sábado, 10 de junio de 2017

DE RAMERA A LEGISLADORA


Recuerdo que cuando preparaba las oposiciones, estudiaba el antiguo Código Civil, que fue publicado en 1889 y del que buena parte aún continúa vigente, y en el que se establecía claras diferencias entre los hijos, según estos hubieran nacido dentro del matrimonio o fuera de él.
Los primeros eran los hijos “legítimos”, a los que asistían todos los derechos; los otros podían ser “naturales” cuando sus padres no estaban casados, aunque bien pudieran estarlo, pues no había impedimento para hacerlo, o “ilegítimos”, aquellos cuyos padres carecían de la capacidad para casarse, bien por estar ya casados, por pertenecer a religiones distintas, o por veto de la Iglesia.
Esa vergonzosa distinción estuvo vigente hasta 1974, en que se empezaron a incluir modificaciones que afectaron de manera importarte al estado civil y sobre todo a la equiparación de los hijos.
Y es que los hijos “ilegítimos”, o los “naturales” no tenían las mismas capacidades legales que los hijos “legítimos”. No podían heredar, llevar los apellidos de su padre, sucederle, e incluso en casos muy extremos, los sacerdotes se negaron a bautizarlo o a aceptarlos en el seno de la Iglesia.
Por extraño que esto pueda parecernos hoy, era una costumbre muy extendida, sobre todo en el orbe cristiano, pues otras religiones habían sido más tolerantes con los hijos.
Algo similar ha ocurrido hasta no hace mucho con el divorcio, cuya ley se introdujo en el Código Civil en 1981, aunque en 1932, la II República ya aprobó una ley reguladora de las situaciones matrimoniales, que fue derogada por el régimen surgido de 1936.
En 1985, por Ley Orgánica, se despenalizaron varios supuestos de aborto y en 2010 se legalizaron varios supuestos de interrupción voluntaria del embarazo.
En 1978, el Congreso aprobó la despenalización de los delitos de adulterio y amancebamiento. Estos dos delitos, que en el fondo lo único que suponían era una infidelidad matrimonial: adulterio en el caso de la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y amancebamiento que lo cometía el marido que tuviera “manceba” dentro de la casa conyugal o “notoriamente fuera de ella”.
Para el marido un desliz ocasional, la costumbre de visitar asiduamente burdeles o tener una “mantenida” con la necesaria discreción, no era delito, pero para la mujer una sola relación, fugaz, esporádica, la convertía en delincuente.
En fin, que una serie de derechos fundamentales de las personas, habían venido siendo conculcados con el amparo de las leyes y a lo largo de muchos siglos. Cierto que en nuestro país teníamos un gran atraso legislativo, pero no mucho más que una buena cantidad de países que con regímenes muchísimo más liberales que el nuestro, siguen prohibiendo determinadas conductas sexuales consentidas entre personas adultas.
Cuesta trabajo creer que estos logros sociales lo consiguieron algunas naciones en el siglo VI de nuestra era. Y así fue, efectivamente.
Tenemos que trasladarnos al Imperio Bizantino; al punto más alto de su esplendor, cuando además de la hegemonía que el imperio ejerce sobre todo el mundo conocido, sus ciudadanos alcanzan también el punto más alto de sus derechos civiles.
Roma ya sucumbió ante los bárbaros y su imperio se lo han repartido las diversas tribus que llegaron desde los “limes”.
Y este logro de la sociedad fue debido, casi exclusivamente, a una persona: Teodora de Bizancio.
Teodora fue quizás la mujer más influyente y poderosa de su época. Nacida en una humilde familia, no hay conocimiento exacto de su lugar de nacimiento que unos suponen en Siria y otros en Chipre, pero unánimemente, en torno al año 500.
Lo cierto es que su familia, con su padre al frente, se trasladó a Constantinopla, en donde el padre, Acacio, encontró trabajo como entrenador de osos para peleas en el circo y su madre, cuyo nombre desconocemos, trabajaba como bailarina y actriz.
Así, la familia consiguió salir adelante y Teodora, la menor de tres hermanas, era la única que no tenía una actividad remunerada, pues sus dos hermanas, actuaban como actrices en la compañía de su madre.
Teodora era más bien torpe para la interpretación; no conseguía memorizar sus diálogos pero aunque todavía era una adolescente, poseía una belleza sin igual y ya demostraba poseer un don especial para encandilar al personal que acudía a los espectáculos, con contoneos sinuosos y sugerentes que provocaban los delirios de la audiencia masculina, mientras la entretenía contando historias cómicas de contenido picante y dejando ver parte de su cuerpo, mientras se contoneaba procazmente.
Cada día avanzaba un poco más en la desvergüenza y soltura que mostraba en el escenario hasta que llegó a la actuación que la hizo famosa en toda Constantinopla.
Salió al escenario casi desnuda y se tumbó en el suelo. Unos esclavos esparcieron sobre su cuerpo granos de cereales y dejaron entrar seis gansos hambrientos que empezaron a picotear el grano, mientras Teodora simulaba estar sintiendo un inmenso placer con los picotazos de las aves.
Desde entonces la invitaban a realizar números privados en las fiestas de nobles y ricos, ganándose la bien merecida fama de la prostituta más famosa y mejor pagada de la capital del imperio, lo que significaba de todo el orbe cristiano.
Con una amiga, llamada Antonina, abrió la casa de putas más cara y lujosa que jamás se había visto, pero aunque la actividad era muy productiva, la cabeza de Teodora estaba en otra parte, por eso cuando el recién nombrado gobernador de una provincia africana, al que conocía de las fiestas palaciegas, le propuso convertirse en su amante y marchar con él, aceptó sin dudarlo.
Durante cuatro años permanecieron juntos y fruto de esta unión fue una hija sobre cuya paternidad el gobernador tenía serias dudas.
Teodora se marchó de su lado y regresó a Constantinopla. Tenía veinte años y una larguísima experiencia amatoria, además de mucha facilidad de palabra, una mente despierta que lo captaba todo al instante y un raciocinio impropio de su incultura y baja extracción social.
En su viaje de vuelta se entretuvo en Alejandría, pues allí quedó subyugada por la prédicas de Severo, el patriarca de Antioquía y un hombre santo. A su lado, Teodora adquiere una gran formación cristiana, con la que regresa a Constantinopla.
Allí, su amiga y antigua socia, Antonina, sigue dirigiendo el burdel que años antes habían creado juntas, pero Teodora ya no quiere ejercer ese oficio, ahora aspira a otras metas.
Su amiga es la amante del joven general Belisario, el más famoso estratega del imperio y el cual es amigo íntimo de Justiniano, sobrino del emperador Justino y destinado a sucederle.
Antonina prepara una fiesta para que Teodora y Justiniano se conozcan, con el fin de que se haga su amante, pero el futuro emperador queda tan prendado de la joven que se enamora perdidamente de ella, convirtiéndola en su amante, pero con el deseo de casarse con ella.
Por supuesto que aquella boda no estaba bien vista en Bizancio, en donde una ley prohibía expresamente el matrimonio de los nobles con prostitutas, pero Justiniano estaba decidido y tras varios intentos, contrajeron matrimonio. Tenía entonces Teodora veintisiete años.

Teodora y Justiniano

Convertida en emperatriz, empleo todos sus conocimientos hasta convertirse en la consejera del emperador, que no veía más que por sus ojos. Ejerció tal influencia que fue capaz de desplazar a todos los consejeros que tradicionalmente rodeaban al emperador, hombres sabios, ricos, nobles y corruptos, por hombres simplemente sabios, honrados y juiciosos.
Justiniano fue quizás, el mas grande emperador romano de Oriente y a él se debe la mayor recopilación de textos jurídicos de la historia: el “Corpus Iuris Civilis”.
En 532, con ocasión de la revuelta de Niká, censuró la cobardía de su esposo para enfrentarse a las muchedumbres que lo atenazaban y tras pronunciar unas palabras ante el consejo del imperio, hizo ver a todos y en especial a su esposo que “la púrpura es el mejor color para la mortaja”.
Envalentonado por las palabras de Teodora, se lanzó con sus huestes contra los alteradores que eran casi todos los ciudadanos de Constantinopla y consiguió restablecer el orden.
Si a la emperatriz le faltaba algo para el poder absoluto, aquello fue determinante.
Y como decía al principio, Bizancio obtuvo un cuerpo jurídico con unos avances sociales que nunca se habían visto y que no se consiguieron en la mayoría de los países hasta quince siglos después.
La intervención directa de Teodora no solo engrandeció Constantinopla, a la que pobló de fuentes, jardines, plazas y numerosas otras obras sociales, sino que consiguió avances para las clases sociales como el reconocimiento de los mismos derechos, incluida la herencia, para los hijos bastardos, es decir, no legítimos.
Intervino en la edición de una ley que regulaba el aborto en circunstancias determinadas, convirtiéndose en la primera ley que reguló esta materia en toda la historia.
Se autorizó a la mujer a divorciarse con libertad y sin otras consecuencias legales, así como a realizarse matrimonios entre las diferentes clases sociales, o religiones, que tanto había dificultado su propio matrimonio.
Se prohibió la prostitución cuando era ejercida de forma forzosa, lo que hoy diríamos que se designa como “trata de blanca”, a la vez que se regulo su legal ejercicio en condiciones de libertad, prohibiéndose los abusos, los malos tratos, las prácticas vejatorias y una cosa muy importante: todos los prostíbulos debían estar regentados por mujeres. Creó centros de acogidas para prostitutas arrepentidas, instituciones que aún perduran.
Se prohibieron los castigos para las adúlteras y hubiera seguido consiguiendo beneficios sociales para las clases más necesitadas, si con cuarenta y siete años, un cáncer de mama no le hubiese arrebatado la vida.

La Iglesia Ortodoxa la ha convertido en santa, quizás en un exceso, aunque desde su estancia junto a Severo, su conducta cambió y como esposa del emperador, jamás dio motivos para las habladurías.

2 comentarios:

  1. Justiniano siendo de familia humilde tuvo que valer mucho para alcanzar el poder yo creo que su personalidad estaba muy por encima de la putita Teodora que yo desconocía que se había dedicado a eso, el legado más importante de él es el llamado Código Justiniano, compendio de todo el derecho romano.

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