domingo, 31 de julio de 2016

EL "PIONONO" Y EL CROISSANT




Conversando anoche con unos amigos, uno de ellos comentó la historia del croissant, la cual era desconocida para mi. El tema me pareció interesante y esta mañana comencé desde muy temprano a recabar información que completé con la del otro pastelillo que compone este artículo.
Como lo tenemos muy cerca en el espacio y el tiempo, casi todo el mundo en España sabe que los “Piononos” son unos dulces parecidos a los bizcochos borrachos en cuanto a su composición, pero enrollados sobre sí mismos y con la parte superior de crema tostada.
¡Riquísimos! Parece que es seguro que su origen fue en la provincia de Granada, aunque de inmediato se desatan las dudas sobre quien fue su creador y tras leer este artículo, también su origen quedara como eclipsado.
Por su nombre, parece que no existe duda de que se quería agasajar al Papa Pío IX, al que los italianos llamaban Pío Nono y aquí castellanizando y uniendo el nombre y el ordinal, se usó para dar nombre a esta delicia de la repostería.
Pero su autoría está en duda, entre unas monjas de un convento de Santa Fe y un pastelero de la misma ciudad llamado Ceferino Isla, aunque es más que posible que ni las unas, ni el otro, inventaran realmente el dulce, que ya debía existir desde tiempos de la dominación musulmana, pasando por diversas concepciones, nombres y estructuras.
Dando por hecho que con su nombre se quiere agasajar al Papa y, también parece, que en los dos casos por un mismo hecho, cabe una duda en cuanto a su aparición, porque según consta en la documentación escrita que al respecto se conserva, tanto las monjas como Ceferino, dieron a la luz sus pastelillos en la década de 1890.
Pío IX fue el papa que en 1854 decidió, unilateralmente y porque así se lo permitía la capacidad de no errar nunca en materia de fe y costumbres, que la Virgen María fue concebida en el seno de su madre, Santa Ana, sin rastro alguno del pecado original que todos arrastramos.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María acarreó inmensas oleadas de alegría entre los creyentes y por eso, el pastelero Ceferino Isla ideó aquel bizcochito borracho, de forma redondeada, como era la de su Santidad y coronó la parte superior con una crema tostada, queriendo simular el solio pontificio. Lo introdujo en una barquilla de blanco papel y ya estaba completa la imagen papal.

Típico “pionono” granadino

En el caso de las monjas la historia es muy similar y la cuestión es que en los escaparates de las pastelerías de Granada, primero, y de toda España, después, empezaron a proliferar los Pio Nono o Píos Nonos, que en sus primeros años se escribía con dos palabras.
Pero en el curso de la escritura de la novela titulada La Regenta, Leopoldo Alas “Clarín”, denominó al pastelito como “pionono” y desde entonces se le conoce así, por una sola palabra. Este dato arrastra a la controversia porque encierra una curiosidad más y es que La Regenta se terminó de escribir en 1884, antes, por tanto de que Ceferino y las monjas hubiesen dado a conocer su creación.
Treinta y seis años pasados desde la proclamación del dogma parecen demasiados para agasajar la idea del papa de liberar a la Virgen del original pecado, a menos que la inspiración no se hubiera hecho presenté hasta esa fecha, sobre todo porque, en la prensa madrileña, aparece una primera referencia al pastelillo, con fecha 28 de marzo de 1858, con una proximidad entre los dos actos mucho más comprensible. Además, el artículo, que se puede constatar, explica que la procedencia de la deliciosa golosina, no es de Santa Fe, Granada, sino de Cádiz.
Lo que si parece cierto es que la receta de los piononos de Santa Fe, alcanzaron la máxima popularidad porque eran menos empalagosos, más ligeros y mas bellos de estructura, lo que los hizo los más populares que los demás.
Mas bonita es la historia del Croissant, una especie de bollo que no tiene más especialidad que su forma de amasarlo, pues sus ingredientes son los mismo que para la bollería en general.
Todos pensamos que este delicioso bollo, que tostado con mantequilla y mermelada está exquisito, es un invento francés, dado que su nombre así parece indicárnoslo, pero lo mismo que con el pionono, nos equivocamos.
Es francés desde que la reina María Antonieta puso de moda el comer un dulce típico de su ciudad, Viena y trajo a su corte pasteleros vieneses para que enseñaran amasar y cocer tan exquisito bollo.
Así que fue Viena la ciudad en donde se inventó esta delicia y las circunstancias de su invención son tan curiosas como realmente históricas.

Magníficos croassants, con su forma de media luna

El imperio Otomano, en su afán expansivo, comenzó en el último año del siglo XIII, una serie de conquista que duraron hasta más allá del siglo XVII y que es un período conocido como las Guerras Turcas.
Después de haberse engullido los restos del Imperio Romano de Oriente (Bizancio), prosiguió su incursión por toda Europa Central, conquistando Rumanía, Hungría, Chequia, Eslovaquia y los Balcanes y, mucho más grave, sembrando un terror indescriptible en todas las poblaciones debido a la crueldad con la que se producían sus ataques y sus posteriores represalias.
En su avance imparable, consiguieron llegar hasta Viena, ciudad perfectamente amurallada que detuvo momentáneamente el ataque de los otomanos.
Corría el año 1683 cuando el imperio otomano, que contaba con  poderosos aliados como tribus tártaras, cosacos o con ejércitos de países sometidos, decidió dar el golpe definitivo al Sacro Imperio Romano Germánico. Formó así un ejército de más de ciento veinticinco mil hombres, con los que entró plenamente decidido y a las órdenes de Kara Mustaphá.
El veinticinco de julio de aquel año, el poderoso ejército aparecía frente a las murallas de Viena.
El Sacro Imperio, en el que reinaba Leopoldo I, no tenía tropas para enfrentarse al turco, por lo que pidió auxilio al Papa, para detener el avance de los infieles que ponían en peligro toda Europa.
En su ayuda acudieron España, Portugal y Polonia, juntado un ejército considerable, pero inferior numéricamente al turco.
Estos habían sitiado la ciudad de Viena, en donde se había refugiado el emperador Leopoldo, que viendo la inferioridad numérica, abandonó la ciudad dejándola a su suerte con una pequeña guarnición si bien muy armada con modernos cañones, de los que los turcos carecían.
El asedio duró dos meses en los que los vieneses sufrieron muchas calamidades en forma de hambres y enfermedades, pero otro tanto padecían los ejércitos turcos que no veían la forma de terminar con la resistencia austríaca.
En un último esfuerzo por vencer la resistencia de los sitiados, los soldados turcos comenzaron a horadar galerías subterráneas para llegar a los puntos clave de las murallas, en una labor de zapa que hacían solamente por la noches, para evitar ser descubiertos.
Pero dio la casualidad que muy cerca de las murallas había un obrador de panadería en el que varios panaderos trabajaban toda la noche para que al día siguiente hubiese pan caliente para la población.
En el silencio de la noche creyeron escuchar los débiles ruidos subterráneos que se producían en uno de los túneles, que casualmente pasaba por debajo de la panadería. Inmediatamente dieron la voz de alerta y toda la fuerza regular de la ciudad, auxiliada por numerosos vecinos, se pusieron a la tarea de detectar otros puntos por donde también se estuvieran excavando túneles y para cuando los turcos consiguieron acabar sus galerías, los vieneses los estaban esperando, causándoles tremendas bajas y sobre todo una gran desmoralización, que fue aprovechada días después, con la llegada de un ejército polaco al mando del príncipe Sobieski que presentó batalla, derrotando estrepitosamente a los turcos que abandonaron el asedio.
La noticia de que habparaderos fabricaron un bollo, con forma de media luna, insignia de las fuerzas turcasos puntos por donde ytambi bollo Ccreador.ían sido los panaderos los que se dieron cuenta de que se estaban horadando túneles, convirtió a este gremio en los verdaderos artífices de la victoria y para conmemorarla, el emperador Leopoldo pidió a aquellos panaderos que fabricaran algún bollo o pan, con el que cada año, por aquella fecha, festejarían su victoria sobre los invasores.
Los paraderos fabricaron un bollo, con forma de media luna, insignia de las fuerzas turcas, que es el que hoy conocemos como croissant.
Y con estas dos delicias de la repostería, deseo a todos los lectores una feliz digestión.


domingo, 24 de julio de 2016

EL BUSTO Y EL "PINGURUCHO"




Hoy hemos leído en la prensa que el ayuntamiento de Madrid, de clarísima ideología de extrema izquierda, tiene proyectado dedicar una calle a Mercedes Formica, conocida en el mundo de las letras por el seudónimo de Elena del Puerto. Era esta una mujer destacada en su época, jurista, periodista, novelista, feminista convencida, consiguió que en 1958 se cambiaran sesenta y seis artículos del Código Civil en todos los cuales se mejoraba la condición de la mujer española. Su único y gran defecto es que estuvo afiliada a Falange, organización de la que se desvinculó pronto, cuando comprobó que sus aspiraciones feministas no tenían allí cabida.
Aún con esa lacra en su pasado, va a dar nombre a una calle de la capital de España, con una composición consistorial de ideología contraria a los que esta mujer representara.
Tan extrema que otro ayuntamiento, esta vez el de Cádiz, de la misma ideología que el madrileño, hace unos meses retiraba de la entrada al Instituto de la Mujer gaditano, un busto de la misma Mercedes Formica que se había colocado allí en 2014.
La razón para la retirada es que era falangista.
Más que razón, diría yo, la sinrazón, porque con la que está cayendo, con lo que tenemos que soportar los ciudadanos cada día, con la cantidad de problemas que tienen  los ayuntamientos, que su preocupación sea retirar un busto, o cambiar el nombre de una calle, no deja de ser una sinrazón.
Cosas similares han ocurrido con demasiada frecuencia en los últimos cuarenta años y también el la larguísima etapa anterior y es que se conoce que debe ser un deporte al que, sin saberlo, somos los españoles muy aficionados.
En 1943, ya ha llovido, la ciudad de Almería retiraba, en presencia del entonces aclamadísimo caudillo, un monumento dedicado a los Mártires de la Libertad, pero no a unos mártires reciente, no, a unos mártires de ciento diecinueve años atrás.
Veamos qué ocurrió entonces.
En 1823, Fernando VII recupera el poder absoluto, como ya mencionaba en mi anterior artículo. “Vivan las caenas” era el grito que gustaba a una buena parte del pueblo español, que incluso pensaba que el rey se había quedado corto a la hora de ejercer el poder absoluto.
Tanto, que se produjo una sublevación de los realistas, contra el propio rey que se llamó “La guerra de los agraviados” o de los “malcontents”, en catalán, porque fue precisamente en tierras catalanas donde casi únicamente se dejó sentir.
Fue en realidad una birria de guerra que resolvió Fernando, trasladándose a Cataluña, donde con su sola presencia y el apoyo del ejército que mandaba el conde Carlos de España, militar distinguido en la Guerra de la Independencia, se resolvió prácticamente el conflicto con la rendición de casi todas las tropas que formaban el conglomerado de los malcontents.
Todo era un disparate, pues los motivos por los que estaban descontentos eran, entre otros, porque no se había restablecido la Inquisición, para seguir ajusticiando sin sentido de la justicia; porque el rey mantenía relaciones con los denominados “afrancesados”; por faltas de reformas para conservar el absolutismo, o porque estas eran muy tímidas, o porque las Milicias Realistas que creara el rey, no estaban suficientemente controladas.
Como se ve, todo en contra de lo que eran tendencias mundiales hacia la concesión de libertades y finalización de los regímenes totalitarios.
Los agraviados pensaban destronar a Fernando y colocar en su lugar a su hermano Carlos María Isidro, que sí que iba a misa todos los días.
Como es natural, al acabarse el periodo liberal, distintos movimientos europeos, en los que se habían ido engarzando los liberales españoles que tuvieron que huir de España tras el llamado Terror de 1824, y a los que habría que sumar los miembros de las llamadas sociedades de comuneros y los masones, comenzaron a subvertir el orden en España, pero con tanta timidez y poca contundencia, que nada pudieron contra las fuerzas realistas.
Y uno de esos movimientos, una de las más arriesgadas acciones, fue aquella que en Almería hizo que se levantara un monumento a los Mártires de la Libertad.
Estos mártires fueron un puñado de hombres que la noche del dos de agosto de 1824, zarparon de Gibraltar a bordo de tres falúas con dirección a Almería. Al mando del grupo de sesenta y cinco hombres, iba el coronel Francisco Valdés y la flotilla la dirigía un individuo, contrabandista de profesión y liberal de ideología, apodado “El Borrascas”. No sé que tal navegante era el contrabandista, pero se encontró un fuerte viento de levante que el hizo dar la vuelta y desembarcar en dirección contraria a la que iba: en las playas de Tarifa.
Allí, valiéndose de la sorpresa, asaltaron el presidio en el que había unos cien presos y otros tantos vigilantes, los cuales se pasaron casi todos al bando de los liberales. Pero les duró poco la alegría porque, muy pronto, se vieron rodeados por tropas españolas y francesas y unos días después los bloquearon también por mar.
Cuatro días después, el seis de agosto, liderados por el coronel Pablo Iglesias (nada que ver con otra cosa que no sea la casualidad), volvía a embarcar en Gibraltar un contingente de liberales, nuevamente con dirección a Almería, y esta vez a bordo de un bergantín británico llamado Frederic.
Era un grupo muy heterogéneo, conocido como “Los Coloraos”, por el color de la camisa que llevaban y en el que iban varios liberales extranjeros de reconocido prestigio, así como el director del periódico liberal madrileños llamado “El Zurriago”, que había tenido que cerrar con la llegada del absolutismo.
Pero ya no podía funcionar el factor sorpresa que acompañó a la operación de Tarifa y el buque fue seguido en todo su viaje y cuando fueron a desembarcar en Almería, las tropas realistas los estaban esperando.
Se desató un durísimo enfrentamiento y muchos de los coloraos murieron en la misma playa, mientras otros consiguieron huir hacia la sierra próxima. Allí fueron cercados y capturados todos.
Sin juicio y hasta sin tambor, el día veinticuatro de agosto, los veintidós coloraos capturados, fueron llevados hasta la Rambla de Belén, entonces fuera de la ciudad y obligados a ponerse de rodillas, fueron fusilados por la espalda.
El único que no murió aquel triste día, fue el coronel Pablo Iglesias, el único que fue juzgado en Madrid, siendo ahorcado el 25 de agosto del año siguiente.
Lo mismo que ocurrió con los coloraos de Almería, sucedió con los de Tarifa, en donde fueron capturados ciento sesenta y tras un juicio pantomima, fueron fusilados en las tapias del cementerio de Algeciras.
Años después, la ciudad de Almería encargó a un escultor, un monumento que celebrara aquel acontecimiento y en 1871 fue levantada una columna de mármol en la llamada Puerta de Purchena, en donde permaneció hasta 1899, en que se trasladó a la Plaza Vieja.

Foto de la época del Pingurucho en la Plaza Vieja

Allí permaneció hasta 1943, fecha en la que ya el deporte nacional de cambiar nombres, se ensañó con el infeliz monumento, que tiene tan escasa significación, que el pueblo almeriense lo bautizó con una palabra inventada por ellos: Pingurucho, a falta de otra denominación que aludiera con más acierto a su existencia conmemorativa.
Con la llegada del nuevo régimen democrático, el ayuntamiento de Almería, volvió a colocar la columna en la misma plaza, acordando que cada veinticuatro de agosto se celebre un acto conmemorativo por aquellos liberales que dieron su vida por restablecer la Constitución.
Todo lo acaecido con el famoso y repetido Pingurucho parece cosa normal, pero no lo es.
¿A quién, en 1943, molestaba ese monumento dedicado a unas personas caídas en aras de la libertad un siglo antes?
Yo creo que a nadie, solamente a algún terco y trasnochado fanático de esos que, siendo más papistas que el Papa, lo único que desean es congraciarse con el poder.
¿A quién molestaba en Cádiz el busto de Mercedes Formica? ¿A los mismo que agrada en Madrid?
Solamente a algún mezquino intransigente que tiene atravesado en la garganta, como si de la espina de un pescado se tratara, todo lo que le huela a época anterior, aunque esa época sea de hace dos años.
Solamente a un mentecato que busca mil explicaciones para que la bandera de España no ondee en nuestra ciudad y en su lugar lo haga la de la II República, la del Arco Iris o cualquier otra que no nos representa a todos, sino a los colectivos que a ellos les votan.

¡Lamentable!

domingo, 17 de julio de 2016

EL DECRETO DE JEREZ






 Hace ya unos meses que no vengo alimentando este mi querido blog, debido a varias circunstancias. La primera y principal es la sensación de agotamiento que se produce después de más de doscientos cincuenta artículos salidos con aceptable puntualidad cada semana; con ese ritmo que por momentos se hace frenético, llega un momento en que ya no sabes de dónde seguir bebiendo para mantener viva la llama y ésta, acaba por extinguirse.
Otra razón es que había recuperado la escritura de una novela que empecé hace años y que había quedado abandonada en una carpeta en la pantalla de mi ordenador y que un familiar muy querido, me impulsaba a continuar. Hoy está casi terminada.
Y la razón más importante es que de unos meses a esta parte, me invade la pereza. La ausencia de disciplina en la vida de un jubilado, va minando las resistencias que cada vez más leves, tratan de impedir que te dejes llevar por la molicie total y al final la victoria del “dolce far niente” se impone con toda su tiranía.
Pero a veces he sentido ganas de escribir algún otro artículo en el que divulgar alguna de esas historias que están escondidas detrás de la Historia y eso es lo que me ha ocurrido con el asunto que comprende el título de este artículo.
Hace ya unos meses comencé la lectura de Episodios Nacionales, empezando por Trafalgar y leyendo en el orden cronológico en el que se fueron sucediendo los acontecimientos que es el mismo que el autor fue escribiéndolos. La obra completa es larguísima, como ya saben los lectores y yo aún no he llegado a la mitad, pero estoy absolutamente enganchado y cualquier momento es bueno para continuar la lectura.
Lectura que recomiendo encarecidamente no solamente por la cantidad de información que aporta, sino por la espléndida narración y la belleza literaria de la obra.
Y entre esas múltiples informaciones, me vine a enterar del Decreto de proscripción que curiosamente, al menos para mí, se firmó en Jerez de la Frontera, mi pueblo vecino, el día cuatro de octubre de 1823.
Para mejor comprender esto, sin tener que leer el Episodio denominado El Terror de 1824, es necesario explicar que entre 1820 y 1823, se produce una etapa en la historia de España que se conoce como Trienio Liberal, el cual no era bien visto por la monarquías absolutistas extranjeras, sobre todo por Francia que nos envió a los conocidos y famosos Cien mil hijos de San Luís, cuerpo de ejército con el que se pensaba restablecer el absolutismo.
En vista del peligro que corría la Constitución de 1812, los liberales obligaron al rey y a la familia real a trasladarse a Sevilla, con intención de alejarla del peligro que supondría Madrid, una vez llegasen los franceses y así, se establecieron en la ciudad del Guadalquivir hasta que la proximidad de los absolutistas, obligaron a embarcar hacia Cádiz, precisamente en el primer barco de vapor que navegó por el río sevillano. Para conseguir que el rey acompañe al gobierno liberal, han de declararle enajenado mental, es decir, loco y arrebatarle momentáneamente sus poderes y su capacidad de decisión.
Las fuerzas que apoyan a los absolutistas llegan hasta Puerto Real y desde allí tratan de tomar Cádiz.
Pasan muchas vicisitudes, entre las que se encuentra la toma del fuerte del Trocadero, cuyas ruinas aún puede contemplarse al pie del Puente Carranza, y desde el que se bombardea Cádiz, como ya había sido bombardeada en la otra etapa en que el gobierno y las Cortes estuvieron en la ciudad. Consecuencia final: los liberales salen por piernas, con la Constitución bajo el brazo y con la leyenda de haber traído a España todas las desgracias habidas y por haber.
Era tan insensato aquel pueblo que apoyaba a un rey absolutista que su grito de guerra era: “Vivan las caenas”.
Desde ese mismo momento, repuesto Fernando VII en el trono absolutista, se inicia una caza de brujas en todo el país. El rey ha de volver a la corte y se inician los preparativos para el viaje, pero algo debió pasar cuando la comitiva recorría el camino de Cádiz hasta Jerez, que alojado en la Cartuja jerezana, el rey dicta el Decreto al que se aludió más arriba.
Y este “decretazo”, del mejor talante absolutista, fue bien visto por la inmensa mayoría de los españoles, aun cuando en él se disponía que durante el viaje real a Madrid, y siempre que en el futuro el rey se desplazase a cualquier punto del territorio español, se hallase a más de cinco leguas del contorno de su persona, cualquier individuo que durante el reinado de la Constitución hubiese sido diputado a Cortes en cualquiera de las dos legislaturas pasadas, secretario del despacho, consejero de Estado, vocal del Supremo Tribunal de Justicia, comandante general o jefe político, jefe y oficial de la extinguida milicia voluntaria y además se les cerraba para siempre la entrada en la corte y sitios reales, a los que no se podían aproximar en un radio de quince leguas.

Fachada principal de la Iglesia de la Cartuja

A estas medidas de urgencias que trataban de evitar percances en el retorno a Madrid, han de sumarse otras como la pérdida de los destinos aunque sus poseedores lo hubiesen obtenido de manera legal.
Más de cien mil personas quedaron afectadas por este draconiano decreto para el que resulta difícil encontrar parangón a lo largo de la historia.
Pero no era solamente la dureza de las medidas que contemplaba lo que lo hace realmente difícil de digerir, es la hipocresía que en él se vierte lo que lo hace, si cabe, aún más nocivo.
Muchos y muy buenos ciudadanos fueron condenados a diversas penas, como las de presidio en las ciudades de Ceuta y Melilla; otros fueron desterrados de sus lugares de residencia con prohibición de volver y algunos otros, más señalados durante el trienio constitucional, fueron llevados a la horca con sentencias de todo punto injustificadas.
Concluía el Decreto con una cláusula que decía: “En la desgraciada agitación en que pusieron a mi corazón el año 1820 sucesos que no quisiera recordar, no hallaba mas consuelo que recurrir al Dios de las misericordias para implorar su asistencia a favor de mi digna familia y de mi pueblo, dulces objetos de mis paternales desvelos…”
Y acababa nombrando primer Secretario de Estado a un religioso llamado Víctor Sáez que era su director espiritual, al que colmó de poder, claro que esa situación duró algo más de dos meses y se acabó cuando el cura le llevo la contraria en dos ocasiones.
El rey se restituye todos los poderes que le concernían antes del trienio liberal y solamente excusa el restituir el Tribunal de la Inquisición que había sido abolido por las Cortes de Cádiz.
Tan incomprensible es la actitud del pueblo español que a gritos se manifestaba constantemente pidiendo “más caenas” y acudió en masa para vituperar y escarnecer en el momento de su injusta ejecución, al general Rafael del Riego, condenado a morir en la horca por una ley promulgada con posterioridad al delito por el que se le acusaba, que no era por cierto el levantamiento de Las Cabezas de San Juan, sino el de haber votado a favor de trasladar al rey de Sevilla a Cádiz, lo mismo que habían hecho otros centenares de diputados y miembros del gobierno, sin que para ellos hubiese tenido más consecuencias que el presidio o el destierro, y para bastantes, absolutamente ninguna.
Pero así es nuestro pueblo, al que de gustarles las cadenas que el rey enrollaba en sus cuellos, pasaron a odiarle con el mismo ardor con el que le amaron.
Buscando información para este escrito. Me he encontrado con dos curiosidades que me parecen dignas de relatar y es que todos sabemos que a José I Bonaparte, el rey que nos impuso Napoleón, se le conocía en entre el pueblo por “Pepe Botella”, haciendo alusión a su afición a la bebida. Todos sabemos que no era cierto, que el Bonaparte era totalmente abstemio, pero lo que no es tan conocido es la procedencia entonces de ese curioso mote.
Según el historiador Rumeu de Armas, el moto tuvo su génesis en un decreto del monarca por el que rebajaba considerablemente los impuestos fiscales sobre la venta de bebidas alcohólicas, cosa que se interpretó de forma tan sesgada como irónica, haciendo pensar que bajaba el precio para poder beber más.
Cosa similar ocurrió con otros dos motes por el que también se le conocía, aunque no de tanta popularidad y que eran “Pepe Barajas” y “Rey de Copas”.
El primero obedece también a una rebaja en los impuestos que se pagaban por las barajas de cartas que eran entonces de exclusiva producción del estado y el segundo es una simbiosis de los dos apelativos anteriores.