miércoles, 5 de julio de 2017

UN CRONISTA DE POSTIN




Hace ya unos años, haciéndome eco de algunas publicaciones y documentación encontrada, escribí un artículo sobre la autoría de la más celebre novela de todos los tiempos: El Quijote, como no.
En dicho artículo ya establecía la tendencia generalizada que tenemos los españoles a desprestigiar a nuestros cerebros más descollantes, pero lo cierto es que en algunos estudios muy serios sobre Cervantes y su obra, se desliza la dificultad de que el Manco de Lepanto, pudiera haber sido el autor de tan insigne y novedosa obra, con la que arranca la nueva concepción de todo un género literario como es la novela.
Evidentemente, si lo que conocemos de la vida de Cervantes es cierto, pocas posibilidades tuvo de adquirir tan vasta cultura como en sus obras rezuma, pues entre desvaríos de juventud, búsqueda de fortuna en la guerra, prisión con los sarracenos y el ajetreo de cobrar alcabalas e ir a la cárcel, por quedarse lo recaudado, se pasó buena parte de su vida.
De dónde sacó el tiempo para manejar y casi aprenderse de memoria, los cuatrocientos veintinueve libros que en su obra relaciona, es una incógnita que de momento resulta imposible despejar; si no se ha sido capaz de aclarar el asunto de sus huesos, cómo vamos a saber qué fue de su vida.
Dejemos las cosas como están y sigamos admirando a tan ilustre escritor, que además de dejar plasmada en su obra su extensa cultura, nos muestra una faceta más que, menos trascendente, también es menos conocida.
Esta faceta es la de cronista. Un cronista de postín, como reza el título.
Y es que a Cervantes le daba tiempo para todo, incluso para estar informado de lo que ocurría a su alrededor. Así, en el capítulo cuarenta y uno de la segunda parte del Quijote, recoge un hecho que, si bien es cierto que ocurrió bastantes años antes, en un momento en el que el único sistema de transmisión de las noticias es el boca a boca, seguro que para la inmensa mayoría de españoles, pasó completamente inadvertido.
Cuando el ilustre hidalgo y su escudero van a montar en el caballo Clavileño para hacer un viaje por los aires, don Quijote le refiere a Sancho la historia del enigmático doctor Torralba, “a quien llevaron los diablos en volandas por el aire”.
Pues bien, ¿qué noticia es esta y quién es ese doctor Torralba? ¿Es tan importante para que se recoja en la más prestigiosa novela de todos los tiempos? Verán.
A finales del siglo XV, nació en Cuenca, Eugenio Torralba; en el seno de una familia acomodada y muy bien relacionada, el joven Torralba se crió en un ambiente culto y pronto destacó por su facilidad para aprender. Con quince años, aproximadamente, fue enviado a Italia colocado bajo la protección de Francesco Soderini, obispo de Volterra, ciudad cercana a Pisa y en el corazón de La Toscana, importante personaje de la Iglesia, emparentado con los Medicis y que años más tarde, estuvo a punto de ser nombrado papa.
Allí permaneció no menos de diez años en los que estudió medicina, teología y filosofía, empezando a ejercer como doctor, el máximo título que se concedía en estos estudios. Pero también aprendió magia y esoterismo, codeándose con importantes figuras del Renacimiento italiano que pululaban alrededor de su protector.
Dice la rumorología, o tal vez lo contara él mismo, que allí recibió un regalo excepcional. Un fraile dominico llamado Pedro, le había donado, para su servicio, un “espíritu familiar”, para que lo protegiese y lo asesorase. Decía de él que su nombre era Zequiel y era un ente poderoso en el saber de las cosas ocultas y futuras, pero tenía por condición que había de confiar ciegamente en él y no porfiarle ni discutir sus sentencias. ¡Ah! Y no tocarle nunca.

Imagen alegórica del Dr, Torralba y su duende

Cuando el joven doctor aceptó la donación de fray Pedro, el espíritu llamado Zequiel se hizo presente como un joven blanco y rubio, vestido de rojo y negro que le hablaba siempre en latín aunque conocía numerosos idiomas.
Esto es algo que hoy conduciría inequívocamente a la risa, pero en aquella época era una creencia muy extendida. Los “espíritus familiares” eran unos entes incorpóreos en contacto personal con un ser humano, al que sirven, asesoran e instruyen y que constituyen el soporte esencial de las creencias esotéricas.
Vuelto a España hacia el año 1510, empezó a ejercer como médico en la corte de Fernando el Católico, alcanzando gran fama no solamente en el campo de la medicina sino como quiromante y sobre todo, como adivinador.
Algunos vaticinios sobre el rey, que se cumplieron, concluyeron de cimentar su fama, tanto que el Santo Oficio empezó a hacer pesquisas sobre sus actividades.
El hecho más famoso de los protagonizados por el insigne médico fue cuando contó que la noche del seis de mayo de 1527, Zequiel le hizo subir sobre un bastón de rugosa madera con el que surcó los cielos, llegando a Roma a tiempo para presenciar el famoso Saco de Roma que protagonizaron las tropas españoles al mando del Duque de Borbón, que fue herido de muerte en el asalto a las murallas de la ciudad.
Concluido el saqueo, Torralba regresó a Valladolid, donde residía y contó a los cuatro vientos lo que nadie sabía aún: el triunfo de las tropas de Carlos I, el bárbaro saqueo de la ciudad y la muerte del de Borbón. Noticias que unos pocos días después se confirmaba oficialmente en España.
En otra parte de su obra, concretamente a partir del capítulo treinta y siete de la primera parte, cuando ya don Quijote se ha batido en desigual combate con unos gigantes que resultaron ser pellejos de vino, llega a la venta en la que posan un cristiano recién venido de tierra de moros, al que se le designa por “el cautivo”, el cual se dispone a acompañarlos en la venta y cuenta la historia de su vida, en la que se ha cruzado con un personaje insigne. 
En su largo deambular, cuenta que ha servido como esclavo a Uchalí, rey de Argel y cuenta una buena parte de la historia de este personaje.
Uchalí, Uluj Alí, cuyo verdadero nombre era Giovanni Dionigi Galeni, nació en Calabria, al sur de Italia, en el año 1519 y llegó a ser uno de los mejores marinos musulmanes de su época. 
A la edad de 17 años Giovanni estaba decido a ingresar en un seminario con la intención de hacerse sacerdote, pero fue capturado por unos piratas berberiscos que se dedicaban a asolar las costas mediterráneas y cuyo jefe era el famoso Barbarroja.
Puesto al remo de una galera estuvo varios años bogando para un paisano suyo convertido al Islam, llamado Cafer Rais.
En poco tiempo, Giovanni destaca entre los demás galeotes por su capacidad de resistencia y la firmeza de su ritmo. Su ascenso en la escala social de los esclavos lo consigue renegando de su fe católica, como su amo y convirtiéndose al Islam.

Uluj Alí como almirante de la flota Otomana

Por efecto de la tiña que había padecido de pequeño, conservaba cicatricen en la cabeza y zonas sin pelo, por lo que era conocido entre sus colegas como “El Tiñoso”.
Según se cuenta, el aspecto de su pelo le causaba muchas molestias, por lo que al ver a los musulmanes cubiertos con turbante, decidió que una forma de ocultar su defecto sería hacerse mahometano, única manera de poder llevar la famosa prenda de cabeza musulmana.
Cuando, por fin, alcanza la libertad, se queda en la galera en la que tantos años había remado, haciéndose contramaestre y participando en los botines que la piratería de mar y de costa proporciona.
En el año 1538 conoce al famosísimo corsario “Dragut”, a cuya escuadra se une y al caer prisionero de la escuadra genovesa que lo perseguía por todo el Mediterráneo, Giovanni, ahora llamado Uluj Alí, emprende la piratería por su cuenta, asolando costas de Italia, Francia y España, sobre todo de las Baleares.
Su fama de aguerrido, astuto y sanguinario, alcanza cotas considerables, por lo que diversas flotas de los puertos preeminentes del Mare Nostrum se lanzan a su captura, pero Uluj Alí es escurridizo y aunque en alguna ocasión está a punto de sucumbir, siempre consigue salir bien parado.
Cuando la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, Uluj presta gran ayuda a los rebeldes, los cuales le facilitan informaciones para realizar acciones en las costas mediterráneas.
Tanta fama alcanzó como gran marino y corsario valiente que fue nombrado Rey de Argel, llegando a ser el hombre más poderoso de toda Berbería.

Toda una vida apasionante que merece la pena conocerse y que Cervantes conocía bien, pues la relata con una suerte de detalles que históricamente están recogidos y al que define como “el más cruel renegado que jamás se haya visto”.

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