viernes, 16 de junio de 2017

¿OTRAS VIDAS PARALELAS?



A finales del siglo I comenzó Plutarco a escribir una obra que le haría famoso: Vidas Paralelas. Tardó veinte años en acabar una colección de biografías de célebres personajes griegos y romanos, a los cuales emparejaba al encontrar alguna similitud en sus vidas que consideraba les había hecho vivir con cierto paralelismo, si bien, al final de cada emparejamiento, en un corto apartado, exponía lo que de distinto tenía cada personaje.
Contiene la obra que ha llegado hasta nosotros, un total de cuarenta y ocho biografías en veinticuatro capítulos en los que empareja personajes en un abanico tan extenso, que va desde héroes mitológicos, como Teseo y Rómulo, militares y estrategas como Alejandro Magno y Julio Cesar u oradores de la talla de Demóstenes y Cicerón.
De todas estas biografías, veintidós pares corresponden exactamente al propósito de la obra: el emparejamiento greco-latino, pues actualmente se incluye el único capítulo que se conserva de la obra dedicada a emperadores romanos y que versa sobre  Galba y Otón, dos personajes muy desconocidos que forman la primera parte del cuarteto de emperadores que accedieron al trono en el año 69 y que se conoce como “el año de los cuatro emperadores”. Los otros fueron Vitelio y Vespasiano que, por fin,  consiguió estabilizar la vida de Roma e inició la dinastía Flavia (Vespasiano, Tito y Domiciano). La última pareja de biografías corresponden al rey persa Artajerjes y Arato, militar y estratega griego, que era una obra independiente pero que actualmente se incluye en las Vidas Paralelas.
La obra es larga y un poco pesada de leer por la erudición que despliega su autor que, en aquella distante época, en la que documentarse sobre alguien debía ser harto complicado, demuestra unos conocimientos, una información y una cultura, dignos de envidia; pero si se leen solamente los finales de los capítulos, en donde se encuentra lo distintivo de los personajes, la lectura se lleva mucho mejor.
Sin embargo, justo en la época en que Plutarco empieza a escribir su obra magna, todo el mundo conocido, que era el entorno del Mediterráneo, anda de cabeza detrás de dos hombres.
Dos hombres que han revolucionado el pensamiento de la época, que han influido en los pueblos y en los gobernantes y hombres, en fin, a los que se le atribuyen la cualidad de obrar milagros y realizar actos tan extraordinarios como poco comunes.
Uno de estos hombres era Apolonio de Tiana, el otro era Jesucristo.
Sus nacimientos debieron estar muy próximos en el tiempo y ambos recibieron una educación esmerada que debió contener conocimientos profundos de las religiones orientales, egipcias y persas. Ambos también predicaron un mensaje de paz, le siguieron algunos incondicionales discípulos, e hicieron milagros. Luego, fueron mal vistos por el imperio romano y los dos murieron en extrañas circunstancias, siendo vistos ambos después de su muerte.
Curiosamente y a pesar de todo lo que se ha escrito sobre Jesucristo, sabemos muchísimo más de Apolonio de Tiana que del fundador de la religión más importante del mundo, así como conocemos que en la época que a los dos les tocó vivir, Apolonio era muchísimo más conocido en todos los puntos del imperio romano, sin que esta aseveración trate de molestar a nadie.
Y eso fue gracias al filósofo Filóstrato que escribió su biografía a petición de la esposa del emperador Séptimo Severo, aproximadamente un siglo después de la muerte o desaparición de Apolonio, pues, ciertamente, nadie sabe cómo ni cuándo murió definitivamente ya que con anterioridad había simulado su muerte, reapareciendo a continuación.
Apolonio nació en Tiana, en la actual Turquía asiática, en aquel momento parte de Grecia y desde muy temprana edad dio muestras de una inteligencia poco corriente y una afición por aprender que hicieron que destacase sobre todos sus contemporáneos y no solamente por su sabiduría, sino por lo acertado de sus consejos y sentencias que sobre muchísimas materias le presentaban a diario.
Incluso durante una larga época, más de cuatro años, en los que decidió no pronunciar ni una sola palabra para poder escuchar mejor lo que los demás tuvieran que decirle, seguía dando, por señas, consejos y soluciones a problemas, cualidad que le valió la reputación de persona sensata e instruida.
Al morir su padre heredó, junto con su hermano, una gran fortuna, que enseguida repartió entre personas necesitadas, quedándose con lo justo para vivir.
No predicaba pero tenía seguidores, a los que aconsejaba no comer seres vivos, andar descalzo, vestir con ropas blancas y meditar. Era un gran admirador del Pitágoras, el gran filósofo y matemático griego, nacido unos siglos antes que él y creador del embrión de las escuelas esotéricas, faceta poco conocida de él .
Siendo joven, viajó a la India, donde estudió con las personas que guardaban saberes ancestrales y ya en su madurez reconoció que había recibido el conocimiento de personas que viven en este mundo, pero no eran de este mundo.

Moneda con la efigie de Apolonio

Según cuenta su biógrafo, salvó de una epidemia de peste a la ciudad de Éfeso, resucitó a una joven fallecida el mismo día de su boda y se enfrentó a Nerón, del que dijo que estaba mejor callado, en relación con la afición del emperador por el canto. Fue perseguido por el Imperio Romano y condenado a muerte, pero desapareció milagrosamente, volviendo a aparecer días después en otros varios lugares. Nada se sabe de su muerte ni del lugar en que está enterrado, solamente que vivió casi cien años. Y para una mayor coincidencia: Apolonio fue concebido tras un sueño de su madre en el que se le apareció el dios griego “Proteo” diciéndole que se encarnaría en el hijo que iba a tener.
Muchas de estas circunstancias relatadas soportan veladamente un cierto paralelismo con algunas manifestaciones de Jesús, cuando hablaba de que su reino no era de este mundo, resucitó a Lázaro o se enfrentó con descaro a Pilatos y poco o nada se sabe de su muerte.
Parece indudable que ambos personajes coincidieron en la India, en la región de Cachemira, donde Apolonio estudió y, si hacemos caso de las investigaciones realizadas por Andreas Faber-Kaiser y publicadas en su libro “Jesús vivió y murió en Cachemira”, hay mucha constancia de que después de su crucifixión, Jesús se refugió en aquel apartado lugar, donde ya había estado formándose en su juventud, hasta que con treinta años apareció predicando en Palestina. (Se puede consultar mi artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/vivio-jesus-en-cachemira.html)
De su paso por este mundo, Apolonio dejó numerosas evidencias, como casi un centenar de cartas que escribió a diferentes personas, una biografía de Pitágoras, hoy desgraciadamente desaparecida, un Libro de los Sacrificios, también desaparecido y en el que aconsejaba no hacer a los dioses ningún sacrificio, sino hacer uso de la razón, única prueba digna del amor a las divinidades. Ambas obras son conocidas por las referencias que de ellas han hecho varios escritores.
Además de lo que escribiera, su figura nos ha llegado, sobre todo, porque muchos fueron los escritores, historiadores y sabios en general que dejaron constancia escrita de él.
En su tiempo fue reconocido, en las distintas facetas de su saber, por sus propios contemporáneos y fue consejero de personajes tan importantes como el rey de Persia, el del Tíbet y varios emperadores romanos, todos los cuales lo respetaron y solicitaron su criterio en infinidad de asuntos.
Pero si algo empareja a estos dos personajes es que ambos hacían milagros. Los de Jesucristo se anotan en el poder que le daba su “divinidad”; en el caso de Apolonio, que era todo lo más alejado de lo divino, se sabe que realizaba acciones que parecían milagrosas y que solamente se pueden explicar con un amplísimo conocimiento de las ciencias como la física y una rara habilidad y puesta en escena como la que muestran los mejores magos modernos, a los que hemos vista atravesar con sus manos cristales para coger objetos, andar sobre las aguas y hacer desaparecer un edificio entero.
Con varios meses de antelación, Apolonio vaticinó la muerte del emperador Domiciano, así como la forma en la que iba a morir, dentro de una conjura palaciega en la que tendrían papeles de primer orden desde varios oficiales de su corte, dirigidos por el general Partenio, la sobrina del emperador, Flavia Domitila y el mayordomo de ésta, Esteban, autor material del asesinato.
El emperador no le creyó y así terminó su historia.
Tanta sabiduría terminó levantando suspicacias y la gente se preguntaba cómo era posible su saber, poder y conocimiento si no era producto de un pacto con las fuerzas del mal.
Durante los años en los que Jesucristo predicaba, no hay constancia de que ambos personajes coincidieran, pero si que es seguro que cada uno de ellos había oído hablar del otro.
En los milagros de uno y las actuaciones mágicas del otro estriba la diferencia de trato que la historia ha dado a cada uno de ellos, aunque quizás en la intencionalidad que cada uno escondía en sus acciones también estribe la diferencia. Jesús propugnaba una nueva religión, Apolonio simplemente la sabiduría.

Estoy convencido que si hubiese habido otro Pablo de Tarso empeñado en deificar la figura de Apolonio de Tiana, como aquel lo estuvo con Jesús, hoy tendríamos dos religiones muy parecidas, o…quizás no tendríamos ninguna.

2 comentarios:

  1. Apolonio fue más conocido que Jesucristo en la época que le tocó vivir, sin duda alguna, pero hoy es más conocido Jesucristo en todo el mundo que Apolonio.

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    1. Buen artículo! Jesucrito y Apolonio...dos grandes personajes, donde el saber y la religión se complementan.

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