza el tamaño de medio círculo al abrirse, pues hasta entonces, su arco era bastante inferior a los 180º.
Sin que se sepa muy bien por qué, los temas de decoración de los abanicos europeos fueron fundamentalmente mitológicos, siendo también muy popular los temas religiosos cristianos.
En la actualidad el abanico es una prenda de uso común, suelen ser de tamaño inferior a los abanicos clásicos de los que hemos hablado y sobre todo de aquellos abanicos enormes llamados “pericotes” que estuvieron de moda allá por el siglo XVIII. Como prenda estacional que es, se suele desempolvar con el inicio de las ferias, sobre todo la de Sevilla, en cuyo real y en cuya plaza de toros, se mueven aliviando las calores de las damas y algunos caballeros, para los que también se han fabricado abanico, de menor tamaño que suelen llevarse en el bolsillo superior de la chaqueta.
Si será importante este artilugio en la vida y costumbres de los pueblos occidentales, el nuestro entre ellos, que además de servir para mitigar el calor, el abanico ha impregnado nuestro ya de por si largo vocabulario. Decimos con mucha frecuencia que ante nosotros se nos presenta un abanico de posibilidades, o que los militares se desplegaron en abanico, o que determinado vegetal se cultiva en abanico, o que el barco llevaba velas de abanico.
Por eso, desde hace unos días en que empecé a instruirme sobre este apreciado artefacto, cada vez que cruzo el pasillo en el que tengo colgados los míos, los miro con admiración y respeto, porque además de todo lo dicho, es que son muy bonitos.