miércoles, 18 de octubre de 2017

LOS ORIGENES DE "LA ENIGMA"



En el año 1919 el ingeniero holandés Hugo Alexander Koch presentó en la oficina de patentes, los planos y la descripción completa para la construcción de una máquina de su invención, capaz de cifrar documentos.
Pero corrían malos tiempos, la primera Gran Guerra acababa de terminar y los países trataban de recomponer sus estructuras internas. Así, aunque en el conflicto bélico recién terminado, se había demostrado la enorme utilidad que suponía para las estrategias de los ejércitos y las comunicaciones de los gobiernos el cifrar los documentos, de forma y manera que nadie que no poseyese la clave los pudiera leer, el invento causó poca atracción y durante años durmió en los cajones del ingeniero Koch, sin que siquiera se intentase construir un prototipo, hasta que en 1927, acuciado por graves problemas económicos, se decidió a vender la patente al ingeniero alemán Arthur Scherbius, que encabezaba un grupo que ya había colaborado en la realización de lo que se llamó el milagro alemán.
De inmediato se empezaron a construir la máquina, en varias versiones y añadiéndole continuamente nuevas características para hacerla cada vez más indescifrable. Así nació una máquina de cifrado de mensajes casi perfecta que recibió el nombre de “Enigma”.


  
Arriba, uno de los primeros ejemplares; abajo, la máquina perfeccionada

Lo mejor que tenía aquella máquina es que funcionaba de manera similar a una máquina de escribir de las de la época, si bien tenía unos dispositivos rotatorios internos que iban dando a cada letra o cifra un valor determinado, según las innumerables claves que se pudieran utilizar.
Pocos años después, el ejército alemán adoptó la máquina “Enigma” como instrumento oficial para sus comunicaciones secretas, antes incluso de iniciarse la segunda gran guerra y llegaron a probar su efectividad en la Guerra Civil Española, proporcionando al ejercito sublevado, varias de estas máquinas, que no hace mucho fueron encontradas en los depósitos del Ministerio de Defensa.
Esas comunicaciones encriptadas causaron no pocos quebraderos de cabeza a los aliados que no conseguían enterarse de los comunicados internos del ejército nazi, cuando las suyas propias eran descifradas casi de corrido.
La carrera por averiguar los métodos de encriptación de aquellas máquinas, se desató entre los países aliados y fue en Polonia, donde, con la intervención de una de aquellas primitivas máquinas, se inició el análisis del funcionamiento.
Pero las constantes innovaciones que los alemanes incorporaban al aparato hacía cada vez más difícil desentrañar su funcionamiento.
Los “hackers” de la época se devanaban los sesos tratando de hallar una solución, que cuando llegó, dicen los expertos que fue capaz de acortar en dos años la duración de la II Guerra Mundial.
Pero toda esta historia del cifrado y descifrado de documentos no habría sucedido si el dos de febrero de 1462, no hubiese nacido en Trittenheim, una aldea cercana a la ciudad de Tréveris, en la región de Alemania conocida como Renania-Palatinado que es fronteriza con Luxemburgo, un niño llamado Johanes Heidenberg, más conocido en la historia como “El Abate Tritemio”.
Desde muy joven demostró poseer una inteligencia fuera de lo común, pero su padrastro le obligaba a trabajar e impedía que pudiera cultivarse intelectualmente. A la edad de quince años era casi analfabeto pero decidió que no podía seguir así y comenzó a estudiar por su cuenta, hasta aprender prontamente a leer y escribir, así como a iniciarse en el conocimiento del latín.
Consiguió todos esos progresos en un corto espacio de tiempo, pero fue solamente hasta que su padrastro se enteró de lo que hacía a escondidas e incrementó su persecución y sus crueldades sobre el adolescente.
Viendo que aquella vida le resultaba insoportable, se marchó de casa y se dirigió a Würzburgo, al este de Fráncfort, en donde impartía clases un famoso humanista de la época llamado Wimphelheim, para el que seguramente llevaba alguna carta de recomendación.
Durante cinco años permaneció en aquella ciudad estudiando y aprendiendo las disciplinas clásicas: filosofía, teología, matemáticas, astronomía y astrología, música e historia.
Con apenas cumplidos los veinte años ingresó en un convento benedictino, en la localidad de Sponheim, donde se había refugiado de una tormenta que le sorprendió cuando iba a visitar de incógnito su ciudad. Allí, el abad, percibió de inmediato la cultura e inteligencia del joven y una semana después, cuando ya remitía la tormenta, le ofreció los hábitos conventuales. El joven Johanes aceptó unirse a la congregación del convento e inició su formación y unos meses más tarde, concretamente en diciembre de 1482, hizo sus votos e ingreso en la orden benedictina.
Pronto destacó entre los monjes y los superiores, hasta el extremo de que dos años más tarde, se había convertido en el abad del convento que lo había amablemente recibido, sin que todavía hubiera sido ordenado sacerdote.
Su tarea en el convento fue muy dura, pues las costumbres estaba en exceso relajadas y la moral más laxa de lo que solía ser habitual en las congregaciones religiosa de la época, pero poco a poco, el nuevo abad fue imponiendo su disciplina y lo que es más importante, interesó a los monjes por el estudio.
Con mucha visión y paciencia, confeccionó una biblioteca de más de dos mil volúmenes, todos manuscritos, pues la incipiente imprenta aún no se había extendido lo suficiente y además, el Abate prefería los libros manuscritos.
En aquellos momentos y por la extensión de sus fondos, fue posiblemente la más importante de Alemania y de las más importantes de Europa. El contar con esa importante biblioteca, hizo que el convento, fuese adquiriendo renombre y por allí pasaron los hombres mas eruditos de la época.
Es de considerar que la vida del Abate Tritemio corría paralela a la de personajes de la historia como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Copérnico, Cristóbal Colón, Boticcelli, Rafael, Savonarola y muchos otros que destacaron en el mundo de las artes y las ciencias.
Después de veintitrés años de abad, abandonó su cargo, a la vez que despreciaba una invitación del emperador Maximiliano que deseaba tenerle de asesor en su corte; Tritemio buscaba paz y tranquilidad parada dedicarse por entero a lo que desde hacía años le rondaba por la cabeza y las encontró en el monasterio de San Jacobo, en la misma ciudad de Würzburgo. Un pequeño convento con solo tres frailes lo que le permitió desplegar toda su actividad.
Allí pasó el resto de su vida hasta que con cincuenta y cinco años, falleció y fue enterrado y la iglesia de aquella ciudad.
Durante todos los años en los que estuvo recluido en uno u otro convento, el Abate se dedicó intensamente al estudio de las matemáticas, a la cábala mágica y a lo que ahora llamaríamos parapsicología. Estas dos últimas disciplinas están muy íntimamente conectadas y encaminadas a desarrollar un sexto sentido que permita realizar cosas que parecen imposibles para el ser humano normal.
Todos los años de estudio los fue reuniendo en un material que ocupaban ocho volúmenes, una obra ingente a la que llamó “Esteganografía” y que la presentaba a un amigo en una carta que decía: “Puedo aseguraros que esta obra, en la que enseño muchos secretos y misterios poco conocidos, parecerá a todos, incluso a los más ignorantes que contiene cosas sobrehumanas, admirables e increíbles, habida cuenta de que nadie ha escrito o ha hablado de ellas antes que yo.”
La carta, mucho más extensa, decía que contenía un método para comunicar el pensamiento a distancia, numerosas modalidades de escritura secreta, incluso cómo poder dominar la mente de una persona a través de las palabras, que sería lo que hoy conocemos como hipnotismo.

Portada de la obra

Como es natural para la época, la inquisición metió manos en el asunto y acusó al Abate de mentiroso y fabulador: agente del demonio. Sin embargo, Tritemio, con su gran inteligencia consiguió salir indemne de aquellas acusaciones.
La fama del Abate era tal que se le llegó a considerar el mejor alquimista de todos los tiempos y uno de los pocos capaces de conseguir la fabricación del oro alquímico.
Otra de las obras de Tritemio, es la titulada “Teoría general de las cifras de transposición”, que se conservó intacta y llegó hasta nuestros días.
En este libro están compendiadas todas las teorías que se utilizan actualmente en la elaboración de los códigos secretos. Pero como todo lo esotérico, nadie podía descifrarlo en su totalidad, pues se decía de el que era un libro que en realidad contenía otro libro muchísimo más profundo que solo el Abate, en su abierta y enigmática inteligencia, había sido capaz de componer.
La criptografía, la ciencia capaz de ocultar el significado de una escritura de forma que sea imposible saber lo que dice, ha estado de moda siempre, pero en la actualidad, en el mundo de las comunicaciones, muchísimo más que nunca. Hoy, hasta cuando abres el WhatsApp, para colgar una foto o introducir un comentario, aparece un mensaje en el advierte que los escritos y llamadas están protegidos con cifrado de extremo a extremo.
Muy buena parte de algunos éxitos gubernamentales, bursátiles, mercantiles y de estrategia en general consisten en haber mantenido un secreto total en las comunicaciones internas, por otra parte imprescindibles. El tercero de los ocho libros que componen la Estenografía, trata precisamente de eso y desde que se escribió, a principios del siglo XVI, no ha sido completamente descifrado hasta 1996 y ello gracias a potentísimos ordenadores.

Su total desciframiento indica que el Abate Tritemio es, sin duda alguna, la figura más destacada de la ciencia llamada criptografía.

viernes, 6 de octubre de 2017

DOS VIDENTES BIEN DISTINTOS



El don de profetizar, de ver el futuro dentro de un sueño, en un trance o cualquier otra forma de visión, ha llegado incluso a ser una profesión. Una profesión, por cierto bien remunerada y a la que se han apuntado tanto los visionarios “de verdad”, es decir, aquellos que realmente tenían visiones, como farsantes y falsarios que al olor de los beneficios y apoyados por una imaginación desbordada, se han atrevido a vaticinar, sin ninguna clase de escrúpulo.
Actualmente, a un mal augur no le va a caer más que el olvido pero antes, hace algunos siglos le caía hasta la muerte en la hoguera.
La razón era bien sencilla: en una sociedad que por encima de todo trataba de preservar los valores espirituales y que no toleraba la más mínima fisura en las creencias religiosas, nadie que pudiera predecir el futuro podía ser obra de Dios, único que tiene el futuro presente y lo está contemplando. El visionario era obra del demonio; de eso no cabía la menor duda y como toda obra del maligno, debía ser destruida.
Así que a la hoguera.
Pero había veces en los que la religiosidad del profeta estaba tan fuera de toda duda que la iglesia cambiaba su signo y reconocía que determinadas profecías eran de divina inspiración.
Una cosa así ocurrió en la España del siglo XVI, en pleno Siglo de Oro.
En esa época nació en Madrid una niña a la que puso por nombre Lucrecia. Era hija de un pasante, Alonso Franco de León y de Ana Ordóñez. Su padre apenas se ganaba la vida aprendiendo el oficio de su maestro y la madre tejía y cosía para las clases pudientes del Madrid de la época.
Desde muy joven, Lucrecia sorprendía a su familia con las extrañas visiones que decía padecer y que le producían un gran desequilibrio emocional.
La joven solía despertarse durante la noche, profundamente alterada, gritando y llorando al mismo tiempo y contando historias que nadie comprendía.
Como es natural, la familia estaba hondamente preocupada por lo que se suponía un padecimiento demencial de su hija y no cesaban de comentar entre ellos los difíciles momentos que casi cada noche se veían obligados a soportar, hasta que un día hicieron ese comentario y explicaron como eran los tremendos despertares de Lucrecia, a un pariente, no muy cercano, llamado Juan de Tebes.
Este pariente, era muy aficionado a confeccionar horóscopos, hacer pronósticos y vaticinios y escuchó con interés la historia de la joven y sin consultarlo con la familia, comentó el hecho con un buen amigo, el religioso Alonso de Mendoza, canónigo de la catedral de Toledo y muy bien relacionado en la corte, el cual se sintió profundamente interesado por las visiones que la joven presentaba y decidió transcribirlas y así, durante cuatro años, entre 1587 y 1591, se fueron anotando cada una de las visiones que tenía Lucrecia y que encerraban predicciones de lo más variado.
Casi todas aquellas visiones tenían un fin catastrofista, pues la joven anunciaba la destrucción de España y la caída de los Austrias, con la muerte de Felipe II y de su hijo, que luego sería Felipe III. Evidentemente que los dos murieron pero España siguió como potencia hegemónica mundial. Pero no quedaba ahí el negro vaticinio de Lucrecia, porque también profetizaba el fin de la Iglesia católica.
Lógicamente, hasta ahí llegaron las cosas. Con la Iglesia había topado, y nunca mejor dicho y el Santo Oficio tomó cartas en el asunto, aunque sin mucho afán, pues la joven estaba considerada más como una farsante que como una verdadera adivina, pero entre sus vaticinios había algunos de mucho peso como para que todo fuera una farsa y es que había adivinado con meses de anticipación, el desastre naval de la Armada Invencible y la muerte del que iba a ser su almirante, don Álvaro de Bazán.
Es muy sospechoso que con tanta aversión a la corona, con ataques directos a la Iglesia y con vaticinios tan certeros como el de la Armada, el Santo Oficio no hiciera con ella lo que era costumbre: quemarla en la hoguera por bruja y tratos con el maligno.
Por el contrario, el alto tribunal religioso la condenó solamente a cien azotes, destierro de Madrid y dos años de reclusión en el hospital de San Lázaro, de Toledo.
Evidentemente una pena muy leve para los delitos de blasfemia, trato con el demonio, sedición, falsedad y sacrilegio, de los que fue acusada y que cada uno de los cuales llevaba aparejado la muerte en la hoguera.
¿Qué sucedió, entonces?

Felipe II, un rey abúlico

El reinado de Felipe II fue muy borrascoso, a pesar de cómo lo ha presentado la historia. Felipe era un católico recalcitrante y obsesionado por la religiosidad, abúlico, incapaz de tomar decisiones que tenía, dentro de su propia corte, a sus mayores enemigos. Personas preparadas que veían cómo el monarca era incapaz de gobernar el amplio imperio y cómo perdía el tiempo en religiosidades. Aunque se ha querido tapar, durante su reinado hubo varias conjuras para destronarlo, o al menos secuestrar su poder y gobernar por él y entre estas personas, estaban Gaspar de Quiroga, arzobispo primado de España, Juan Herrera, el arquitecto de El Escorial y toda una secta de personas influyentes que eran conocidos como “los iluminati”.
Esta poderosa secta tomó bajo su egida a la joven Lucrecia, que durante su proceso parió un niño, fruto de su relación con su amante Diego de Vítores Tejeda, que durante los últimos años era el encargado de transcribir sus sueños.
Después de cumplir su sentencia, desapareció para siempre de la vida pública y se ignora todo detalle de su existencia posterior.
El otro “vidente” al que esta historia se refiere, causará estupor entre muchos de los lectores, pues muy poca gente conoce este detalle de la personalidad de alguien tan profusamente conocido como Ángelo Roncalli, el Papa Juan XXIII.
Antes fueron iluminati, ahora son rosacruz; dos sectas esotéricas con numerosos puntos en común.
Era el año 1935 en una pequeña pero muy antigua ciudad búlgara de la costa del Mar Negro llamada Nesebar y que antiguamente era conocida como Mesembría.
Allí era obispo Ángelo Roncalli, que además de religioso destacado, pues era el Nuncio Apostólico, mantenía ciertas relaciones conniventes con la secta denominada “De la Rosacruz”, cosa que no es de extrañar pues la secta tiene profundas raíces religiosas de las denominadas “gnósticas”, es decir, conocedores, iniciados en las doctrinas herméticas.

Juan XXIII

Pues bien, en una ceremonia de dicha secta, quizás un rito iniciático para admitir a Roncalli en el seno de la congregación, uno de los presentes comenzó a hablar con una voz desconocida por los demás asistentes. Algunos de los iniciados tomaron notas de todo lo que aquél decía y el asunto parece que no pasó de ahí.
Pero en 1976, ya fallecido el Papa Juan XXIII, el investigador italiano Pier Carpi, sacó a la luz aquel escabroso incidente.
Según el investigador, la persona que habló con voz desconocida no era otro que el propio Ángelo Roncalli y entre las cosas que dijo, hay algunas que ponen los pelos de punta.
El hijo de la bestia ha sobrevivido a tres atentados. No al cuarto. Le sirve para matar a quienes odia. Pero le llega su fin. Encerrado en su cubil, abrazado a la mujer de otro. Sobre su muerte misterio. Hay que combatir y esperar porque el usurpador se crucificará solo en la falsa cruz. Sólo entonces habrá paz”.
La alusión a Hitler es clarísima, tanto sobre los atentados que sufrió como la forma en que descargó su cólera contra los judíos; sobre su muerte, siempre ha habido un halo de misterio que el vaticinio refleja.
“Más atención al último que salió de la madriguera. Será difícil acabar con él y prepara nuevos infortunios para el mundo”.
En el último momento de la caída de Berlín, Martin Borman, el verdadero ideólogo del nazismo, escapó del bunker y nunca más se han tenido noticias de él. El vaticinio se había hecho nueve años antes.
“Y tu, nuevo zar a quien el padrecito maldijo, estrechas la mano del dictador negro. Miras al mar, la sangre lo enrojecerá. El pequeño zar muere asesinado en su cubil”.
La referencia a Stalin que pactó con Hitler, es bien clara y sobre su muerte se ha especulado insistentemente que se debió a un complot de sus enemigos. Concretamente, el que fuera mano derecha, Beira, presumió ante el Politburó que él había envenenado al dictador.
También hizo alusiones a que la Iglesia olvidaría su corazón latino, en clara alusión al nombramiento de un papa no italiano, cosa que no ocurría desde 1523 y que se interrumpió con el nombramiento de Carol Wojtyla, Juan Pablo II en 1978.
Hizo también vaticinios sobre la bomba atómica, de la que dijo: “La gran arma estallará en oriente, produciendo llagas eternas… Vendrán entonces tiempos de paz y el nombre de Albert se inscribirá en la lápida.”
Tuvo también premoniciones para los hermanos Kennedy cuando dijo: “Caerá el presidente y caerá el hermano. Entre los dos el cadáver de la estrella inocente. Preguntad a la primera dama negra y al hombre que la llevará al altar en la isla.”
Realmente es escalofriante, pues en pocas profecías se establecen pautas tan claras como las que se encuentran esta relación, que es mucho más larga, pues pronosticó la muerte de Ghandi, la guerra de Vietnam.

Según la documentación manejada por Carpi todo l relatado anteriormente es absolutamente cierto, pero cabe siempre un resquicio para la duda y es que todo se hace público en 1976, cuando ha acontecido todo, menos el nombramiento del Papa Juan Pablo II.