viernes, 25 de agosto de 2017

EN EL REINADO DEL REY FELÓN I




Fue hace unos días, cuando escuchaba en la radio una entrevista que le hacían al capitán de navío José María Caravaca, sobre un vuelo aerostático que tuvo lugar por primera vez en Cádiz, cuando se me ocurrió poner este hecho en relación con otro, más o menos coetáneo que también está relacionado con esta ciudad.
No soy historiador ni poseo la capacidad para hacer juicios sobre la historia, pero a mi parecer, pocos reinados españoles son tan convulsos, y nefastos como el de Fernando VII.
Ascendió al trono por abdicación de su padre, Carlos IV, en poder de Napoleón y en España, antes de conocerlo como rey, ya lo llamaron “El Deseado” de tantas ganas que tenía el pueblo de que un verdadero rey se sentase en su trono.
Pero su llegada fue decepcionante, sobre todo para aquellos liberales que contra toda adversidad, habían conseguido sacar adelante la Constitución de 1812, porque el nuevo monarca, así que afirmó sus posaderas sobre el trono de España, todavía imperial, abolió la Carta Magna, tan costosamente consensuada.
España se dividía entre afrancesados, liberales y “despóticos”, llamados absolutistas. En esto que se levanta Riego, aquí al lado, en Las Cabezas de San Juan y fuerza al rey a aceptar la Constitución e iniciar el Trienio Liberal.
Flor de un día, porque en cuanto puede, vuelve “la burra al trigo”, como refleja el dicho. Para rematar, en su lecho de muerte se retracta y firma la Pragmática Sanción, para que gobierne su hija, el adefesio de Isabel II, en vez de su hermano, que tampoco era nada del otro mundo, pero así, nos metía unas cuantas décadas de guerras civiles, para fastidiar a todos, que es lo que parece apetecerle al monarca que ya no es deseado, sino el “Rey Felón”.
El reinado de este monarca está muy vinculado con la ciudad de Cádiz. Aquí se ha establecido el último reducto de resistencia a los franceses, se ha redactado la Constitución y desde aquí se ha iniciado la recuperación del territorio nacional, hasta terminar expulsando a los franceses, que también tenían muchos partidarios entre los españoles y que hubieron de marchar con ellos hacia el exilio.
A las desastrosas iniciativas aplicadas en España por el rey, hay que sumar unas circunstancias de extrema gravedad y es que las colonias americanas, dirigidas por personajes descendientes de españoles, educados en España y formados aquí militarmente, empezaban sus movimientos emancipadores: Méjico, Argentina, Perú, Venezuela… fueron poco a poco independizándose, ante la pasividad del gobierno, o la incapacidad para oponerse realmente al movimiento sedicioso.
Para atender a las colonias de ultramar era necesario una flota y ciertamente la poderosa armada española había sucumbido prácticamente tras la batalla de Trafalgar. Quedaban algunos barcos, antiguallas, conservadas gracias a la profesionalidad de sus capitanes y los maestros carpinteros. La única solución era comprar barcos, pero los países europeos, que ansiaban clavar sus garras en el continente americano, no nos vendían ningún barco para que le hiciéramos competencia. Solamente Rusia se avino a una venta, pero de un material tan deteriorado, que algunos barcos los regalaron. Se compraron un navío y cinco fragatas, todos muy viejos, que se trajeron a Cádiz para acondicionarlos. Por cierto que esos barcos se pagaron con la indemnización que dio Inglaterra por liberalizar el comercio con las Indias.
Así, a duras penas, se formó una mínima escuadra que tenía como misión llegar al El Callao, el puerto de Lima y apoyar la resistencia contra los independentistas, con San Martín a la cabeza, que quería hacerse con Perú. Estaba formada por los navíos San Telmo, nave capitana y el Alejandro I, navío ruso igual que el San Telmo, rebautizado la fragata Prueba, y el mercante Primorosa Mariana, de igual procedencia, destinada al transporte de tropa.

Pintura del San Telmo

El uno de mayo de 1819, se entregó el mando de la exigua escuadra al prestigioso brigadier, Rosendo Porlier, que entre sus muchos avatares, había sido segundo de Gravina en la batalla de Trafalgar. El buque insignia era el San Telmo, un navío de dos puentes, setenta y cuatro cañones, poco más de cincuenta metros de eslora y catorce de manga. Un magnífico buque de tres palos, pero con más de treinta años de navegación, construido en El Ferrol y que por falta de fondos había pasado muchos meses atracado en Cartagena.
El once de mayo, salió la escuadra que se avitualló en Cádiz y un mes después, regresaba el Alejandro I porque su maderamen no resistía los embates de la mar y hacía agua por todas sus cuadernas.
La expedición debía bordear el Cabo de Hornos, para evitar el Estrecho de Magallanes, donde podría ser sorprendida por las marinas de los países sublevados.
Pasaron meses y se tuvo noticias de que la fragata Mariana, había llegado a El Callao y que la Prueba, también lo había hecho, aunque pasó de largo ante la presencia de buques enemigos, pero del San Telmo no se sabía nada. La última vez ha sido avistado por la fragata Mariana el dos de septiembre que anota en el cuaderno de a bordo que se le aprecian graves averías en el timón, el tajamar y en la verga mayor, dudándose que pueda haber doblado el Cabo de Hornos.
Cuenta Pío Baroja, que un señor llamado Andrés Arévalo, embarcó poco después de la desaparición del  navío en el buque italiano “Volturno” que hacía la ruta de El Callao a España y que al pasar al sur de Hornos, con grandes tormentas y huracanados vendavales, divisaron un banco de hielo de enormes dimensiones que iba derivando hacia el Este y sobre el hielo se divisaba una masa negra que al ir aproximándose vieron que era un buque atrapado en aquel iceberg. Botaron una chalupa y se acercaron a la gigantesca mole de hielo, hasta distinguir que era un barco desarbolado, de tres puentes, que había empotrado su proa contra el bloque de hielo y en él quedó incrustado. En popa se veía una bandera que aún ondeaba con el escudo de España y bajo ella, en gruesas letras, su nombre: San Telmo.
Subieron a bordo y encontraron varios cadáveres congelados, entre ellos el del brigadier Porlier que estaba en su camarote, vestido con su uniforme y tendido sobre un camastro, a sus pies había un perro igualmente congelado.
Del resto de la tripulación, compuesta por seiscientas cuarenta y cuatro personas entre marineros, soldados y personal auxiliar, no se supo nada. Pero esta es una historia llena de buena voluntad para darle una conclusión al barco desaparecido, aunque no es muy de fiar. (Artículo publicado en La Vanguardia el 2 de febrero de 1954 que puede consultar en este enlace: http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1954/02/02/pagina-5/32792399/pdf.html )
Sí es cierto que, un mes después de haber dado el barco por perdido, un velero inglés, capitaneado por William Smith, descubridor de las Islas Shetland del Sur, divisa tierra helada en coordenadas cercanas a la última situación del San Telmo. Esta isla no es explorada de momento, pero al llegar a Londres, el Almirantazgo británico dispone que vuelva a aquella situación y confirme el descubrimiento. Así lo hace y, oficialmente se convierte en el primero en pisar la Antártida, descubriendo un archipiélago como se dice más arriba.
Pero en el recorrido por las diversas islas, descubre que hay restos de un naufragio anterior que él mismo apunta que puede ser un buque español desaparecido en aquellas latitudes y así lo hace constar con fidelidad a la verdad, e incluso a una de las islas que descubre, pone por nombre “Isla Decepción”, clara referencia a la certeza que tiene de no haber sido el primero en llegar allí.
Pone luego rumbo a Valparaíso, en Chile, donde da cuenta de su hallazgo y las circunstancias de no haber sido el primero, pero las autoridades británicas le hacen callar ese detalle, para así tomar posesión de las nuevas tierras descubiertas. Pero a bordo, iba el teniente Edward Bransfield, con la misión de confirmar el descubrimiento, el cual anota en su cuaderno que han encontrado un pecio perteneciente a un barco español de setenta y cuatro cañones y que incluso el capitán Smith ha cogido la madera del ancla para hacerse su ataúd, cosa que era acostumbrada entre los marineros de la época.
No pudieron ocultar la realidad y se conoció que no habían aparecido restos humanos, pero sí muchos de focas y peces, lo que les hacía suponer que había habido supervivientes al naufragio.
Tanto aceptaron los ingleses aquella situación que hace unos años, al desclasificarse documentación del Almirantazgo, se ha podido comprobar que a determinados accidentes geográficos como cabos y bahías, le habían puestos los nombres de “San Telmo” y “Porlier”.
No tuvo el gobierno español interés alguno en realizar comprobaciones acerca del naufragio y la llegada de los primeros hombres a las costas de la Antártida, hasta 1990, en que una expedición hispano-chilena se desplazó hasta la zona, pudiendo comprobar varios detalles como la presencia en los fondos marinos de gran cantidad de hierro, detectado por sensores magnéticos, una sandalia de cuero, de apariencia similar a las usadas en tierras cálidas, hacia donde en realidad se dirigía el barco y la mandíbula de un cerdo que era un animal que solía acompañar a todas las navegaciones largas, pues es fácil de mantener vivo a bordo y se aprovecha todo para el consumo humano.
Hay muchas cosas más que decir de esta apasionante historia, pero a mí, lo único que me resta decir es que los primeros hombres que pusieron sus pies en el helado continente del sur, fueron españoles que salieron del puerto de Cádiz y fueron capaces de sobrevivir durante algún tiempo en tan inhóspito lugar sin ir realmente preparados para tal eventualidad.

En el próximo artículo contaré la otra historia que también tiene esta ciudad como protagonista.

2 comentarios:

  1. Me encanta toda la historia y principalmente la naval.

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  2. Tambien a mí me ha gustado esta nueva Lupa y aunque dices no ser historidor, al hacernos llegar estos relatos nos haces disfrutar y conocer mas y mejor nuestra Historia y nuevamente vemos tambien la DECEPCION que nos producen nustros gobernantes que no han sacado ningun provecho de haber sido los primeros en haber llegado a la Antartida y menos aun intentar Recuperar los restos del San Telmo

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